Por un deseo

15. Confiar en uno mismo

Iba a volverme loca. Estaba decidido.

La oportunidad que los tíos de Iván me habían brindado cayó como anillo al dedo. Los chicos, mi familia y yo coincidimos en que la promoción a esa magnitud nos haría un favor inimaginable, ya que más de la mitad de San Miguel leía las páginas de aquel periódico. Y es que, escribir una nota lo suficientemente buena para promocionar nuestro negocio de comida, quizás, en mi época de bachillerato, hubiese sido producida en menos de una hora; sin embargo, por alguna razón, la ansiedad y la inseguridad de escribir palabras horrendas me asechaban como si fuesen la versión maligna de mi propia sombra.

Era un trabajo real, es decir, por supuesto que la retribución económica faltaba, no obstante, si tenía éxito y mi nota salía publicada, claro que nuestro negocio estaría en la mira de varias personas más, lo cual se traducía en ingresos monetarios. Pero temía demasiado. La vida real, por primera vez, me pareció incomparable con la escuela, que hasta cierto punto podemos percibirla como un lugar seguro donde podemos fracasar sin que las consecuencias sean más allá de una mala nota.

Mi bote de basura ya estaba repleto de hojas arrugadas y hechas bolas. Ninguna me convencía. Cada versión de lo que quería comunicar era la peor, una tras otras. O así lo veía yo. Suspiré profundo. Traté de respirar calmada. Sabía que si conectaba conmigo misma, en un acierto impredecible, podía conseguir agrupar las letras de forma que tuviesen mínimo un sentido decente que pudiese presumir de la hazaña de colarse entre tantos autores calificados para cubrir una noticia de un periódico real. No escolar. No un noti chisme. ¡Se trataba de algo grande!

A las tres de la tarde llegué al quiosco. Ahí me reuní con Lucía quien al cabo de un rato se marchó apurada porque debía regresar a la universidad a terminar de editar el documental que presentaría los días siguientes en el auditorio de su escuela. Le deseé suerte y, ella corrió tan rápido que ni siquiera fui capaz de verla irse a lo lejos.

La garganta comenzó a irritarme. Sentía una pesadez en el estómago al igual que sequedad en la laringe. ¿Ya estaba listo? La oficina de correos cerraba el recibidor a las cinco y todavía debía ir en un viaje en bicicleta de treinta minutos para llegar.

― ¿Está feo, verdad?

Samuel me miró extrañado. Como un regalo del cielo, él había aparecido en el quiosco. Su camiseta amarillenta con el dibujo de un gatito pintando en el centro quitó mis dudas, pese a que había sido lo que captaron mis ojos antes de mirarle la cara. Si iba a recibir el consejo de alguien, ese tenía que ser de él. Tiré un par de hojas más. Escribí, borré, escribí y trituré. El borrador aun no lograba convencerme.

Envidié a esas personas que escribían del mismo modo que un músico toca una canción aprendida y ensayada una y otra vez. Conocía gente que sin pensarlo, escupía a través del movimiento de sus manos las palabras correctas que maravillaban a cualquier lector. Nunca fui de ese club. Yo repasaba mis escritos hasta cien mil veces si era necesario. Si bien era cierto que mi mayor enemiga solía ser yo misma, también la humildad surgía y reconocía, que tal vez, podía mejorar.

―Uno me sale más horrible que otro, Samuel ―lloriqueé en mi lugar―. Creo que lo mejor será que me rinda, es todo. Esa vida de periodista es para alguien más.

― ¿Cómo puedes estar segura de que le pertenece a alguien más, Meztli?

―Pues no lo estoy, pero tengo una corazonada. Es que, me da miedo que yo esté aquí lidiando con el estrés, echándole ganas, realmente, las ganas, lo vuelva a escribir y sea vuelva a quedar horrible.

―Inténtalo, Meztli. Ya tienes la base, solo mejórala.

― ¿Y si lo hago y no pasa nada?

― ¿Y si lo haces y pasa todo?

Un grito abrumador salió de mí antes de volver a concentrarme en escribir. Samuel tenía razón en que tenía la mayoría de la nota, solo faltaba pulirle aquellas partes que no convencían. Cuando terminé, suspiré y le dije: ―Léelo, Samuel. Puedes decirme la verdad. Te prometo que seré madura y afrontaré las opiniones de la crítica.

Samuel asintió mientras leyó concentrado. ―En general, la nota está bien ejecutada, pero algunas partes, quizás, suenen mejor si utilizamos otras palabras ―dijo y me pidió el lápiz. Entonces, con la goma comenzó a borrar ciertas palabras y reescribió―. ¿Te agrada cómo suena?

Tras leer aquellas oraciones desde el principio, me di cuenta que el cambio le había dado mayor naturalidad al ritmo de la narración de la nota. ― ¡Es perfecta! ¡Gracias, Samuel! ―le dije, emocionada mientras encerré su cuerpo en un abrazo.

Él se relajó y también me rodeó con sus brazos. ―Los siguientes días tendrán más clientes de los que podrán lidiar, eso te lo aseguro, Meztli.

― ¿Tú crees? ―pregunté cuando nos alejamos uno del otro, pero aun presenciando aquella sensación de desapego.

Samuel asintió, sonriendo.

¿De dónde nació? Desconozco.

El impulso de dejarme ser primitiva abatió mi razonamiento. Por un deje, quise permitirme en entrar en una transición de ser una simple humana a adoptar la identidad de un animal salvaje, careciente de raciocinio, manipulada por esas ganas emergentes desde el núcleo de nuestro subconsciente. Lo respeté. No olvidaba que a mi amiga le gustaba Samuel. Sin importar lo que sea que aquello significase o implicase para ella. Sabía que, si bien, Lucía nunca se lo confesara, tal vez, verlo conmigo o con otra chica que no fuese ella, le rompería el corazón. Y otra chica no daría cabida a aquel sentimiento de traición porque estaría distanciada del trasfondo de la situación, pero lo en lo que a mí respectaba, sería culpable y sería difícil perdonarme a mí misma.

Lo cierto recaía en que ignoraba el conocimiento de cuánto más podría aguantar. ¿Cuánto más podría tragarme la confesión si dolía como si vidrios rotos estuviesen pasando por mi garganta a la hora de ingerir? ¿Cuánto más negaría las sensaciones explosivas, iguales a fuegos artificiales, que erupcionaban desde mis intestinos?



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En el texto hay: mexico, romance, personajeliterario

Editado: 30.08.2024

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