Pre-destinados

EN PELIGRO

EN PELIGRO.

Ahí se encontraban aquellos tres jóvenes sentados en la orilla de la cama con la mirada abajo, mientras que Rosalinda se paseaba frente a ellos de un lado para otro; moviendo la cabeza y balbuceando en voz baja palabras que ninguno pudo entender del todo. De vez en cuando se detenía y los hacía creer que al fin les hablaría de frente, pero luego de un breve instante, continuaba nuevamente con su rutina. María José no aguantó más y se puso de pie impidiendo que pudiera continuar caminando.

──¡Basta tía! ──le dijo colocando sus manos al frente, frenando a la mujer quien la vio molesta para después, ver con esa misma mirada al par de chicos quienes solo trataron de sonreír de manera forzada.

──Escucha, Marijo, soy una persona muy tolerante. Pero hasta yo tengo un límite y no voy a permitir que te burles de mí de esta manera ──le dijo mientras se acercaba a ella y la apuntaba retadoramente con el dedo. La chica por su parte solo desvió la mirada y puso los ojos en blanco, fastidiada por la situación.

──Dejate de juegos ¿quieres? ¡Aquí no ha pasado nada! ──le respondió un tanto harta de tener que dar más explicaciones.

──¿Crees qué soy estúpida, María José? ──replicó, mientras cruzaba los brazos y la observaba reprobatoriamente.

──Me caí de la cama y estos idiotas creyeron que algo me había ocurrido. Por eso están aquí.

──¡Ajá! ¿Y por eso los encerraste en el cuarto de baño? ──cuestionó la mujer con sarcasmo.

──¡Creí que eras Carlota! ──respondió alterada, tratando de no levantar la voz.

Rosalinda se llevó una mano a los ojos y trató de calmarse un poco. El par de chicos, al ver a la mujer tan consternada, trataron de ayudar corroborando la versión de la chica. Sin embargo, no les permitió hablar. Colocó su mano frente suya, sin abrir los ojos y les pidió que salieran de la habitación.

──Mañana arreglaremos esto ──les dijo, mientras se acercaba a la puerta y la abría para que pudieran abandonar el lugar.

 

Cuando al fin se quedaron solas, tía y sobrina intercambiaron miradas un tanto dolidas. La mujer suspiró y se acercó a un pequeño escritorio que se encontraba en la alcoba, tomando asiento en un lujoso sillón que se situaba justo frente a este. Se llevó las manos al rostro y las apoyó en sus rodillas. Estaba cansada y era evidente por la forma como se estaba comportando.

──Esta clase de cosas solo pueden soportarse con algo de alcohol. ──comentó para sí misma, mientras observaba los objetos que se encontraban sobre aquel mueble──. Pero bueno, supongo que pido mucho al querer encontrar algo como eso en tu habitación, ¿cierto?

Este comportamiento de parte suya alertó sobremanera a Marijo, quien de inmediato se acercó a ella y trató de apartar sus manos de su cara. Quiso preguntarle si se encontraba bien, pero sintió que las palabras, o al menos sus palabras, no eran oportunas en ese momento. Sin embargo, la mujer sintió la presencia de su sobrina y lentamente alzó la mirada para encontrarse con la suya. Le brindó una melancólica sonrisa y acarició con cariño el rostro de esta.

──Estoy cansada ──le dijo. Marijo sonrió forzadamente.

──Eso es evidente ──le respondió en un susurro. El semblante de la mujer cambió y se volvió algo más serio.

──Los hombres son malos. Así que alejate de ellos ──le dijo mientras se ponía de pie y le daba la espalda.

 

Esas palabras le tomaron por sorpresa, no comprendía lo que estaba ocurriendo con su querida tía. Caminó detrás de ella, a la espera de recibir alguna especie de explicación, cuando de repente, sus ojos se encontraron con el hilo rojo que se encontraba atado a sus manos y al cual, había tratado de ignorar todo este tiempo. Dicho hilo había hecho acto de presencia desde hacía ya un buen tiempo. Pero Marijo se convenció a sí misma de que quizá ignorarlo, pudiera servirle de ayuda para no tener que ser parte de aquella historia de amor, la cual, le causaba pesadillas solo de imaginarla.

Apartó la mirada rápidamente, lo cual provocó que su mirada se encontrara con el reflejo del espejo que estaba justo frente a ella. En ese momento pudo darse cuenta de que debajo de su nariz se podía distinguir una mancha roja, la cual era muestra clara de que había estado sangrando. Instintivamente, se llevó las manos a la cara y se cubrió para después apartar la mirada del espejo. Su tía Rosalinda giró en ese momento y pudo percatarse de su comportamiento, por lo que rió con un poco de burla, mientras bajaba la cabeza. Se acercó a ella y colocó ambas manos por encima de sus hombros, mientras le sonreía con cariño.

──¡Gracias, mi niña! ──le dijo mientras le daba un beso en la frente──. Este había sido un día de mierda para mí, pero el solo hecho de estar cerca de ti, me ha servido mucho. Es como volver ver a mi hermana.

Esas palabras tuvieron un gran impacto, abrió los ojos de golpe y se quedó estática por un instante. El recuerdo de su madre siempre lograba romperla. Sin embargo, no quería que su tía se diera cuenta de ello, por lo cual se obligó a sonreír. Rosalinda le devolvió la sonrisa y le despeinó el cabello con cariño.

──Anda, ve a dormir. Mañana debemos volver a la academia. Le dijo para después abandonar la habitación dejándola sola.

 

Marijo se quedó un rato perpleja. Se sentó a la orilla de la cama, y trató de encontrar una explicación coherente al comportamiento tan irregular que estaba presentando su tía. Ella era rara, todos lo sabían, pero jamás había actuado fuera del límite de sus capacidades. Sin mencionar, que aquella comparación con su difunta madre, la había tomado por sorpresa. Después de un breve instante en el que trató en vano de calmarse, se puso de pie y se dirigió al baño para lavarse la cara. Acto seguido, regresó y se tumbó en la cama a la espera de que el sueño llegara para poder descansar un poco.

A la mañana siguiente, lo primero que pudo observar al abrir los ojos, fue el rostro alegre de Jeann, quien la observaba con una sonrisa de oreja a oreja, mientras se encontraba encima de ella. Eso la asustó y la hizo gritar y levantarse bruscamente de la cama, provocando que la pobre cayera al suelo sobándose la cabeza, mientras sollozaba por el golpe.




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