Pradera verde

Capítulo 5

Nuevamente me toca dormir en contenedores, restos de edificios o vehículos hechos chatarra.
En la escuela de Ciudad Férrea solían hablarnos de esos objetos llamados carros.
La mayoría estaban fabricados con metal o aleaciones ligeras. Funcionaban con algo llamado motor y gasolina, si no mal recuerdo.
Antes solían llenar las calles, las carreteras y las vías.
Supongo que nunca más volverán a circular.

Al día siguiente...

El amanecer es helado y las tardes húmedas.
Ver todo el páramo cubierto de moho y raíces se vuelve incómodo con el tiempo.
A veces pienso que patrullar es una pérdida de tiempo, pero tengo una misión.
Y las misiones no se abandonan.

A lo lejos diviso a un sujeto con una mochila enorme.
—¿A dónde se dirige, joven viajero? —grita desde la distancia.
—Estoy seguro de que eso no es de su incumbencia —respondo, sin detenerme.
Él sonríe apenas, encogiéndose de hombros.
—Una lástima que no tenga tiempo de charlar...

Según el mapa, si continúo por esta carretera llegaré a Megápolis.
Las señales oxidadas apuntan al norte, aunque muchas están dobladas o cubiertas por raíces endurecidas.
Horas más tarde, decido detenerme.
Será mejor descansar un poco y beber algo de agua.
El aire es denso, y el viento lleva ese olor agrio de la vegetación muerta.

(Un crujido de rama a lo lejos...)

Me quedo inmóvil.
El sonido fue claro, demasiado cercano.
¿Un enemigo? ¿Un mutado? ¿Un animal?
Preparo el rifle y apunto hacia la dirección del ruido.

Entonces lo veo: un venado.
O al menos, algo que alguna vez lo fue.
La criatura mide unos siete metros.
Su piel está cubierta de lianas, y su cabeza esta deforme y con raices que crecen por todo su cuerpo.
El ojo izquierdo esta fuera de orbita.

El monstruo embiste.
Todo vuela: la mochila, los víveres.
Siento un golpe seco en el pecho.
La sangre me sube por la garganta y respiro con dificultad.
El aire se espesa..
Trato de mantenerme en pie, pero la segunda embestida me lanza contra el suelo.
Las fuerzas se me van.
Y justo antes de desmayarme, veo una silueta acercarse:
un hombre con traje protector, rifle en mano, apuntando hacia la bestia.

Luego, todo se vuelve negro.

Despierto en una cama cómoda y una luz parpadeante —lo que supongo que es una bombilla fluorescente— ilumina el techo.
Mi mochila está a un lado de la cama junto con todas mis cosas.

¿Eso es música?
Una leve melodía suena en los altavoces.
Al salir del dormitorio hay mucha gente en el lugar: limpiando, cargando cajas, transportando cables.
Al fondo, un cartel de neón parpadea con las palabras:
“Megápolis — Nivel III”.

Me acerco a uno de los guardias.

Guardia:
—Vaya, al fin despiertas.
—Creímos que no lo lograrías.

Yo:
—¿Dónde… estoy exactamente?

Guardia (cruzándose de brazos):
—En Megápolis, nivel médico tres.
—Te encontraron hace siete días tirado en la carretera 23, al borde de un cráter.
—Estabas medio muerto: fiebre alta, heridas infectadas y un pedazo de raíz metido en el pecho.

Yo (con voz ronca):
—Recuerdo… al animal. Era enorme.
—Y el hombre del traje protector… ¿fue él quien me trajo?

Guardia (niega con la cabeza):
—No. Fue una patrulla de los nuestros.
—El tipo del traje era un carroñero. Lo capturamos ni bien la escuadra llegó a la zona.
—Aunque todo estaba carbonizado, al menos recuperamos tus cosas.

(Pausa. Miro mis manos. Las cicatrices son nuevas, irregulares.)

Yo:
—¿Cuánto tiempo… estuve inconsciente?

Guardia:
—Una semana completa.
—El médico dijo que fue fiebre por infección. Casi te vas al otro lado.
—Supongo que tu cuerpo no estaba listo para la superficie.

Yo:
—Y sin embargo, sigo aquí.

Guardia (sonríe apenas):
—Sí. Aunque no sé si eso es suerte o castigo.

El guardia me ofrece una taza de agua tibia.
El sabor es metálico, pero es lo mejor que he probado en días.

Guardia:
—El jefe quiere verte cuando estés más firme.
—Dice que necesita a alguien que sepa sobrevivir allá afuera.
—Por ahora, descansa.
—Ya te ganaste ese derecho.

(Se da media vuelta y se aleja por el pasillo, dejando una estela de humo de cigarro.)
Me recuesto otra vez en la cama.
El zumbido de la lámpara se mezcla con la música.
Cierro los ojos.
Y por primera vez en mucho tiempo, no sueño con raíces ni con oscuridad.

Días más tarde...

Uno de los guardias abrió la puerta de mi dormitorio.
—¿Cómo te encuentras?




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