Pre-destinados

FALTA DE PASIÓN

Al día siguiente, despertó temprano… o al menos eso pensó. Salió de la cama y de inmediato entró al baño, tomó una ducha y lavó sus dientes para después vestirse con ropa apropiada. Acto seguido, bajó las escaleras con rumbo hacia la cocina, donde ya la esperaban las mucamas y el cocinero principal. Además de la servidumbre, no se había encontrado con nadie más, lo cual, dado el número de invitados que se encontraban en ese momento en su casa, le pareció en verdad extraño. Sin embargo, continuó con su desayuno sin comentar nada. De pronto giró hacia el reloj que colgaba de la pared. Eran las siete con treinta minutos de la mañana. Aún era temprano, por ello creyó que los demás aún se encontraban dormidos. Pero, aun así, aquel lugar estaba demasiado tranquilo y tanta tranquilidad le resultó incómoda en ese instante.

──¿Dónde están los demás? ──preguntó al azar, mientras mordía una tostada.

──¡Oh! Ellos partieron muy temprano, señorita ──le respondió una de las mucamas, mientras recogía los platos de la mesa.

Alzó la vista hacia la mujer y la observó un instante, sin ninguna clase de expresión en el rostro.

No esperaba algo como eso. Las clases comenzaban a las ocho de la mañana. ¿Qué demonios tenían que hacer faltando tanto para entrar?

──¿Y mis tías? ──cuestionó, mientras se ponía de pie.

──Ellas partieron también, señorita.

Giró de repente hacia la mujer, mientras ladeaba la cabeza con curiosidad. La habían abandonado. Eso era claro. Molesta subió con furia por las escaleras y al llegar a su habitación, tomó el estuche de su violín y volvió a salir como alma que lleva el diablo. Al verla, varias empleadas corrieron a su lado, a la espera de recibir órdenes suyas, pues eran conscientes de que solía tener cambios repentinos de humor.

──Llamen a Leo, y díganle que prepare el coche para llevarme al colegio ──les dijo, sin detenerse ni un poco. Una de las empleadas salió corriendo hacia el patio, para cumplir con su mandato, mientras el ama de llaves caminaba a paso veloz a su lado.

──¿Piensa asistir también, señorita? ──le cuestionó de forma educada──. Sus tías nos pidieron que cuidáramos de usted en su ausencia.

Ambas llegaron a la salida, donde el chofer las esperaba con la puerta del auto abierta.

──Quiero que te quede claro algo, querida Fanny ──comentó al ama de llaves, mientras se detenía en la puerta del auto──. Yo no necesito que absolutamente nadie, cuide de mí.

 

Dicho esto, subió al auto, mientras el chofer cerraba la puerta detrás de ella. De esa manera, avanzaron pues con rumbo hacia la academia. En el transcurso del camino, todo se encontraba en silencio. No acostumbraba a hablar mucho con sus empleados, salvo con su ama de llaves a quien conocía de toda la vida, y que prácticamente era como su nana. El nombre de la mujer era Estefanía, pero María José había adoptado la costumbre de llamarla Fanny, por lo que era más conocida de esa manera. Aquella mujer era contemporánea a Carlota y vestía siempre de manera pulcra y discreta, con el uniforme que Carlota había diseñado exclusivamente para su personal de servicio. Con la única diferencia de que el suyo constaba de un pantalón largo de vestir en lugar de una falda, como el resto de las mucamas. Fanny era la única con la que Marijo se sentía cómoda en aquella casa, antes de la llegada de su tía Rosalinda. Sin embargo, desde la llegada de esta, la comunicación con su ama de llaves se había visto algo afectada.

Al llegar a la academia, se percató de que las cosas estaban siendo algo extrañas. La entrada estaba completamente sola, pero dentro de las instalaciones se escuchaba ruido. No era esa clase de ruido molesto que llega a incomodar, sino por el contrario, era esa clase de ruido propio de una escuela. El murmullo de los salones podía escucharse en los pasillos, acompañado por melodías de todo tipo, provenientes de todas direcciones. Sin embargo, no había ni una sola alma en los corredores o la entrada. Avanzó en silencio, con cautela, esperando encontrar a alguien que le indicara qué era lo que estaba ocurriendo, pero nadie apareció. Siguió avanzando y decidió subir a la segunda planta para ir directo al salón de teatro, donde se supone que comenzaría su clase del día. Aún quedaban quince minutos para que las clases dieran inicio, pero pareciera que todos habían comenzado desde mucho antes. Al llegar al aula, abrió de golpe la puerta llevándose una gran sorpresa, pues del otro lado se encontraba su tía Rosalinda acompañada por un pequeño grupo de alumnos, quienes se encontraban alrededor de un pequeño escenario. Ninguno de ellos le prestó la más mínima atención, por lo que, tomó asiento en la última fila de butacas que se encontraban frente al escenario. Gracias a esto, pudo ser testigo de la preparación que aquellos chicos estaban recibiendo. Practicaron un fragmento de una obra de Shakespeare que Marijo había visto decenas de veces en el teatro. Sin embargo, esta vez, al verlo personificado por aquellos chicos, se sintió profundamente conmovida.

La dedicación y entrega que mostraban en la interpretación de sus personajes, de pronto comenzó a abrumarla. Había visto antes a aquellas personas, debajo del escenario, siendo ellos mismos, y jamás imaginó que serían capaces de interpretar sus papeles de semejante manera. Por ello, se puso de pie dispuesta a abandonar el lugar, pues pese a que aquella actuación le había parecido maravillosa, lo cierto era que su ego le impedía reconocerlo. Abandonó el aula y decidió continuar con su recorrido. Sin embargo, pensó que seguir buscando en los salones no era algo factible. Por ello, decidió salir a los jardines, pero para su mala suerte, ahí se encontró con otro grupo de alumnos, quienes en esta ocasión estaban siendo liderados por el profesor Dean. En aquel grupo se encontraba también Víctor, quien se veía demasiado concentrado pintando un hermoso cuadro, en el que se podía distinguir una dama de espaldas, luciendo un hermoso vestido blanco, mientras su cabello platinado caía sobre su espalda. Al ver aquella escena, se quedó perpleja. No era capaz de explicarse cómo podría ser factible que alguien tan activo y despistado como aquel chico, pudiera lograr pintar semejante obra de arte de aquella forma tan sumisa y callada. Fue entonces cuando prestó un poco más de atención al resto de los alumnos, y pudo notar el grado de concentración que cada uno experimentaba al momento de pintar sus cuadros. Parecían estar como hipnotizados. Cada cuadro era en verdad hermoso y reflejaba una realidad diferente a la que ella conocía.




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