Nadie tiene que hacerme saber que salir corriendo tras la respuesta esperada se coloca como una de las peores decisiones de la chica en cualquier historia de romance. Tras haber formulado aquella pregunta y escuchar las palabras salida de los labios de Samuel, salí huyendo deliberadamente, dejando al chico severamente perplejo. No volteé a verlo, pero lo conocía lo suficiente para aseverar tal acusación.
Esa noche, al llegar a casa, pasé de rápido a través de la sala. Saludé a mi mamá, a mi tía Hermila y subí las escaleras. El sonido de mis latidos retumbaba hasta mis oídos. ¿Qué fue eso? ¿Por qué corrí? Algo estaba claro. Tenía un gran respeto por Samuel. Lo quería demasiado. Los meses que convivimos solo hicieron que mis sentimientos por él evolucionasen a tal magnitud que la chispa que apenas nacía en mi estómago se extendiese a mis pies, a mis brazos, a mis uñas o a mi corazón.
¿Estar emocionada me convertía en una mala amiga?
Mi fidelidad estaba con Lucía. Ni por un millón de dólares la lastimaría de algún modo.
Sabía cuál era el siguiente paso. Conversar con ella. Como personas maduras.
― ¡Kiki! ―Salté de alegría cuando vi a la gata entrar por mi ventana―. ¡Le gusto a Samuel! ¿Puedes creerlo? ―le pregunté a la par que la cargué de los brazos―. ¿Qué si estoy feliz? ¡Sí! ¡Sumamente feliz! Ahora sí puedo decirte que Samuel es lo más cercano a los chicos de mis libros. Lo malo es que en unos meses se tiene que ir, eso dijo. ¿Crees en las relaciones a distancia?
Kiki maulló y la dejé en el suelo.
Volví a saltar emocionada y tiré mi cuerpo de espaldas a la cama de mi tía Hermila. ―Samuel como mi personaje favorito. Tal vez tener ese libro fue el anuncio de que lo conocería. ¿Estamos destinados, Kiki?
Y recapitulé los eventos en los que me vi envuelta los últimos meses. Samuel tenía razón. Solo cuando estamos al final del camino y miramos hacia atrás, nos damos cuenta del por qué y para qué, las cosas sucedieron como lo hicieron.
― ¡Dios! Gracias Diosito por darme a mí y a mi familia esta bendición de la estabilidad. En serio, estoy feliz. ―Sonreí―. Estoy feliz. Temo que la felicidad se desborde porque no me cabe en el interior. Amo a mi mamá, amo a mi hermana, a Abby, a mi tía Hermila, a la señora Rosy, a Lucía, a Felipe y a Samuel. Por favor, diosito, has que vivan muchísimos años más.
(...)
Dos días posteriores, mi tía Hermila miraba las noticias mientras pelaba las papas, sentada en la mesa. El anuncio de un Huracán categoría cinco entrando por el sur de México nos tomó a todos por sorpresa. Según los meteorólogos, en San Miguel estaríamos libre de ello, solo con una ligera lluvia; sin embargo, la empatía nos hacía sentir pena por los habitantes de la península de Yucatán. No quería imaginarme que pasaría si vientos de tal magnitud aterrizaban en tierra. Sería una catástrofe.
― Meztli, ¿sabes dónde está la libreta con los números telefónicos apuntados? ―preguntó mi mamá―. Quiero llamarle a mi amiga Cande que hace poco se mudó para allá.
― ¿La de las cuatitas? ―inquirió mi tía Hermila.
―Sí, ella. Y es que se fue sola, sin su marido. ¿Qué va hacer esa mujer con un huracán sin nadie que la apoye?
― ¡Santo Dios! Pídele a Gustavo que le eche una mano, Azucena. Que le compre despensa y nosotras le enviamos el dinero en la semana.
―Sí, Hermila, eso es lo que quiero hacer. Ya me contacté con Gus, dice que sin problema apoya a Cande. Su mujer va al mercado en un rato, y nos haría el favor, pero debo contactarme con mi amiga para que la ubiquen allá.
― ¿Y por qué no le pasas el número a Gustavo, Ma? ―le pregunté cuando salí de lavarme los dientes.
―Lo hice, pero como el teléfono es de la casa de los suegros, creo que pensaron que pudo ser su amante. ―Ella negó con la cabeza―. Ya sabes cómo son.
―Esa Cande se fue a meter a la boca del lobo ―comentó mi tía.
―Pregúntale a Xóchitl ―sugerí mientras coloqué la tira de la bandolera en mi pecho―. Voy a la casa de Lucía, ma. Al rato nos vemos.
Mi tía Hermila aventó una papa pelada en el caso. ― ¿A estas horas? ¿No escuchaste que habrá lluvia esta noche, niña?
―Lluvia, más no un huracán, tía ―repuse, riendo.
Había postergado mi conversación con Lucía lo suficiente. Dos días en los que tampoco hablé con Samuel más allá de saludarlo a lo lejos cuando pasé cerca del local de Don Evelio. Así que sin más excusas, subí a la bicicleta y partí mi viaje a la casa de Lucía. Una vez que estuve frente a la fachada de la tienda de películas encadené mi vehículo de dos ruedas en la herrería donde ponen la basura. Fue innecesario tocar el timbre. A través del cristal pude ver al papá de Lucía atendiendo a un cliente. Pasé, no sin ser anunciada por la campana, saludé al señor y pasé directo al pasillo que conectaba con el interior de la casa.
La señora Ramos estaba concentrada delante de la mesa de costura mientras cocía lo que parecía una vestido amarillo. Ella levantó la mirada en cuanto sintió mi presencia, saludó y dijo que podía subir si quería ya que Lucía estaba gritando desde la última hora por problemas de la escuela.
― ¡Meztli! ¡Qué bueno que llegaste! ―Me arrastró hasta un pequeño sofá situado frente a la televisión―. Tienes que verlo y decirme tu opinión. No diré nada para evitar cualquier interferencia entre tu crítica y la crítica, ¿de acuerdo?
―Sí, pero ¿qué es?
―El documental, Meztli ―dijo ella, rápidamente―. Está terminado, o según yo, lo estaba. Felipe y yo concluimos la edición hace dos días y pensamos: vaya, que chingones somos. Amiga, la entrevista a los tíos de Iván fue una locura. La mayoría de mi salón de clases estaban extasiados por la historia de amor entre ellos. ¿Cómo no estarlo, verdad?
―Es lo que dije.
― ¡Bien! ¡Sí! Cuando un director de cine proyecta su más preciada obra de arte a una audiencia, quizás tarda en darse cuenta si al público le gustó o no, pero las reacciones sirven como un previo de lo que puede esperarse.