Pradera verde

Capítulo 1

año 170 D.E

Otro despertar más.
En esta urbe vivo, en Ciudad Férrea, una comuna ubicada en un antiguo depósito de trenes que seguramente tuvo mejores días.
La mayor parte de nuestra infraestructura está reciclada de los mismos trenes y vagones que aún quedan.

(Suena una alarma.)

Altavoces:

“Buenos días a todos los habitantes.
El día de hoy se inicia la selección de los nuevos miembros para el servicio a la comunidad.
Recuerden: somos la última esperanza que queda.”

Mensaje en bucle.

Supongo que se acabó el descanso y es hora de seguir el protocolo.
Pertenezco a las tropas de exploración; tengo el rango máximo en eso, así que solo me queda esperar la misión que me asignen.
Mis padres son almirantes, y de seguro me mandarán en solitario. Me lo repiten desde que era cabo, y ya me tienen harto.
Hace diez años que no los veo, y no los extraño.

Altavoces:

“Las tropas de exploración, presentarse en la Academia.
Se les asignará su misión.”

Mensaje en bucle.

Horas más tarde.
La Academia es el lugar donde entrenan a todos los cuerpos de la milicia: exploradores y soldados.
Fui elegido para el servicio de exploración, en parte porque casi nunca salimos a la superficie, pero cuando lo hacemos, la mayoría no regresa.
No sé si mueren o se quedan allá arriba… tal vez solo les hace falta algo de luz natural.

Hace tiempo tenía un amigo en la tropa de guarnición, pero un día lo mandaron a una misión en la superficie. Desde entonces, silencio.

En la academia vi a todos mis compañeros de generación. Somos la Generación 17.
Solo quedamos ocho; de los veintidós iniciales, solo nosotros completamos el entrenamiento.
Me pregunto qué fue de los demás. Según escuché, si no cumples lo requerido te reasignan a otras ramas militares. Supongo que hay destinos peores que otros.

Una vez en la academia, volví a ver a mi antiguo mentor, el General Titus.
Más viejo que la última vez que lo vi —y eso fue hace siete años—.
Era estricto, pero sabía entrenar.

Empezó a llamar a mis compañeros, uno por uno, hasta que llegó mi turno.

—Hola, muchacho. Cuánto tiempo. Cuando te entrenaba pensé que no llegarías tan lejos, pero me alegra verte aquí.
Tú tienes la misión más importante de todas: recolectar los datos de Ribera Grande, base 19 de Ciudad Férrea.
Se te asignará el kit de exploración: una mochila, un kit de comida, un filtro de agua, tu rifle reglamentario y una navaja.
Recuerda completar la misión en al menos tres meses.
Tus padres te estarán vigilando.
Ribera Grande está en Fallen Hills, a ciento cuarenta kilómetros.
Toma este mapa; está algo desactualizado, los registros son de antes de los brotes.
Cuídate, muchacho. Espero volver a verte aquí.

Salí del cuartel rumbo a mi barracón, siguiendo el camino mientras veía a los nuevos reclutas.
En parte me sentí identificado con ellos; así estaba yo a esa edad.

(Hace 15 años)
Mis padres siempre decían que me meterían en la rama de exploración.
Decían que si no lo hacía terminaría como chatarrero, muriendo por una infección o algo peor.
Me obligaron a ir a la academia, y ahí conocí al General Titus por primera vez.

(...)

El único lugar donde quiero estar ahora es mi barracón.
No es la cosa más cómoda del mundo, pero ahí guardo todos mis recuerdos de esta jaula de acero oxidado.
Vivo en el Distrito Novak, el más pequeño de todos.
Me da algo de vergüenza admitirlo, pero mis padres me regalaron este barracón.
Me dijeron que si quería tener una casa como la suya debía seguir mejorando en mis aptitudes de explorador, mínimo completar una misión en solitario.

Ahí fue cuando me advirtieron: cuando me graduara, me asignarían una misión solo.
De momento, solo tengo esta caja de 4x4.

Echarme en mi cama… solo quería eso. Un descanso antes de la tragedia.
Algo que, a este punto, era imposible.
En tres días saldré a la superficie, y no estoy listo.
No tengo miedo.
Solo asco por lo que hay afuera de los túneles.




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