Por una Navidad Feliz

CAPÍTULO 2: CASA DE MUÑECAS.

“Cuando aprendas, enseña. Cuando recibas, da”. 

-Maya Angelou.

 

 

La época había sido perfecta para Daniel Oliver Kingston ese año; igual que en cada una de las navidades anteriores, desde que había comenzado con su negocio.

Él estaba realmente feliz, pero siendo honesto, también se sentía terriblemente estresado.

Las ventas aumentaban, pero también el compromiso junto con las ganancias.

Tenía dos días enteros con dolor en el cuello y la espalda. Ni siquiera había podido entrenar últimamente.

Estaba decidido a dormir esa noche, así que pensó que era una gran idea entrenar y luego irse a dormir como un bebé.

Entrenó por dos horas, hasta que sintió que ya su cuerpo no daba para más.

Apagó la música y cerró su gimnasio con llave, como siempre que terminaba.

Planeaba dar un vistazo al almacén, pues tenía tiempo que no lo hacía, pero sus planes se vieron interrumpidos cuando escuchó algo.

Sus oídos aun zumbaban, después de tanto rato escuchando la música con mucho volumen... Pero él no tenía dudas de que estaba escuchando algo extraño.

Era como un golpe suave, pero insistente.

Caminó con sigilo y el sonido se hizo cada vez más insistente.

Él pensó en llamar a la policía, pero luego se le ocurrió que, quien estuviera allí dentro, terminaría huyendo al escucharlo hablar.

Decidió obedecer a su arranque de valentía y enfrentar la situación él mismo.

Cuando llegó hasta la persona, se quedó asombrado.

Era una mujer.

Era baja, de caderas pronunciadas y piernas gruesas, por lo que podía ver... Pero eso no lo impactó tanto como el hecho de que ella parecía decidida a sacar una caja que estaba debajo de otras.

Notó que estaba usando lo que parecía ser un uniforme de alguna tienda de comestibles y sintió mucho enojo.

¿Cómo se atrevía a meterse a su almacén y cómo lo había conseguido?

¿Acaso él había dejado el portón abierto?

¿Por qué demonios había entrado a su lugar?

¿Era loca? ¡Una persona cuerda no se atrevería a robar dentro de su almacén!

La mujer seguía insistente con la caja y él frunció el ceño al identificar el juguete; era una casa de muñecas que traía todos los miembros de la familia.

Lo confundió un poco eso, pues realmente era uno de los juguetes menos buscados por los niños.

Preferían pistolas de agua, balones, patines, muñecas o los juguetes que recién acaban de salir en el mercado... No una casa de muñecas anticuadas.

La mujer siguió forcejeando con las cajas hasta que él la vio sacar lo que estaba buscando.

Sorprendentemente, no dejó caer las demás.

Él la vio abrazarse a la caja desde atrás y su enojo aumentó aun más.

—¿Qué cree que está haciendo? —preguntó furioso.

La mujer, al ser sorprendida por él, dio un salto y soltó un gritito.

Abrió la boca, dispuesto a seguirle reclamando por lo que estaba haciendo, pero justo en ese momento vio cómo las cajas a un lado de ella se tambaleaban.

Él pensó que al final se estabilizarían sin caer; pero el destino tenía otros planes.

Las cajas comenzaron a caer como si estuvieran en cámara lenta. Una a una fueron cayendo las columnas y él sintió que cada caja que caía al suelo le hacía una grieta nueva a su autocontrol... El cual, por cierto, ya estaba muy maltrecho.

—¡¿Que demonios estás... ?!—comenzó a preguntar, pero el sonido que hizo otra muralla de juguetes al caer lo interrumpió. Observó a la mujer furioso y se dio cuenta de que, no solamente era muy bajita, sino que además era lo más parecido a un hada que él había visto en su vida. —¡¿Qué...?!... No. Ni siquiera preguntaré, porque es estúpida la pregunta cuando todo es tan obvio. —agregó en un gruñido.

Megan no sabía qué hacer, así que reaccionó de la única forma que pudo; se quedó totalmente pasmada.

—¡Así que no piensa decir nada! ¡Qué desfachatez!—exclamó, poniéndose las manos en las caderas y, fue justo en ese instante que ella se dio cuenta de que el hombre no estaba usando camiseta. Era musculoso, ese era un hecho más que establecido.

—¡Nunca nadie se atrevió a robarme! ¡Deme una sola razón para que no llame a la policía en este instante y me encargue de refundirla en la cárcel! —gritó y ella vio cómo sus cuerdas vocales se tensaron contra su cuello por el esfuerzo.

En ese momento, cuando notó la guapo que era el hombre, fue que ella se dio cuenta de lo que había estado haciendo y lo vergonzoso que era el hecho de que él la hubiese atrapado haciéndolo.

 




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