Pre-destinados

¡UNA FORMIDABE MENTIROSA!

Fue gracias a Kohaku que su cuerpo no cayó al suelo, pues el joven logró percatarse de su estado y discretamente le dio un medio abrazo, acercándola hacia él. Al ver aquello, Diego de inmediato se acercó a la escena, con una expresión molesta en el rostro, mientras aquel brillante hilo le seguía el paso. Marijo era incapaz de quitarle la mirada, pues estaba más que convencida de que aquello tenía que ser un error. De entre todas las personas del mundo, ¿por qué Hatori Nara? María José estaba acostumbrada a ser el centro de atención. A ser la número uno a donde quiera que fuera. Nunca se había sentido inferior a absolutamente nadie. Sin embargo, Hatori Nara la ponía nerviosa. Era superior a ella en varios aspectos que se negaba a reconocer del todo. Su aspecto físico le superaba. Su mirada, sus labios, su rostro entero era prácticamente perfecto. Su cabello era largo, y a diferencia de la rebelde melena de la mexicana, el suyo era suave y completamente liso. Eso, sin mencionar su habilidad con el baile y su facilidad para relacionarse con las demás personas que le rodeaban. Esto último era lo que más le afectaba. Aquella chica era perfecta. Una versión mejorada de su propia persona. Tenía todo lo que ella siempre había deseado, y ahora se atrevía a quitarle tambien a Diego. No podía permitirlo. No, eso no. Él era el único que había permanecido a su lado desde siempre. Lo conoció cuando era una niña y sus padres recién habían fallecido. Carlota la había enviado a aquel internado, y prácticamente la había abandonado a su suerte. No tenía a nadie. Estaba vulnerable y los demás parecían disfrutar el alejarse de ella. Sin embargo, el hijo del jardinero se le acercó. La vio llorar y la consoló. Aquel simple gesto, fue más que suficiente para conmover a aquella pobre y vulnerable pequeña, quien depositó toda su confianza en aquel humilde chico. Desde ese momento, ambos se volvieron unidos y prometieron estar siempre para el otro sin importar nada. Por eso mismo, era más que claro que aquel que le estaba destinado, no podría llegar a ser otro más que él. Y ahora, así, de la nada, una tipa cualquiera había aparecido de repente, reclamando un lugar que no le correspondía en lo más mínimo… No, esto tenía que ser un maldito error.

Era momento de partir. Carlota había llegado y no había nadie más a quien esperar. Sin embargo, Marijo se apartó un poco de Haku y observó a sus tías quienes la veían confundidas, pues la actitud que presentaba no era algo normal.

──¿Te molesta si me quedo un momento más? ──preguntó a Carlota──. Me gustaría poder practicar un poco más con el violín.

Para el resto de los presentes, era más que claro que aquello se trataba de una mentira. Sin embargo, Carlota reaccionó complacida con su petición. Le sonrió con orgullo, mientras se le acercaba con las manos a la espalda.

──Me parece muy bien. Enviaré al chofer para que te recoja dentro de una hora.

En cuanto terminó de hablar, Marijo se despidió con una leve reverencia para después darles la espalda, y salir corriendo de vuelta al interior de la academia. Los demás intercambiaron miradas entre ellos, pues era evidente que algo estaba pasando con ella, y dados los acontecimientos a los que últimamente se habían enfrentado, sabían que aquello no podría significar algo bueno. No obstante, era demasiado tarde para poder intervenir, pues había ingresado de vuelta a la academia y era imposible que pudiera escucharlos, aun si estos se atrevieran a gritarle, lo cual, no podían hacer en presencia de Carlota.

Mientras tanto, María José corría por los pasillos de la academia en busca de Agatha. No podía permitir que aquella endemoniada anciana siguiera atreviéndose a jugar con ella de semejante manera. Presentaba los hilos como le daba su reverenda gana, y la hacía sentir miserable con aquel juego, que lejos estaba de llegar a su fin. ¿Cómo demonios esperaban que uniera a una pareja antes de que el otoño finalizara, si le ponía semejantes obstáculos en el camino? ¡ERA ABSURDO!

Nada de eso parecía tener sentido. Era claro que aquella anciana solo trataba de vengarse, pues había sido lo suficientemente inteligente como para encontrar su destino por si sola. Por ello aquella mujer decidió confundirla, mostrándole aquel falso hilo. Sí, eso tenía que ser. No había otra explicación.

 

«¿Diego al lado de Hatori? ¡JA! Sí, cómo no» ──. Se dijo para sí, mientras abría una puerta a la fuerza esperando encontrar a la mujer del otro lado.

 

Sin embargo, esta no aparecía por ninguna parte. Aquello estaba comenzando a irritarla aún más, pues su adorada tía solamente le había concedido una deprimente hora más, y su tiempo comenzaba a agotarse. Tenía que encontrarla fuera como fuera y no iba a descansar hasta lograrlo. Sin embargo, aparentemente, esta no se encontraba en el interior de aquella academia, por lo que decidió salir al patio y buscar en los alrededores. Avanzó hacia el kiosco que se encontraba al centro del lugar, y donde hasta hace poco, había llorado desesperada rogándole por un poco de paz. Aquel recuerdo le dio vergüenza y asco, por lo que de inmediato apresuró el paso y se dirigió hacia el invernadero. Sus recuerdos eran un poco más llevaderos en aquel lugar. Avanzó hacia la entrada, pero no se atrevió a entrar, pues temía quedar de nueva cuenta encerrada.

 

──Buon pomeriggio, signorina. ──escuchó a sus espaldas.

Apenas escuchó aquella voz, sintió un escalofrío que le recorrió la espalda y la atormentó por un breve momento. Se giró de golpe y se encontró con Piero. Al verlo, retrocedió un poco, presa del asombro. El tipo por su parte sonreía con malicia, acercándosele lentamente. El hilo negro seguía atado a su dedo, pero se encontraba incompleto. Como si hubiese sido roto de forma violenta. Sin embargo, presentaba un color mucho más oscuro. Era claro que el sujeto la veía como una presa fácil, pues en comparación con ella, aquel tipo era enorme. Sin embargo, no era ninguna damisela en peligro. Recobró la compostura y se plantó frente a él, observándolo fieramente.




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