El agua está demasiado caliente, nadie en su sano juicio se metería a bañar ahí, pero a ella siempre le gusto el agua demasiado caliente, siempre dijo que le relajaba y le ayudaba a pensar.
Ahora, ella está ahí, sentada en la tina sin responder a nada, antes, si tan siquiera se me ocurría pararme frente al baño mientras ella se duchaba la ponía nerviosa y comenzaba a regañarme, hoy ella ni se inmuta mientras inevitablemente la toco al lavar su cuerpo.
- Jamás me imagine llegar a estar en esta situación le confieso avergonzado - y realmente, me encantaría que ahora me reclamaras y me golpearas, que hicieras algo... cualquier cosa que me haga saber que estas aquí.
Ella mantiene su mirada en el horizonte, por más que intento, aun no puedo resignarme, aun creo en que pronto volverá y me mirara como antes, con ese amor que siempre estuvo dispuesta a ofrecerme.
- Tus padres llamaron hoy, se notaban muy sorprendidos cuando les dije que aun cuidaba de ti, que logre que comieras gelatinas de vez en cuando, creo que se sienten avergonzados, ¿sabes?, parece que se arrepienten de haberte dejado… aunque me gustaría que lo demostraran viniendo a verte en lugar de solo telefonear una vez cada tres meses.
Su rostro se ensombrece aún más, esas son las señales que me hacen saber que aun está aquí, que puede oírme, que sabe de lo que le hablo y, aunque me duele lastimarla de ese modo, es la única forma en la que puedo lograr que reaccione.
- No te preocupes, yo aún estoy contigo y no me pienso mover… ¿te imaginas?, un día te levantaras, caminaras con paso firme como siempre lo hiciste y les dirás a tus padres “Estoy aquí, me levante a pesar de que desconfiaron de mí, otra vez”, querrás que grabe la experiencia porque necesitaras ver la reacción de sus rostros una y otra y otra vez, tu hermana se reirá junto a ti y después te regañara, te pedirá que borres la evidencia…
Con cuidado, paso mis manos por debajo de sus rodillas y por sus axilas para poder sacarla de la tina; su cuerpo ligero y esquelético no opone resistencia alguna, la cubro con una toalla que la envuelve como si fuera un bebe, parece pequeña a pesar de que siempre fue alta, parece tan desprotegida, tan vulnerable, y… tan rota.
- Lo tienes que superar – le digo sin pensarlo siquiera – sé que fue duro, que te lastimaron y torturaron, que casi mueres, ¡pero no lo hiciste! Por favor, olvida ya esa jaula en la que te has encerrado y vuelve, demuéstrales a todos que tú eres más que esto.
En un punto de toda mi suplica comencé a gritar, a llorar y a golpearme contra la pared, estoy consciente de que estoy cayendo en la desesperación, de que, al igual que sus padres, las ganas de abandonarla me consumen.
Limpio mis lágrimas y me dedico a secar su cuerpo, mientras la recorro con la toalla, veo con claridad todas las cicatrices que le atraviesan, con aquellos moratones que jamás se borraran; al verla así ya no parece una muñeca de porcelana, sino una especie de muñeca vudú, y sin importar cuantas veces la vea así, nunca me acostumbro. Las lágrimas brotan de nuevo y el suplicio diario vuelve a mí.
- Aquella vez no quise engañarte, juro que no quería, todo fue culpa de nuestras malditas discusiones, me quise alejar para que ambos pudiéramos reflexionar y pudiéramos arreglar las cosas, pero en su lugar, acabe por traicionarte, si no lo hubiera hecho nada de esto habría pasado, si tan solo me hubiera quedado… pero decidí huir como un cobarde y tú… tú ahora estas así, todo es mi culpa, mi maldita culpa.
Ella también está llorando, no sé si llora por la misma razón que lo hago yo, pero sé que ella siempre odio llorar, así que limpio mis lágrimas y después limpio las de ella, acariciándola suavemente con el dorso de mi mano, mientras lo hago, no puedo evitar tararear una canción de cuna por lo bajo.
-¿Recuerdas? Siempre me cantabas esa canción cuando me sentía mal, hacías lo que yo hago ahora, después me besabas la mejilla y me pedías que nos dibujara, con una cara sonriente; ahora es mi deber dibujar una sonrisa en ti, consolarte como lo hacías tú y amarte como siempre lo hice.