Posdata...

VI

 Los siguientes pasos fueron lentos, uno a uno, sintiendo el aire fresco golpeando en mi piel. El sol iluminó en mi rostro una sonrisa con gran inmediatez. Atrás los chicos seguían mis pasos con coordinación.

 Alexander se encargó de poner una tabla ayudándome a bajar de aquel barco tan familiar ahora para mí. Divisé un camino y pasé lentamente por allí, estaba cubierto de árboles a su alrededor, el césped cubierto de un suelo de flores rosas, parecía tan mágico que caminar por ahí me hizo sentir intrusa.

 Mire para atrás, los pasos que ya había dado, los chicos que me seguían con admiración a cada cosa de su alrededor y estudié el barco...

 Aquel que me trajo a este lugar, que compartimos preciosos momentos junto a estos señores y construimos una linda amistad.

 Enderecé mi vista, era una isla cubierta de Árboles de Amor, ese nombre dado fue por lo romántico que se percibía por aquellas flores tan delicadas. Especies de plantas habían a asaz, de cada tipo inimaginable, de altura, de colores, jamás había visto algo así.

 El viento creaba remolinos con las hojas que cayeron, parecía que marcaban el camino por el cual marchábamos, jamás paramos ni un segundo, había tanto para ver que queríamos llegar al final.

 Si habían personas aquí, podría imaginar porque no volvieron al mundo real, pues lo que se ve aquí destruido sería allá.

 Me asombré cuando el camino se amplió con presteza, creando una gran ampliación del césped más verde y cuidado que había visto jamás, pero eso no fue lo único que me asombró, si no el hecho de que en cada rincón, habían cabañas.

 Cabañas sencillas, con la madera mas oscura, sin ventanas y con enredaderas por las paredes; me di la vuelta para ver la reacción de los chicos; estaban tan conmocionados como yo.

 Llegaban a ser al rededor de las cuatro de la tarde, el sol caía y el frío se empezaba a sentir pero aún así no se veía persona alguna. Las chimeneas estaban encendidas,sin dudar, percibimos que alguien vivía aquí, de seguro.

 -Esto parece ser una realidad alternativa, todo es tan bello- Exclamó Francis mirando a cada lugar que le era posible.

 -No os emocionéis, no sabréis todavía lo que podrán encontrar- Advirtió el señor Don Íñigo, mirando con desconfianza.

 Alexander pasó por delante de nosotros diciendo -Capitán no desconfíe, que tal tierra es incapaz del mal, con la belleza que esconde- se paró frente a la primera puerta, aquella cabaña que estaba en el centro y la más grande que se divisaba.

 -Hasta las rosas más bellas pueden tener espinas Alexander, cuidaos- Le respondió, pero su comentario se perdió en el aire cuando la puerta se abrió y salió una pequeña niña de lo más tierna.

 -¡Oh!- Exclamó él siendo el primero en encontrarse con ese panorama y no saber como reaccionar.

 La nena nos miraba desconcertada, parada ahí, con sus ojos negros abiertos de par en par y su boquita chiquita formada en una gran O signo de gran sorpresa.

 Todos nos mirábamos los unos a los otros, sin saber que hacer o que decir, hasta que apareció una mujer por nuestras espaldas.

 -Hola ¿Quiénes son ustedes?- Preguntó con un acento claramente diferente al nuestro, pero castellano igual. Cruzó entre nosotros con una canasta, olía a pan recién hecho así que no me sorprendería si eso contenía, llegó hasta la niña y la aupó a un lado de su cadera.

-Buenas tardes señora, lamento el importuno, vinimos hasta aquí en busca del emisor que escribió una carta de amor y llegó hasta esta chica- Le explicó Don Íñigo señalándome -la cual deseaba con todo su ser conocer a esa persona-

-Dudo que alguien aquí tenga familia en el exterior o inclusive conozca a alguien- Respondió tajante.

-Pero señora...-Iba a decir pero me cortó con rapidez

-No, le digo que aquí no hay nadie que conozca a alguien allá afuera-

 Nos miramos sin entender, se notaba que algo le molestaba con referencia a lo que no estaba en esta isla, pero no quisimos entrometernos más, por ahora.

-Mami tendo hamble- Pronuncio la niña con voz dulce y algunas palabras mal habladas, aunque se le entendía igual.

-Si, vamos a comer- Le respondió ella -Vengan, se morirán de frío afuera- Nos decía mientras nos invitaba a entrar.

 Parecía ser una buena mujer, aunque su humor no sea el mas deseado, pero quien brinda cobijo jamás podría ser mala persona ¿o si?

 -Le agradezco su hospitalidad señora- Comentaba Francis mirando a cada lado de la casa, la señora, que parecía que no le había visto anteriormente se mostró asombrada y derretida a la vez por el tierno comentario de Francis, aunque solo fuera cordial. Me pareció que los niños eran su debilidad.

-Oh no mi niño, no hay que agradecer. Vengan, sentaos, les haré café- Alexander al oírla explotó en una carcajada, un acto extraño ya que no había dicho nada gracioso y al darse cuenta que todos le veíamos, calló abruptamente.

 La cabaña era muy acogedora, con una calidez asombrosa y en diferencia a la mujer, se sentía una muy buena vibra. Me gustaba esta cabaña, va, todo de aquí me gustaba; realmente, juraría a cualquier persona que este lugar es una maravilla tan perfecta que ningún lugar estaría en competencia, ni siquiera llegarían a la mitad.

 Todos estábamos sentados en la mesa, tomando cada uno su respectivo café, solo mirándonos a la cara, si un mosquito pasase por aquí su zumbido se escucharía a la perfección pues el silencio que había aquí dudo que se consiga todo el tiempo.

 Pero de un segundo a otro, sonó un estruendo que nos dejó a todos acelerados, sin saber exactamente que estaba sucediendo.

 La puerta se abrió de par en par y el frío se coló por la puerta con rapidez, erizando la piel de cada uno de nosotros sin devoción.

 De allí apareció una mujer con una gran sonrisa plantada en su rostro, hasta cuando nos vio a nosotros, rió y exclamó -Oh yo sabía que teníamos visitantes, no todos los días se ve un gran barco en las costas de esta pequeña isla-




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