La Sala de autopsias estaba iluminada por la luz de una lámpara, que proyectaba sombras danzantes, de un valls siniestro de elementos corto punzantes, líquidos viscosos color carmesí, y órganos muertos que uno a uno terminaban en una balanza, mientras sus registros quedaban consignados para el informe final del Médico Forense. El cadáver de Joe Materson descansaba desnudo sobre una plancha cromada, enmarcada en un sistema de canales sencillos para el escape de los fluidos. Sus manos estaban paralelas a su torso, sus piernas estaban separadas en un perfecto ángulo de veinte grados, y sus pies se encontraban apuntando en direcciones contrarias. En el dedo más grueso de su pie izquierdo; atado con un hilo de nylon, se encontraba la etiqueta con su nombre, y el color de su piel se tornaba tan blanco como las nubes febriles de enero. A dos metros se encontraba otra plancha de iguales proporciones, y al frente de cada plancha, había un mesón que llegaba a la altura de la cintura de una persona, con dos gavetas horizontales en la parte superior, y dos puertas verticales en la parte inferior, donde se guardaba todo el material para el propósito de la sala.
A un metro de altura de las cómodas, había un estante para ubicar botellas de alcohol, cloroformo, formol y otros líquidos propios del recinto.
Sobre los dos mesones del lugar descansaban las balanzas, donde eran pesados los órganos de los difuntos. La sala de Autopsias ofrecía un ambiente neutro, gracias al color beige de las paredes y unas líneas en forma de mosaico color rojo, que combinaba a la perfección con la tonalidad de la sangre. Carl Donovan, patólogo forense, encargado de la autopsia, se encontraba realizando el examen externo del cuerpo. Trató de escabullirse de la Morgue para cumplir una cita personal, pero cinco minutos antes de salir le encomendaron la tarea. No había nadie más disponible en el sitio, y para la funeraria era indispensable que el cuerpo fuera entregado antes de las tres de la tarde, para los preparativos de su velorio.
Revisó su reloj de pulso y este marcaba las once y treinta y dos de la mañana. Echó un vistazo al reloj de pared y comprobó, que la hora era casi la misma, de no ser por el minuto de más que marcaba este reloj. Deseaba terminar lo más pronto posible, pero sin embargo quería hacer bien su trabajo, como siempre le caracterizó. Ya había descartado su cita pero el límite de tiempo implicaba que tenía que ser muy ágil. Debía tener el cuerpo listo para antes de las tres. Solo había un asistente disponible, que de hecho, era tan solo un estudiante. La Morgue estaba implementando una política de moderación en sus gastos, por solicitud expresa del la firma propietaria del lugar, y con cumplimiento inmediato. Así que recurrieron a realizar un convenio con una escuela forense de la ciudad, en la cual la institución le enviaba practicantes para entregarles funciones de apoyo y asistencia a los forenses del lugar, a cambio de que la morgue permitiera que la institución impartiera ciertas clases y prácticas dentro de su recinto.
Donovan no aprobaba el acuerdo porque había tenido algunos problemas con esos practicantes. Algunos no manejaban la terminología necesaria, y sentía que a veces tenía que hablarles como a un niño de cinco años, para hacerse entender. Otros demostraban que no servían para el oficio. Tenía que presenciar numerosos desmayos cuando los practicantes veían los cadáveres, y ni que decir cuando le asignaban tareas de monitoreo de las salas de autopsias, y veía a la mayoría del grupo de estudiantes devolver el almuerzo, en escenas páteticas y miserables en su opinión. Cuando presenciaba dichos sucesos, intercambiaba una mirada con el maestro de turno, y una sonrisa burlona y cómplice se dibujaban en sus labios, desaprobando la escena.
Aquella mañana le habían asignado a Mike Rase para que lo asistiera, quien sintió que esta era una oportunidad de oro para demostrar sus capacidades, y así acabar con la mala fama que se había creado, gracias a sus compañeros de prácticas.
Ahora frente al cuerpo de Joe Materson, Donovan revisó cada una de sus cavidades, eliminando cualquier tipo de fluido, y posteriormente limpió el cadáver para evitar la contaminación de evidencias, en caso de que se tratara de un homicidio. Aunque el informe del hospital decía que el hombre que tenía ante sí, había fallecido por una falla cardíaca. Sin embargo trataba todas las autopsias como si pudiera haber algo más, que pudiese escapar a su procedimiento, pero hasta el momento no lo había encontrado.
Para Donovan, solo existía un tipo de Autopsia, y era aquella en la que provocaba la menor intervención posible en el cadáver, pero sin dejar ningún detalle al azar, y principalmente, porque no quería ser responsable de que un dictamen erróneo a causa de un procedimiento realizado por él mismo, se convirtiera en una orden de exhumación por parte de algún Juez de la Ciudad.
Su asistente, Mike Rase, le acercó una bandeja movible donde se encontraban todas las herramientas necesarias para iniciar con el proceso, en las que podían verse: Un bisturí, unas pinzas aserradas y otra con dientes, un costo tomo, un cuchillo de disección, un cuchillo de amputación, unas tijeras largas curvas. Un martillo y cincel, un clamps, separadores, esponjas, sierras, hilo, agujas y grapas.
— Gracias, muchacho — le dijo Donovan, a su asistente
— Ahora quiero que estés muy atento a lo que te ordene, y responde lo que te pregunte — continuó, Donovan — No quiero cuestiones y no quiero que te dirijas a mí, si no te lo pido. No hagas ninguna exclamación y por favor no te desmayes. Si te sientes mal, sal del lugar y dirígete a tu institución y pide la baja. Si te sientes mal, no sirves para esto. Si pierdes el sentido te prometo dejarte aquí para que duermas con los muertos. Pero si me obedeces y puedes mantenerte erguido y tranquilo, lograrás demostrar que no eres como los demás chiquillos, que no tienen ni idea en lo que se han metido. ¿Entendiste?
Editado: 15.09.2024