Prai—isu: El Reino Perdido

Capítulo 4

Lucinda se encontraba sentada en una mesa bebiendo té junto a una mujer frente a ella. Llevaba puesta una blusa blanca con una falda azul y calcetas largas del mismo color junto a unos tacones negros.

Lucinda suspira al ver a todos los chicos frente a ella.

La mujer frente a Lucinda se levanta fúrica y empieza a alzar la voz en tono molesto. Sin embargo, Lucinda le grita en el mismo idioma y la mirada de su acompañante se entristece al instante.

—¿Qué hacen aquí? Les dije que se quedaran en Radiance, no me iba a demorar más que un par de días.

Los chicos no sabían que responder. Sin embargo, la mujer frente a Lucinda rompe el silencio con un fuerte aplauso. Con una notoria molestia en su ceño fruncido habla en su idioma japonés. Parecía que hizo una pregunta por el tono en que finalizo la oración, Lucinda le respondió en el mismo idioma.

—Espera, ¿hablas su idioma? —pregunto Elvira.

Lucinda vuelve a suspirar.

—Esto será más difícil de explicar de lo que pensé —Lucinda sujeta su collar y tras unos segundos de sostenerlo, extiende su mano y su varita comienza a materializarse en la palma.

Logra verse como ante esto, la mujer mira molesta esta acción. El libro de Lucinda comienza a ojearse y ella lee la oración escrita en él.

—Quin etiam natus est in loco isto, volo capere lingua sua —apunta su varita hacia la mujer y los chicos, cubriéndolos con un brillo purpura.

La chica tose un poco.

—¿Q—Qué fue eso? —dijo la chica.

—¡A—Ah! Entendí lo que dijo —Leonardo se exalta.

—Sí, lo sabemos. Todos la entendimos —comento Agur molesto.

—No es nada —Lucinda se encoje de hombros y coloca la varita en su pecho, convirtiéndose nuevamente en su collar característico.

Los chicos un poco más calmados, analizan a la mujer. Tenía el cabello ondulado de color rosado y puntas fucsia, sus ojos eran color verde. Llevaba puesto un vestido enorme color azul y guantes blancos cubriendo todo su brazo.

Encima de su cabeza poseía una corona con una piedra color roja en el centro.

—Supongo que ahora puedo presentarlos como es debido —hablo Lucinda—. Ella es...

La mujer la interrumpe.

—No, no. Yo me presento —hace una reverencia—. Me llamo Coraline Sutomi, reina del reino del fuego. Es un gusto conocer a los amigos de Lucinda —sonríe sínicamente.

—¿Coraline Sutomi? Ese acaso no es... —especulo Agur.

—Si... —Lucinda confirma su sospecha—. Ella es mi hermana —contesta de una forma molesta.

Todos gritan sorprendidos.

—¿Pe—co—cua? —Florián no entendía nada.

—¡Ella es una reina de muchísimos años atrás! —dice Elvira.

—¿Hermana? —Clelia se encontraba incrédula.

—¡Yo no entiendo nada!  —dice Leonardo.

Coraline suelta una risita.

—Creía que ya les habías contado, Lucy —hablo en un tono más calmado.

—No es fácil explicar esas cosas —se cruza de brazos.

—¿Por eso los guardias te llamaron princesa? —pregunto Agur.

—¿Es cierto eso? —pregunto Florián.

Lucinda suspira.

—Sí, soy... Princesa de este lugar, la cuarta, a decir verdad —revela.

Todos los demás se quedan callados analizando tantas cosas.

—Sera mejor que demos un recorrido por el pasillo mientras les explicamos todo —Coraline se adelanta.

Lucinda le cede el paso y caminan por el mismo lugar.

—Mi madre es Laila —comenzó Lucinda.

—La anterior reina —completo Agur.

Lucinda asiente.

—Y… nuestro padre, ya saben quién es —suspira—. Tras el terrible genocidio, creyeron que había muerto, pero en realidad fui adoptada por una mujer que me salvo. Llevándome a una aldea pequeña de magos —toma su collar—. Logrando que me convirtiera en lo que soy.

—Pero... Eso solo nos dice que tienes más de 50 años —sugirió Clelia.

Lucinda asiente.

—Cuando posees magia y hechicería puedes detener tu propio tiempo.

—Pero... Si son hermanas, quiere decir... —Elvira mira a Coraline.

Coraline se percata del silencio y se gira.

—No, no, no. Para nada. Lucy y yo somos medias hermanas —revela—. Distintos padres —dice eso más desanimada.

Agur se acerca a ella.

—¿Cómo es que el pueblo permaneció a pesar del genocidio? —pregunto.

—¿Disculpa? Con Esfuerzo y Dedicación. Yo haría cualquier cosa por mi reino —comento con egolatría.

—¿Tu sola? —pregunto Leonardo.

—Por supuesto que sí, soy lo suficientemente capaz de hacerlo por mi cuenta—respondió.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.