Por un deseo

13. Buenas intenciones

Dos días antes de estar reunidos en la sala de mi casa, frente al televisor en el canal de las estrellas, Felipe nos había anunciado que se atrevería a salir en el programa de su tío.

Mi reacción más genuina fue la de preguntarle si se había fumado algo, a lo que él respondió que no. Felipe nos contó que con su intención de querer ayudarnos a promocionar el negocio de comida, le pidió a su tío que si nos podía hacer el grandioso favor de anunciarnos en su noticiero.

Felipe dijo que su tío se burló en su cara, ya que la publicidad en aquel medio de comunicación salía y sale en un ojo de la cara, y que regalarla sería igual a tirar dinero a la basura y obtener minutos desperdiciados en televisión. Así que, él en su máxima desesperación se le ocurrió sugerirle a su familia que si aceptaba salir en un programa, como siempre lo soñaron, le darían la oportunidad de anunciarnos a nosotras.

Por lo que aquella tarde de agosto, mi tía Hermila hasta hizo palomitas para prepararse en ver como Felipe arruinaría su reputación, según sus palabras.

La introducción de noticiario duró lo mismo que siempre. Ya habían transcurrido veinte minutos, tanto que pensamos que Felipe al final se echó para atrás, sin siquiera haberlo intentado. Lucía me dijo que quizás se arrepintió, pero Samuel le dio el voto de confianza, lo cual fue certero porque de vuelta al programa, cuando los anuncios terminaron de pasar, Felipe, en traje y bien peinado, estaba sentado junto a su tío.

La expresión de su cara fue indescriptible.

Y cuando creímos que él de verdad conseguiría articular una palabra, enmudeció.

― ¿Qué está haciendo? ―preguntó mamá―, ¿no es su turno de hablar?

Mi tía Hermila, envuelta en carcajadas, aplaudió. ― ¿Yo qué les dije? La intención cuenta, pero a ese chamaco no le veo potencial de conductor. ¡Mírenlo!

―Ay tía, no sea cruel con Felipe ―le dije sin gracia―. Él quiso ayudarnos a su manera.

― ¡Qué va! El pobre no sabe ni dónde meterse.

―Deberían mandar a corte ―dijo Lucía.

De pronto, el tío de Felipe volvió a retomar la palabra y caminó hacia una pantalla donde pudimos apreciar los días asoleados.

―Creo que no salió como esperábamos ―dije yo, sin dar crédito a lo que acabábamos de ver―. ¿Estará bien?

―Tal vez se desmayó y por eso lo sacaron de cuadro ―divagó Lucía.

(...)

La tarde del siguiente día, Felipe se mostró apenado. Nos dijo que fue un tonto en siquiera haber pensado en la posibilidad de sacar el programa a flote. Nos recordó que él había nacido para estar detrás de una cámara, a diferencia de las creencias de su tío, quien lo veía como el comunicador más importante de México en los próximos años. Samuel, Lucía y yo lo consolamos y le dijimos que estábamos orgullosos de él por haber dado el segundo paso en hacerle frente a su mayor temor. Sin embargo, Felipe no dejó de lamentarse por horas.

Esa mismo día repartí pedidos y compré verduras. Nada fuera de lo común en mi cotidianidad. Había extrañado visitar doña Carmen, ya que la mujer dejó de comprarnos durante una temporada por motivos de salud; sin embargo, me comentó que gracias al Señor y a los doctores, la cirugía de la extirpación de la hernia que tenía debajo de la pierna derecha salió con éxito. La primera vez que le llevé un pedido, me sorprendió lo agradecida que estuvo, y desde entonces se había convertido en una de los clientes favoritas de mi mamá y mío. Doña Carmen vivía sola, a veces sus hijas la visitaban, pero en general, la acompañaba una enfermera dos días a la semana.

Al salir de su casa, me despedí de ella y cerré la puerta.

El ambiente estaba especialmente tranquilo, y el aire llevaba consigo un toque de frescura que era un alivio después de la calurosa jornada. Me detuve un momento en la tienda cercana a mi hogar, donde la dueña, doña Clara, me saludó con una sonrisa cálida. Ella me preguntó cómo me estaba yendo y si quería dejarle más carteles de promoción para que se los diese a sus clientes. Le dije que sí, encantada.

Dos días después fui a la casa de Lucía. Había encontrado a la señora Ramos en el local de Don Evelio y me hizo saber que mi amiga la estaba pasando mal por el proyecto de la escuela, lo cual me extrañó porque, según yo, el video estaba siendo editado sin ningún problema; así que después de hacer mis deberes, en la tarde noche, me di la oportunidad de ir a hablar con ella.

No fue sorpresa encontrar a Lucía tirada en el suelo de su habitación. De ese modo nos hacía saber al resto que la dejásemos sola para lidiar con la agonía.

― ¿Ocurrió algo con el proyecto? ―le pregunté, sentada en su cama mientras la vi asentir―. ¿Algo medio malo, malo u horrible?

Lucía levantó tres dedos, sin hablar.

― ¿Quieres contármelo?

Ella negó.

― ¿Por qué no, Lucía? Puedo ayudarte a resolverlo, sabes que haría lo que fuera por ti y ayudarte.

Lucía se levantó de pronto, como si fuese un cadáver dentro de una tumba, que recobró la vida y el aire. ― ¿Lo que fuera?

―Sí, lo sabes bien.

―Bueno, entonces no me odies cuando te diga lo siguiente. ―Lucía se levantó del suelo. ―La maestra Rosaura dijo que las entrevistas están decentes; sin embargo, son tristes ya que solo una de los tantos pudo cumplir realmente su sueño.

― ¿Qué hay de Don Evelio?

―No cuenta, Meztli. La maestra dijo que el sueño de Don Evelio era abrir su verdulería, pero viviendo junto a su esposa; así que dijo que debía salir a buscar a esa persona. Entonces, me encontré al tarado de Javi, le conté que estaba a punto de saltar frente a un carro porque no sabía de donde sacar a esa persona , y él me dijo que conocía a alguien que conocía a alguien que pudo cumplir su sueño de la infancia.

Hasta ahí, capté las palabras de mi amiga, pero aun me encontré desconcertada del por qué dijo que no la odie, es decir, Javi no fue mi persona favorita, sin embargo, tampoco es como eso fuese un problema para mí, si es que ella le quería seguir hablando.



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En el texto hay: mexico, romance, personajeliterario

Editado: 30.08.2024

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