Pre-destinados

EL REGALO DE LA ANCIANA

Rosalinda era lo más cercano que Marijo podría estar de su difunta madre, pues, según Carlota, la mujer era igual a su hermana. Lo cual, dicho en palabras de la misma Carlota, era un defecto imperdonable. Subieron a un lujoso auto color oscuro, siendo custodiadas por un par de guardias y un chofer, quienes ocupaban los asientos delanteros, dejando a ambas hasta el fondo del auto, donde podían platicar cómodamente. Rosalinda volteó a ver a su sobrina, dándose cuenta de que el tiempo no había transcurrido en vano. La última vez que la había visto, era apenas una niña, y ahora era toda una señorita a punto de entrar a la universidad.

──¿De verdad planeas llevarme contigo? ──preguntó la chica llena de ilusión. Rosalinda sonrió con entusiasmo, mientras volvía a poner la vista al frente y se frotaba las manos, como una niña pequeña planeando su siguiente travesura.

──Haré algo mucho mejor que eso ──respondió.

──Y... ¿puedo saber qué planeas? ──Rosalinda continuaba sonriendo, con la vista al frente, haciendo un esfuerzo enorme porque su emoción no la hiciera arruinar, su muy bien planeada sorpresa.

──Espera, aún no es tiempo. ──le respondió mordiéndose el labio para evitar hablar de más.

El chofer las dejó a las afueras de un inmenso centro comercial, que estaba situado justo en el centro de la ciudad de México. Hacía años que Rosalinda, no habitaba en su país, así que, como se lo había mencionado en varias ocasiones a su sobrina por E-mail, ir de compras a lugares como aquel, dejaron de ser algo común para ella. Si bien era cierto que Carlota le había permitido a su sobrina escoger su vestido de graduación, también era cierto que esta había dejado en claro algunas condiciones para esto. Las cuales, evidentemente, serían ignoradas por Rosalinda, a quien le divertía enormemente ver el rostro colérico de la mujer. Entraron en el recinto, asombradas por todo lo que podían encontrar. Marijo había vivido toda su vida en la ciudad, pero jamás había entrado a un lugar como ese, por órdenes de su tía Carlota, a quien el contacto con las demás personas, le parecía algo simplemente innecesario. ¿Para qué ir hasta aquel sitio, cuando fácilmente podría hacer que alguno de sus mozos lo hiciera por ella? Además, claro, del hecho de que siendo una de las diseñadoras más importantes del mundo, no tenía ninguna necesidad de salir de casa para poder obtener prendas de la mejor calidad. Sin embargo, considero un obsequió decente, darle la oportunidad a su sobrina el poder experimentar aquella experiencia como cualquier otra adolescente normal.

Entraron a varias boutiques en busca del anhelado vestido. Pasaron por varios lugares, pero ninguna de las dos lograba decidirse por uno en particular. Ambas tenían estilos muy distintos, y era imposible que lograran ponerse de acuerdo. Sin embargo, Rosalinda sonreía y apoyaba la decisión que su sobrina tomaba. Compró algunos vestidos y ropa que consideró, un poco más «cómoda» para ella, pues conocía muy bien a Carlota y sabía perfectamente bien, cuan estricta podría llegar a ser. Recorrieron cada tienda que veían a su paso hasta que llegaron a una que parecía estar algo olvidada. Marijo entró, no muy convencida, pues el lugar era atendido por una anciana y, ¿qué puede saber una anciana sobre moda? O al menos eso pensó. Sin embargo, Rosalinda entró como si fuera clienta habitual del lugar y saludó a la anciana, quien solo sonrió e inclinó un poco la cabeza.

 

──¡Buenas tardes! ──saludó. La anciana no respondió y la mujer no esperó que lo hiciera──. Buscamos algo para mi sobrina. Un vestido que la haga ver como toda una jovencita independiente y audaz. Algo, tal vez en rojo, ¿qué te parece, Marijo? ──dijo dando la vuelta para consultar a la chica, quien estaba algo contrariada.

──El rojo no va con mi tono de piel, tía ──replicó──. ¿Puedo ver los vestidos que tiene disponibles? Bueno, suponiendo que tenga algunos ──dijo a la anciana, mientras ponía los ojos en blanco y cruzaba los brazos.

Estaba fastidiada y algo cansada a causa de su búsqueda. Sin mencionar que estaba convencida de que no encontraría nada decente en aquel sitio. La mujer salió del mostrador y le indicó que la siguiera. Temerosa, giró hacia su tía, en busca de ayuda, pero esta solo le sonrió invitándola a seguir a aquella mujer.

──¿Qué te parece si te espero en el estacionamiento? ──le dijo con una sonrisa. María José, volteó a verla asustada.

──¿Piensas dejarme sola? ──le preguntó. Rosalinda se le acercó y le tocó el hombro.

──No te preocupes, estaré abajo, con el chofer. Escoge el vestido que más te guste y sal. Te esperaré afuera con una sorpresa ──le entregó un par de tarjetas de crédito, las cuales tomó algo desconfiada.

 

No creía que una tienda como aquella pudiera recibir tarjetas, pero pensó que esa sería una muy buena excusa para salir de ahí sin comprar nada. La anciana entró detrás de una vieja y desgastada puerta, mientras Marijo la seguía no muy convencida. Sin embargo, apenas cruzó la puerta se quedó pasmada y con la boca abierta. El lugar estaba repleto de hermosos y lujosos vestidos. Largos, cortos, con brillo, lisos, en fin. Del otro lado había una gran variedad de zapatos que hacían juego con algunos de los vestidos. En ese momento, se arrepintió de inmediato de todas las cosas malas que había pensado antes, aunque, claro, su orgullo era mucho como para demostrarlo. Cruzó los brazos y fingió no estar sorprendida. La anciana le dedicó una leve reverencia y la dejó sola para que pudiera buscar el vestido por su cuenta. Recorrió cada pasillo del lugar, probándose distintos vestidos, pero no quedaba conforme con ninguno. Los vestidos eran de verdad hermosos, pero María José era en extremo caprichosa y no quedaba conforme tan fácil. Salió del probador con un vestido negro, con pequeños diamantes en la parte superior y un ligero vuelo que le llegaba hasta las rodillas. Se vio en el espejo y lo que vio le gustó, pero se sentía demasiado simple. Buscó en uno de los estándares y encontró una hermosa gargantilla de plata, la tomó y la colocó en su cuello. Volvió a ver su reflejo en el espejo y sonrió complacida. Estaba por escoger un par de zapatos, cuando escuchó un ruido del otro lado de la tienda. Giró asustada y a causa de esto, dejó caer uno de los tacones que tenía en la mano, provocando que las personas que estaban del otro lado la escucharan.




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