Prai-Isu: Secretos Ocultos

Capítulo 12

—¿Eh? ¿No les has contado? —pregunto Liz a Lucinda.

Lucinda había golpeado su mano contra su cara.

—Sí, pero no todo. Deben de asumir toda la información de a poco —explico.

—Oh, sí, claro —dijo entendiendo la situación.

—Creo que haré algo de té —dijo Clelia tras un largo silencio.

—Café, por favor —pidió Elvira.

Tras unos minutos se sentaron en la sala. Elvira ya tenía su café en mano, mientras los demás esperaban el té.

—Bueno, supongo que deben de tener muchas preguntan. Así que no se abstengan —dijo Liz con naturalidad.

Sin embargo, nadie pregunto nada.

—Esta es la parte donde deben preguntar —dijo Liz.

—L—Lo siento, es que... —Florián buscaba las palabras concretas.

—Todo ocurrió tan rápido —completo Clelia.

—Sí, sé lo que se siente —comprendió Liz.

—Nosotras no sabemos por dónde empezar, así que necesitamos sus dudas primero —dijo Lucinda.

—Sí, claro —Florián respiro hondo—. Clelia —la miro esperanzado de que supiese qué decir.

—¿Eh? ¿Yo? —Dejo las tazas de té a todos y se sienta al frente de la mesa—. Amm... ¿Por qué te fuiste de repente ese día? —pregunto tras pensarlo un poco.

—¡Oh! Sí, verán... Tenía que irme —dijo más seria.

—¿Por qué? —pregunto Florián.

—Yo... —mira a Lucinda y ella asiente—. Yo... Trabajo para Néstor.

—¿Trabajas para nuestro padre? —preguntaron Elvira y Clelia al mismo tiempo.

—Sí, recolecto información de lo que me pide.

—¿Eres su espía? —acuso Florián.

—Sí, pero no —dijo rápidamente.

—¿Cómo es eso? —pregunto Elvira confundida.

—Si soy una espía, pero no estoy de su lado. Soy una doble agente —explico.

—¿Una doble agente? —pregunto Clelia.

—Sí, él cree que trabajo para él, pero en realidad lo vigilo y le informo a Lucinda, entre otras personas sobre sus movimientos.

—¿Y por qué? —pregunto Florián.

Liz suspira.

—Es una larga historia, prepárense —advierte.

Elvira toma un sorbo enorme a su café.

—Todo comenzó cuando Lucy me encontró y me crio. Siempre le pregunté sobre mis padres, pero ella nunca me quiso responder —la mira.

—No quería darle información falsa, pero cuando me entere de quien era... No pude ocultárselo —dice Lucinda.

—Cuando supe quién era, quise verlo por mis verdaderos ojos. Tras afrontarlo, le dije que trabajaría para él, y le daba información a la gente que desea destruirlo o detenerlo.

—Y... ¿Tú has visto lo que él hace? —Clelia estaba asqueada con decir esas palabras.

Liz traga saliva.

—Si… Yo —baja la mirada—. No es fácil ver todo eso… Es aterrador ¿Saben? Él no sabe que soy su hija —juega con sus dedos—. Si se llega a enterar de que lo estoy traicionando, no dudara en hacer esas horribles cosas.

—Así que es verdad... —dice Elvira totalmente asombrada.

—Es una horrible persona —aprieta ambas manos—. He visto y oído todo lo que hace, mis ganas de vomitar las aguanto... Pero, afortunadamente he liberado a algunas... Otras, no tienen la misma suerte.

Todos guardan silencio.

—Entonces... ¿Volverás con él? —pregunto Clelia.

—No —dijo tras unos segundos.

—¿Qué? —pregunto Lucinda asombrada.

—Desde ese día, en que te liberaste, ha ocurrido un caos —la mira—. Él escuchó tu nombre, y créeme, está aterrado —explico.

—¿Aterrado? ¿Por qué? —pregunto Florián.

—¿Puedes hacerle frente o algo así? —pregunto Elvira.

—No, nadie se ha enfrentado a él como tal. Desconocemos su fuerza o habilidades —dice Lucinda. Suspira—. En aquel periódico, donde se narra la caída de los seis reinos, se supone que yo morí ese día... Pero alguien me rescato y... Tras muchos acontecimientos más, llegue aquí —explica.

—Eres alguien de su pasado —dice Elvira.

—El saber que alguien que debe estar muerto siga en pie, es algo fuera de sus límites —dice Liz—. Ahora que volviste, no necesito estar con él más, me uniré a las fuerzas en contra de él. Tu regreso, tu regreso comenzó una guerra.

Lucinda se sorprendió ante sus palabras, estaba incrédula.

De repente, el timbre de la puerta sonó.

—¿Esperamos a alguien más? —pregunto Florián.

—No, que yo sepa —respondió Liz.

Clelia se levanta y abre la puerta.

—¿Si?

—Hola. Buenas Tardes, ¿aquí radica, Lucinda Sutomi? —pregunto una de las tres chicas.




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