Empujé la reja de la casa. No había manera en el mundo que yo dejase que todo acabase sin intentar remediarlo. Después de la revelación de Samuel, él dejó caerse en el pavimiento como si toda energía que sucumbiera de su interior lo abandonase en un segundo. Tuve que ayudarle a moverse. Pasé mi brazo alrededor de él para que se apoyase en mí y ambos pudiéramos abandonar la calle de la fuente. Para aquel punto, la lluvia densa otra vez se había soltado sin considerar nuestra presencia.
Mi mamá fue la primera en vernos entrar. Ella estaba sentada en la mesa del comedor con mi tía Hermila, la señora Rosy y mi hermana. Cartones de lotería con granos de lentejas evidenciaban que habíamos interrumpido el juego con nuestra lamentable y triste situación. Conduje a Samuel hasta el sofá de la sala y dejé que cayera con cuidado.
― ¿Qué les pasó? ¿Por qué vienen empapados, Meztli? ―quiso saber mi mamá mientras se acercó a nosotros.
― ¿Qué le pasa a Samuel? ¿Se siente mal? ―inquirió mi tía a la par que se acercó y puso su mano en la frente de él. ― ¡Dios Santo! Está hirviendo. Xóchitl, trae una compresa con hielos, apúrate.
Mi hermana se dirigió al refrigerador.
La señora Rosy, quien tenía expresión de entender muy poco, se levantó de la silla.
― ¿Le pasó algo, Meztli? ―preguntó mi mamá.
La voz de mi interior se bloqueó, lo cual hizo que la voz evocada de mis cuerdas vocales no tuviese la fuerza de salir. ¿Qué pude haberles dicho? ¿Cómo puedes explicarle las cosas a alguien más si ni siquiera puedes explicártelo a ti mismo?
― ¿Qué es lo que trae en la mano? ―preguntó la señora Rosy―, ¿hongo? Tengo un remedio casero para cualquier malestar físico.
Xóchitl le dio a mi tía Hermila el trapo con hielos.
―Creo que Samuel va a desaparecer ―me escuché pronunciar aquella aceptación en un susurro mientras mi mente terminaba de comprender la locura que sucedía.
―Pero, ¿qué dices, Meztli? ―preguntó mi mamá, preocupada―. ¿Cómo que desaparecer?
―Algo aquí huele bastante mal ―confesó la señora Rosy al tiempo que se acercó a Samuel para escudriñar su mano entrelazada con las raíces de la moneda―. Cuando te conocí detecté una vibra extra en ti, muchacho. Tú no perteneces a este mundo, ¿verdad?
―Qué va, Rosario ―le dijo mi tía, molesta―. Estás viendo que el chamaco está casi desmayado y le sueltas esas sandeces.
―No soy sandeces, tía ―intervine yo―. Creo que Samuel de verdad no pertenece aquí. Desconozco si tiene relación, pero yo hace unos meses compré un libro secreto que una señora me ofreció, dijo que era especial. Pensé que se refería a la historia no a que su protagonista salía de las páginas, ¿me entienden? ―dije todo eso sin respirar―. Entonces lo abrí, había un par de monedas sin valor porque Felipe dijo que no tenían nada de oro porque es alérgico a los productos de fantasía y debe cerciorarse que sea lo que se ponga, él y su hermana, sea oro. Oro real. Y dije, está bien. Me importa poco. Las monedas son hermosas, pero el día que Iván. ―Decidí guardarme esos detalles para mí―. No importa. La cuestión es que Lucía me dijo que pidiese un deseo en la fuente de Tenerías.
― ¿Y lo hiciste? ―interrumpió la señora Rosy―. Meztli, ¿lo hiciste?
Asentí mientras el llanto comenzó a brotar de mí. La culpa de nueva cuenta, aparecía y acedía a mi persona. ¿Qué hubiese sucedido si no hubiera puesto la moneda en las manos de aquella fuente?
Los tres pares de ojos parpadearon confundidos.
―Ay niña ―dijo la señora Rosy―. A esa fuente hay que tenerle respeto. Les he advertido a todos aunque me tilden de loca. Meztli, debes entender que todo tiene un principio y un fin. La vida es un ciclo y los fenómenos espirituales también.
― ¿A qué te refieres, Rosy? ―preguntó mi mamá―. ¿Quieren que crea que este muchacho es una criatura fantástica como en las películas?
―Podemos intentar algo ―declaró la Señora Rosy, ignorando la pregunta de mi mamá―. En estos casos debemos mostrarle nuestra humildad al Señor y pedirles a los santos espirituales que nos concedan la petición.
― ¿Se puede? ―inquirí mientras vi como Samuel se removía en el sofá.
La señora Rosy dijo que sí con un movimiento de cabeza. ―Debemos sacar su alma y traerla de regreso a su cuerpo, de otro modo, corre el riesgo de divagar en el plano ancestral vacío.
― ¿Eso es legal? ―preguntó mi hermana, asustada―. ¿Qué se supone que significa tal cosa, Rosy? ¿Soy la única que piensa con la cabeza? ―preguntó ella a la par que caminó al teléfono de la casa―. Ese chico está muriéndose. Tal vez le picó un animal venenoso y nosotras estamos aquí perdiendo el tiempo. Señora Rosy, la respeto demasiado, pero hay cosas que debemos dejárselo a los doctores.
Samuel murmuró un quejido.
―Sí, coincido con Xóchitl ―dijo mi mamá―. Hay que llamarle a la ambulancia. Este chamaco se nos va a desmayar y quien sabe si despierte.
― ¡Que no! ―exclamó la señora Rosy―. Sé de lo que hablo. Hay que hacer una intervención espiritual, señoras, y hay que actuar ahora.
―Esto es el colmo ―interrumpió mi tía, poniéndose de pie―. ¡Xóchitl, llama a esa ambulancia!
―Mamá, la señora Rosy tiene razón ―dije yo, casi sin falta de oxigenación. La situación comenzaba a tomar más de lo que podía ofrecer. Creo que me sumergí en un estado de disociación en el que por más real que se sintiese el escenario y que, claramente, no era un sueño o pesadilla, a la vez había una sensación de que no estaba viviendo aquella escena digna de una obra teatral.
Hasta ese momento, lo más mágico que me ocurrió en la vida había sido que me leyesen la mano y la señora me dijese que iba a recibir una fortuna inesperada, y por inesperada me refiero a que fue una sorpresa encontrarme un billete de diez pesos tirados en el suelo, porque, yo nunca encontraba dinero, es más, se me perdía.
El griterío de todas las presentes resonó en la pequeña sala donde se desarrollaba la escena más disparatada que una familia común y corriente pudiese experimentar. Por un lado, estaba la postura de mi tía, mi mamá y Xóchitl, quienes repetían que lo racional era pedir una ambulancia para que atendiesen a Samuel a la brevedad posible, y por el otro lado, estábamos la señora Rosy y yo, tratando de convencer que la magia existía.