Prai-Isu: Secretos Ocultos

Capítulo 16

En primer plano, se encontraba Florián y Elvira guardando las armas que utilizaría para esta pelea, ambos lo hacía con lentitud, pues temían encontrarse con su “padre” ¿Cómo lo confrontaría? ¿Él sabría de su existencia? ¿Podría dañarlo aun después de todo?

Esas dudas desaparecieron de la mente de Florián al sentir la mano de alguien en su hombro, se trataba de Liz.

—No hay de qué preocuparse —hablo con sinceridad—. Seremos un gran equipo —los ayuda a guardar las cosas—. Somos una familia después de todo.

Ese comentario sacó una sonrisa en la cara de Florián. Liz tenía razón, lo único que importaba era cuidarse entre ellos, pues era lo único que les quedaba.

—Aunque no exista un parentesco —bromeo Elvira.

—Si puede que tengas razón —río Liz.

—Tengo que recoger unas cosas del local —dijo Florián.

—Te acompaño —se ofreció Liz.

Ambos se dirigieron a la salida, pero Liz se detuvo en la puerta.

—¿Vienes?

—¿Eh? —Elvira se encontraba perdida en sus pensamientos—. Amm... No, tengo que seguir aquí... —mintió dando la espalda.

—Está bien, no te demores.

Elvira quedó sola en la habitación, pensando en su verdadera agonía, un amor imposible. Sabía perfectamente que Florián jamás la aceptaría, ahora que él está enterado de su parentesco sanguíneo, es prácticamente imposible.

Ella deseaba regresar y hacer que él nunca se enterara, ella podría vivir sabiéndolo, porque se enamoró de Florián como hombre, no como hermano.

Sujetado aquella navaja con fuerza, en señal de impotencia y algunas lágrimas caían representando aquel sentimiento, pues todo era culpa de su padre. Aquel hombre que admiraba tanto y extrañaba demasiado, ahora es alguien que debe eliminar, por el bien de sus seres queridos y del resto del reino.

En otro lado, se encontraban Agur y Clelia en el laboratorio del peliazul. Ella lo ayudaba a recolectar todo en su mochila, seleccionando lo realmente importante para ambos en esta lucha.

Ambos estaban en silencio, pues había una gran tensión entre ambos.

—¿Por qué no me lo contaste? —por fin hablo Agur.

Clelia pensó bien su respuesta.

—No quisimos decir nada, fue demasiado difícil... Es demasiado difícil asimilarlo para nosotros, no queríamos que fuera lo mismo para ustedes —dijo con timidez.

Agur dejo de acomodar las cosas y coloco ambas manos en la mesa, apretándolas con fuerza.

—¿Tú crees que me importa?

Clelia no entendió su pregunta.

Agur la miro a los ojos, espantando un poco a Clelia.

—¿Acaso piensas que me importa quién es tu padre? Lo único que me importa eres tú —pauso un poco, provocando un enrojecimiento en las mejillas de Clelia—. Y Florián, Elvira, Lucinda y... Liz —continúo al ver su reacción—. Me importa saber ¿Qué es lo que harán? Si seguir sus pasos, o detenerlo —explico.

Después de eso, continuo reuniendo lo que ocuparía, mientras que en la cara de Clelia se formaba una sonrisa, una sonrisa de alegría extrema.

No tardo mucho para que él terminara y se dirigiera a la salida, sin embargo, Clelia lo tomo de su abrigo, deteniéndolo.

—Gracias —dijo Clelia.

—No tienes que agradecer, en serio. No dije nada importante —dijo girándose un poco a mirarla.

—Para mí sí... —dijo con la mirada baja—. Para mí, si significaron mucho tus palabras —lo miro al decir eso.

Agur miro su cara, pero no sus ojos, los evitaba con disimulo.

—Vamos, aún hay cosas que hacer —dijo y se adelantó.

Clelia solo asintió y lo siguió.

Mientras tanto, Jil subía las escaleras en dirección a la habitación que compartía con Fivi, cuando escucho un grito de la misma. Rápidamente, se adentró a ella.

—¿Qué sucede? —pregunto preocupada.

—¡No tengo nada que ponerme para la ocasión! —decía mirando el closet en su pulsera.

Jil suspira frustrada y cierra la puerta.

—Deberías de estarte preparando para la pelea.

—Eso es lo que estoy haciendo, nunca sabes cuándo será la última vez, y no quisiera morir con un atuendo horripilante —dice asqueada.

Jil sonrió ante su despreocupación.

—A ver, muéstrame tus opciones —dice sentándose en la cama.

—Mira, tengo esto —extiende las perlas de su pulsera.

En cada una de las perlas se encontraba un atuendo. Los primeros dos son los que uso los dos primeros días.

—¿Qué te parece el de en medio? —pregunto Jil.

Fivi saco el atuendo para verlo con más detenimiento, era un vestido de falda gitana sin mangas ni tirantes color turquesa con un chal color celeste y un cinturón dorado.

—No lose, demasiado formal. Pareceré una niña buena —dice en tono agudo.




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