Pre-destinados

EL HILO NEGRO

El resto de la semana continuó sin ninguna novedad. María José había logrado pasar desapercibida, y solo se había enfocado en cumplir de alguna manera, con las tareas que sus profesores le habían encomendado. Sin embargo, esta situación tampoco era de su agrado, pues estaba acostumbrada a ser siempre la mejor de la clase, y recibir elogios cada cinco minutos debido a su desempeño. Ahora se sentía como una alumna más, que simplemente llenaba un asiento vacío. Esa idea rondó su cabeza hasta que llegó la hora del almuerzo. Bajaba las escaleras, luego de su patética clase de canto, la cual, al igual que las demás, le habían parecido aburridas y extenuantes. Su mirada se había concentrado por completo en sus zapatos y sus manos se encontraban ocultas en sus bolsillos.

──¿Estás bien? ──escuchó una voz a sus espaldas y de pronto un escalofrió le recorrió la nuca.

Se detuvo en seco y sus ojos se abrieron de golpe.

Aquellas palabras retumbaron en su cabeza, y la hicieron recordar aquella escena en la que había perdido la pulsera que Agatha le había dado. Giró rápidamente y se encontró con un rostro conocido que la observaba preocupado. Diego trató de observarla con cuidado para poder descifrar lo que ocurría con ella, por ello acercó demasiado su rostro, lo que hizo que estuvieran demasiado cerca. Esto provocó que diera un paso hacia atrás tratando de imponer distancia, pues, pese a que estaba acostumbrada a estar cerca suyo, en ese momento, aquella cercanía le incomodaba.

──¿Qué pasa contigo? ──preguntó el chico consternado por la actitud de su amiga.

Ella no pudo contestar. Apartó la mirada y trató de calmarse para no ser demasiado obvia frente a él. Se cuestionaba si acaso su mejor amigo había sido el mismo que la había salvado en aquella ocasión y, de ser así, ¿de verdad sería él, la persona que estaba destinada para ella?

──Eso sería cliché ──dijo casi entre dientes mientras se tapaba la boca.

──¿Qué dices? ──María José giró hacia el pobre chico y le dio un fuerte golpe en el hombro, tratando de convencerse a sí misma de que sus pensamientos eran erróneos.

──¡Han pasado días sin que te dignes a buscarme! ──le dijo fingiendo estar molesta── ¿Cómo te atreves a olvidarte de mí?

──¡Oye ¡oye! ¡¿Quieres calmarte?! ──expresó tratando de esquivar los golpes de su amiga.

En ese momento, ninguno de los dos había prestado atención a los demás alumnos, quienes se apresuraban a la cafetería para dar inicio con su almuerzo. Sin embargo, Hatori apareció justo a tiempo para presenciar la extraña escena que ambos protagonizaban. Dio una fuerte palmada, llamando no solo la atención de aquellos chicos, sino también la atención de las personas que se encontraban alrededor.

──¿Pero que tenemos aquí? ──expresó mientras se recargaba al final de las escaleras y los observaba con burla──. ¡Pero si son la primera pareja del verano! ──las personas que se encontraban cerca comenzaron a murmurar sin apartar la vista del par de mexicanos, quienes se habían puesto rojos. Marijo la observó furiosa, mientras esta solo sonreía de forma pícara── ¡Pero que tiernos se ven! ──agregó con una voz demasiado melosa, mientras entrelazaba sus manos y se mecía lentamente.

──¡Basta Hari! ──le regañó Haku, quien recién aparecía acompañado por Luca y Víctor, mientras observaban la escena con algo de burla──. Satsuki-Sama te busca ──le dijo a su hermana, lo cual captó de inmediato su atención.

Salió corriendo sin importarle la furia con la que María José se acercaba. En el camino, se encontró con Jeann y Jacqueline, quienes no le prestaron demasiada atención y se acercaron al final de las escaleras junto con el grupo de chicos. El par de mexicanos por su parte, bajaron rápidamente lo que restaba de las escaleras hasta encontrarse con ellos. Víctor se acercó de pronto a María José y realizó una pronunciada reverencia, mientras le daba un beso en la mano.

──¡Buenos días, señorrita! ──expresó tratando de ser amable. Diego lo observó furioso mientras la tomaba de la mano y la sacaba a rastras de ahí, dejando al pobre chico algo aturdido.

 

Entraron a lo que ahora era la cafetería y que anteriormente, María José conocía como “sala de estar”. Diego se encargó de conseguir el almuerzo de ambos y condujo a su amiga hasta la mesa más alejada de todas, con la esperanza de mantenerla lejos de los murmullos del resto de los alumnos, quienes les lanzaban miradas furtivas cada que la ocasión se presentaba. Sin embargo, su plan no dio el resultado que esperaba, pues, aquel grupo de chicos de los cuales, recién habían escapado, llegó a su mesa de la nada. Hatori, quien se había unido nuevamente a ellos, de inmediato se acomodó junto a Marijo, mientras dejaba su bandeja de comida sobre la mesa.

──Espero que mi comentario no te haya incomodado ──le dijo con voz melosa.

 

La joven mexicana planeaba ignorarla, pero le era demasiado difícil hacerlo, debido a que se había pegado a ella como una goma de mascar. Lo único que pudo hacer fue aceptar aquellas extrañas disculpas para tratar de continuar con su almuerzo. Fue entonces cuando levantó levemente la mirada y observó, casi sin querer, a Víctor y Luca, quienes se encontraban uno al lado del otro. Un extraño hilo rojo apareció atado en sus dedos meñiques, lo cual le recordó la misión que tenía que cumplir. Se puso de pie súbitamente y salió de ahí, ofreciendo disculpas a los presentes, por su repentina falta de apetito. Diego fue detrás de ella, tratando de investigar qué era lo que le ocurría. Sin embargo, al llegar a las escaleras que conducían a los dormitorios, se detuvo en seco, tratando de calmar su mente, pues no le era para nada fácil, poder imaginar la forma en que tendría que unir aquella extraña y peculiar pareja.

──¿Estás bien? ──preguntó de nuevo su amigo, lo cual provocó que un escalofrío recorriera la nuca y le helara la sangre.




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