Acto II
“Nadie reconstruyó el mundo. Solo aprendimos a vivir entre sus ruinas.”
—autor desconocido
Tras la caída de la civilización, los restos de la humanidad se dispersaron por túneles, ruinas y viejas fábricas.
Sin gobiernos ni ejércitos, surgieron comunidades, tribus y asentamientos libres, cada uno con su propia visión del orden.
Algunos se aferraron a la ciencia y levantaron refugios mecánicos bajo tierra.
Otros siguieron el llamado de las raíces, adorando la tierra como si fuera un dios.
Y unos pocos decidieron quedarse en la superficie, donde el frío era mortal pero el aire seguía siendo suyo.
Con el paso de las décadas, las ciudades dejaron de ser lugares y se convirtieron en recuerdos.
Los caminos se cerraron.
El comercio desapareció.
Las palabras “Estado” y “Ley” se convirtieron en reliquias de otra época.
Sin embargo, no todo se perdió.
En medio del hielo, algunas comunidades lograron restablecer la comunicación.
Construyeron outposts —puestos de avanzada, faros en medio del desierto gris— para mantener viva la idea de una red humana.
Uno de ellos fue Alfa-1, fundado sobre los restos de una base de comunicaciones.
Fue allí donde la esperanza y la desesperación aprendieron a convivir.
Ahora, los exploradores que aún se aventuran en la superficie lo hacen con un solo propósito:
mantener encendido el eco de lo que alguna vez fuimos.