Ambas mujeres la vieron asustadas. La actitud de su sobrina no era para nada común. Se encontraba temblando mientras las lágrimas salían una tras otra de sus ojos. No era consciente de los sentimientos que la embargaban en ese momento. Sentía miedo, eso era claro, pero, había algo más que aún no era capaz de descifrar. La decepción también se encontraba presente en su ser. Era perfectamente capaz de entender que los demás la trataran de una y mil maneras, pero Diego era la persona de la que menos esperaría un trato semejante. Sin embargo, en esta ocasión, su amigo la había abandonado a su suerte y ese, no era un sentimiento que le fuera grato. Estaba acostumbrada a tener siempre el control de la situación y, sin importar las circunstancias, siempre lograba salir bien librada de lo que fuera que se presentara. Sin embargo, esta vez todo le había salido mal y no comprendía, ni aceptaba la razón de esto.
Trató de reponerse. Quiso calmar sus nervios y abrazó su cuerpo con sus brazos para tratar de evitar seguir temblando. Aunque sobra decir que ninguno de sus esfuerzos rindió frutos. Sus tías continuaban peleando, teniéndola a ella como tema central de su discusión. Ambas deseaban lo mejor para ella, pero ninguna le estaba prestando atención en ese momento. Fue entonces cuando, casi sin querer, Marijo observó su reflejo en uno de los cristales de la puerta por la que, momentos antes había visto al tipo aquel amenazarla. Prestó un poco más de cuidado a su deteriorado rostro y aquello le dio rabia. Se veía demacrada, débil, frágil… se veía como una chica simple y desprotegida. Esa no era ella. Esa no era la chica que imponía respeto donde quiera que fuera. Ella no era cualquier persona. No estaba acostumbrada a ser tratada como a cualquier persona. ¡Por Dios! ¡Ella era María José Montoya Mondragón! La única heredera de una de las familias más prestigiosas de todo México. Sin mencionar que había cosechado una muy buena popularidad por cuenta propia. Ella era una dama, tenía clase y una reputación que cuidar. Por eso mismo, limpió su rostro y se puso de pie, aunque con algo más de dificultad de la habitual. Observó con cuidado a sus tías y trató de regresar a su acostumbrada actitud de siempre. Doblegarse ahora, no era algo que alguien como ella pudiera permitirse en ese momento. Ella no tenía por qué dar la cara por alguien que le había dado la espalda. No había ningún maldito vínculo que la obligara a hacer algo ni por Lucia, ni por ninguno otro de sus demás compañeros. Ni siquiera por Diego, quien en esos momentos la había dejado sola a su suerte.
──Esta fue una mala idea ──dijo tratando de reponerse. Sus tías giraron hacia ella, confundidas──. Esta academia, ha sido una mala idea.
Carlota cruzó los brazos y la observó con cuidado, mientras que Rosalinda la vio asustada, rogándole con la mirada que guardara silencio.
──Concuerdo contigo ──corroboró Carlota──. Aunque eso no te exenta de tu responsabilidad en todo esto.
──Tomaré la responsabilidad. Después de todo, eso es lo que tú me has enseñado ──respondió, regresando por completo a la actitud a la que estaba acostumbrada──. Sin embargo, quiero que hagas una última cosa por mí.
──¡Cómo te atreves! ──replicó la mujer ofendida──. ¿Crees acaso que tienes el derecho de pedirme algo? Tu comportamiento de las últimas semanas, señorita, no ha sido propio de una dama y sabes perfectamente lo que pienso a cerca de ello.
La mujer estaba realmente molesta, mientras que, a su lado, Rosalinda se mordía las uñas, nerviosa.
──Al menos escucha su petición ──le dijo tratando de calmarla.
Esta simplemente cerró los ojos y respiró profundo tratando de guardar la compostura. Hizo una seña con la mano a su sobrina para que hablara y dijera sus peticiones. María José se plantó frente a ella, decidida.
──Quiero que cierren esta academia ──dijo tomándolas por sorpresa, intercambiaron miradas. Rosalinda se quedó con la boca abierta, mientras Carlota bajaba la mirada y trataba de meditar sus palabras──. ¿Qué pasa? ──cuestionó Marijo, con la intención de ejercer presión sobre ellas──. No es algo muy complicado. Ustedes iniciaron esto, así es que fácilmente pueden terminarlo.
──Las cosas no son así de fáciles, María José.
──¡Claro que lo son! ──replicó casi gritando.
En ese momento, un grupo de personas irrumpió en la habitación.
Al frente de ellos se encontraba Diego, seguido de Haku, Jeann, Hatori, Luca y Víctor, quienes se veían nerviosos y temerosos de hablar frente a Carlota, pues esta giró de inmediato hacia ellos con una sombría y terrorífica mirada.
──¿Qué clase de modales son esos? ──les dijo poniéndolos aún más nerviosos.
Se acercó a ellos y Rosalinda aprovechó la situación para acercarse a su sobrina y tratar de hacerla entrar en razón, pues aquella idea tan descabellada ponía en peligro todos esos planes que venían acompañándola desde hace ya un buen tiempo. Sin embargo, no pudo ni siquiera abrir la boca, pues el grupo de profesores, salvo por Benedetto y Heather, entraron de pronto al lugar.
Anna Fernández se acercó a Rosalinda y la tomó del brazo, jalándola mientras la veía seriamente.
──Tenemos que hablar ──le dijo con tono serio, conduciéndola cerca del grupo que recién había llegado.
María José se quedó sola momentáneamente. Giró hacia los dos grupos que se habían formado, los cuales conversaban a la vez y hacían imposible que pudiera comprender algo de lo que salía de sus bocas. A todos los observó molesta. Decepcionada y con ganas de tomar venganza por todo lo que había vivido hasta ese momento. Sintió de pronto una furia inexplicable hacia cada uno de ellos, pues consideraba que todos sus males habían sido causados por sus actos. Y fue entonces cuando, en menos de un parpadeo, un montón de hilos de diferentes colores se hicieron presentes, atados en la mayoría de los dedos de los asistentes. Algunos estaban conectados entre sí, pero la chica no fue capaz de ver la conexión que existía entre estos, pues aquellos colores eran tan brillantes como para cegarla momentáneamente, provocándole una intensa migraña que la hizo perder el equilibrio y caer sobre un sofá cercano. De inmediato, todos los presentes giraron hacia ella, extrañados por la condición que presentaba, pues había cerrado los ojos y llevado sus manos a su cabeza. Tanto Rosalinda, cómo Carlota de inmediato se le acercaron. Diego tuvo la intención de hacer lo mismo, pero Haku jaló de su camisa impidiéndoselo. Se negaba a abrir de nuevo los ojos, pues estaba temerosa de que aquellos hilos aparecieran de nuevo y la siguieran atormentando. Sin embargo, sabía que no podía quedarse con los ojos cerrados por siempre. Lo mejor que podía hacer en ese momento era hacer lo que mejor sabía hacer: fingir.
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Editado: 20.01.2024