Llegó la hora de la salida y Jenny seguía esperando que le recogieran. Mientras un aguacero caía fuera.
"Señor Jones. ¿Donde está?". Se preguntaba Felicia.
Ya pasaban de las 6:30 pm y no cogía el teléfono cuando ella le marcaba.
—Ésto es intolerable. Hablaré con la rectora mañana sobre éste asunto. No podemos seguir así. También tenemos nuestras vidas. No solo es cuidar niños de otros.
Jenny levantó la vista hacia la señora Miltown por el tono de voz que usaba.
—No hace falta — intervino Felicia en su discurso —. Yo la llevaré.
—¿Tú?
—Si.
La señora Miltown le observó con sospecha.
—Vivimos cerca. Así que la llevaré conmigo. Le dejaré un mensaje al señor Jones y una nota con Arthur.
La señora Miltown no preguntó más pues ya quería irse. Tomaron sus cosas y cada una se fue a casa.
Fue una decisión un tanto precipitada por parte de Felicia pues no sabía que opinaría el señor Jones. Pero tampoco deseaba que aquella niña siguiera ahí sin cenar y con el frío que hacía.
—Bienvenida Jenny — anunció abriendo la puerta del apartamento.
—No tiene televisión — observó la niña caminando por la pequeña sala.
Jenny curiosa tocaba casi todo lo que encontraba en el apartamento. Parecía un arcoiris por dentro. Colores, texturas y formas chocaban con los muebles y las paredes de color pastel contrastando con los accesorios de la cocina con tonos más fuertes, como las tazas amarillo chillón.
Y que decir de la delicadeza que encontrabas junto a cada ventana para darte la sensación de ser rincones dedicados a la lectura.
La estantería con sus tapas coloridas era recorrida por el pequeño dedo índice de Jenny.
—Jenny. Haré macarrones con queso. ¿Está bien?
—Si, pero me gustan de estrellas.
—Solo tengo de letras Jenny. Aunque. — Rebuscaba en el estante —. Aquí hay unos tornillos.
—Entonces tornillos.
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Richard corrió bajo la tormenta hacia el colegio. Estaba cerrado.
La desesperación lo abrazó al instante, era demasiado tarde y llovía. Seguro su hija no había comido. Pero ¿Donde estaba? Y ¿Por que ya habían cerrado el colegio?
El móvil seguía muerto. ¿Por que las irresponsables de aquel establecimiento echarían a una niña a la calle? Les demandaría por aquella atrocidad.
El conserje salió. Al ver al hombre abatido y bien vestido debajo del aguacero, preguntó por que se encontraba ahí.
Richard explicó la situación atropellando las palabras. El conserje comprendió que de trataba aquella niña que siempre dejaban al final del día.
—Claro, claro usted es el padre de Jenny.
—Si, si — respondió agitado.
—Si, la señorita Williams dejó esta nota para usted.
"La he llevado a casa. Éste es mi número 603-542-9610
Por favor no se angustie demasiado
F".
—Gracias, gracias — dijo el hombre metiéndose al auto. — Bien, bien. A casa. ¿Cual casa?
"Pero que mujer más estúpida.
¡¡Como pone en la nota 'a casa' si no sé dónde vive.
¡¿Se refiere a su casa ?! ¡¡¿A la mía ?!!¡¿Donde ?!".
Richard seguía maldiciendo mientras esperaba el cambio en el semáforo y estrujando el trozo de papel que tenía en la mano.
Se detuvo en una gasolinera y pateó el auto. Pasaba sus manos por su cabello desesperado. Nunca había extraviado a su hija, nunca la había dejado olvidada en ningún lugar como les ocurría a algunos padres. Nunca había pasado separado de ella más tiempo del que era necesario.
Por lo que desconocer ¿Donde se encontraba? Y ¿Con quién? Aunque eso ya lo sabía, era suficiente como para ponerlo ansioso.
Entró en el establecimiento contiguo para pedir el teléfono y llamar a la tonta que había secuestrado a su hija.
" Eso es un secuestro. Le demandaré también por .."
Tuvo que marcar el número una segunda vez pues se había equivocado por el nerviosismo, cuando entonces notó que en la parte trasera del papel estaba anotada una dirección.
— ¿Diga? ... ¿Hola?
Atónito reconoció la dirección. Era el apartamento que estaba a dos puertas del suyo.
—Eh... Hola. Si lo siento yo...
—¿Señor Jones?
—¡Si! Si.
—Oh señor Jones, me alegro saber de usted. Jenny está bien. Está en mi apartamento. Soy su vecina.
—Si. Claro, yo estoy por llegar. Estoy a un par de calles
—¡¿Papá?!
Una vocecilla resonaba en el fondo.
—¿Jenny? Cielo aqui estoy.
¿Estás bien? — Sonaba igual de preocupado como si tuviesen a su hija como rehén.