Pre-destinados

LA PAREJA NÚMERO UNO

Todo se encontraba a oscuras, pero afuera, o dentro, o donde quiera que fuera, se escuchaba un ruido brutal que fácilmente podría interferir con el descanso de cualquiera.

Se encontraba recostada en una cama, con los ojos cerrados y los sentidos muy despiertos. Había más personas en la habitación, eso era claro, pues sus voces retumbaban en cada una de las paredes del lugar. Quiso abrir los ojos de golpe y decirles que se callaran para poder obtener un poco de paz, pero pese a todos sus intentos, no fue capaz de ello. Su cuerpo se encontraba demasiado débil y sus parpados demasiado pesados. Pareciera que su propio cuerpo se hubiera puesto en su contra y actuara bajo su propia voluntad.

──Está más que claro ¡Ella lo ha provocado! ──se escuchó la voz acusadora de un hombre.

──¿De verdad cree usted que arriesgaría su vida solo por ese fin? ──cuestionó alguien más con la intención de defenderla.

──Se le ha escuchado decirlo, ella quiere que se cierre el colegio.

──Pues casi ha logrado conseguirlo. Después de esto, las cosas se pondrán tensas.

Aquella conversación estaba llamando su atención, pese a permanecer con los ojos cerrados, era completamente capaz de escuchar cada palabra, aun sin conocer el rostro de los implicados.

──¡No voy a tolerar que sigan difamando el nombre de mi sobrina! ──exclamó una voz sumamente conocida.

Fue entonces cuando las fuerzas regresaron a su deteriorado cuerpo y al fin pudo abrir los ojos, mientras jadeaba como si el aire no fuera suficiente para llenar sus pulmones.

Al despertar lo primero que pudo ver, fue al grupo de profesores quienes se encontraban reunidos alrededor de su cama, con unas miradas para nada alentadoras. Quiso recostarse y preguntar ¿qué era lo que había pasado? Pero sintió temor y prefirió callar. Rosalinda se acercó de inmediato hacia ella, mientras tomaba asiento junto a su regazo y le tomaba de la mano con cariño.

 

──¡Oh, mi niña! ¿estás bien? Les había ordenado a los encargados deshacerse de aquel maldito lugar para evitar esta clase de situaciones, pero evidentemente, no fui lo suficientemente clara. En serio lo lamento.

──¿Qué me pasó? ──preguntó, mientras trataba de recostarse con algo de dificultad. Sin embargo, la mujer le pidió que no lo hiciera con una simple seña.

──Creo que eso es algo que usted tiene que explicarnos mon chéri ──expresó de pronto Odette, mientras se acercaba a la cama y cruzaba los brazos lanzando una mirada algo pesada.

No comprendió su malestar. Se recostó un poco y observó al resto de los presentes quienes tenían miradas similares, salvo por su tía y la profesora Fernández, quien lucía más asustada que molesta. Rosalinda bajó la mirada y tomó su mano con un poco más de fuerza.

──¿Qué estabas haciendo en el invernadero, María José? ──cuestionó con un pequeño tono acusador.

Fue entonces cuando su memoria se recobró y al fin pudo recordar lo ocurrido. Alguien le había tendido una trampa. Alguien la había metido en todo este embrollo y quien quiera que hubiera sido, no se escaparía tan fácil de su ira. Cerró con fuerza sus puños y trató de reponer la compostura. Levantó el mentón y se puso derecha, tratando de regresar a su acostumbrada actitud de siempre.

──El profesor Yoshioka me pidió que fuera a la dirección.

──¿Y por qué no lo hiciste? ──le preguntó la profesora de dibujo e ilustración. Marijo alzó la vista hacia ella y notó un poco de empatía en su mirada, por lo que se armó de valor para contar toda la verdad.

──Eso pretendía, pero de pronto escuché algunos ruidos provenientes del invernadero, y temí que alguien estuviera en peligro. Por ello corrí para prestar auxilio a quien, se suponía, se encontraba dentro del lugar. Sin embargo, al llegar, no encontré a nadie.

──¿Por qué no pediste ayuda? ──preguntó el padre de Jeann.

──¿A quién se supone que debía de acudir? Todos ustedes, al igual que los alumnos, se encontraban en clase. No había nadie más.

──Pudiste gritar ──sugirió Heather. Aquel comentario la enfureció, intentó sin éxito, ponerse de pie.

──¡Oh claro! Y actuar como la damisela en peligro, ¿no? ──replicó ofendida──. Alguien quiso que fuera ahí. Alguien planeó esto, casi puedo asegurarlo.

──Esa es una acusación muy grave señorita ──intervino el profesor Yoshioka──. Además, no acaba usted misma de decir que todos nosotros junto con los alumnos, nos encontrábamos en clase. Si ese es el caso, ¿quién tendría tiempo suficiente para jugarle a alguien como usted, esta clase de bromas? ──la chica lo observó ofendida.

──Creo que es evidente que, si yo supiera la respuesta, no nos veríamos involucrados en esta patética situación ──contestó con amargura.

 

Los profesores intercambiaron miradas un tanto preocupadas lo cual la puso sobre aviso, en ese momento se dio cuenta de que aquello no podría significar nada bueno. Rosalinda se puso de pie y se reunió al resto de los profesores, quienes comenzaron a hablar en voz baja e ignoraban por completo a Marijo. Esta, por su parte comenzó a sentir una especie de nudo en la garganta y el estómago pesado. Quitó la sábana que cubría sus piernas y se puso de pie acercándose a ellos con algo de preocupación.

──Pasó algo más, ¿cierto? ──les cuestionó acercándose con cautela. Los profesores giraron hacia ella y evitaron hacer contacto visual.

Rosalinda se mordió el labio y se le acercó con un poco de timidez.

──Escucha querida, no quiero que creas que esto es culpa tuya. Simplemente, no fuimos lo suficientemente prudentes.

──¡Habla claro, mujer! ──la apresuró la profesora Gala, quien se había llevado las manos a la cintura y había puesto los ojos en blanco, algo cansada de la situación. Rosalinda pasó saliva con dificultad.

──Lo siento Marijo, pero las cosas se han complicado. Los demás inversionistas estaban de visita en el colegio y al dar su rondín por el lugar, te encontraron en el suelo del invernadero, desmayada.




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