Pre-destinados

NOTAS

Haku tenía la mirada clavada en el rostro de María José, ejerciendo presión en esta para que le dijera de una buena vez, ¿quién era esa famosa Agatha de la que tanto estaba hablando? Sin embargo, ella no respondió, por lo que su paciencia estaba llegando a su fin. Tenía la intensión de preguntar de nuevo, pero justo en ese instante, Diego apareció a la vuelta del pasillo, con una amplia sonrisa en el rostro, la cual se esfumó en cuanto vio el rostro de su amiga, ya que claramente reflejaba su desesperación. Aquello lo preocupó, pues inmediatamente imaginó que Piero había aparecido y se sintió culpable por no haber estado presente. Sin embargo, en cuanto Marijo lo vio, se fue a sus brazos dándole un fuerte abrazo que lo desorientó un poco.

──¡Sáquenme de aquí, por favor! ──le dijo suplicante en un tono de voz tan bajo, que Haku no pudo ser capaz de escucharlo.

Diego se mordió el labio, y alzó la mirada hacia su joven acompañante, observándolo con furia, pues era más que obvio que el comportamiento de su amiga había sido causado por obra suya. A pesar de ello, Haku reaccionó de forma altanera. Cerró los ojos y sonrió de forma cínica, mientras se llevaba las manos a los bolsillos y avanzaba sin prestarles atención.

──Deberíamos darnos prisa, de lo contrario podríamos perdernos la cena, y esta señorita no es muy amable cuando tiene hambre ──comentó, provocando que el ambiente se tornara un poco menos pesado. Diego la soltó y dio la vuelta siguiendo al chico para exigirle que esperara un poco, pero no hubo necesidad, pues este se detuvo de golpe──. Este no es un buen lugar para hablar ──comentó con un tono de voz mucho más serio. Diego se quedó inmóvil, comprendiendo lo que estaba ocurriendo. Dio la vuelta y tomó a la chica de la mano arrastrándola con él.

 

Un elegante auto oscuro los esperaba en la entrada, mientras un apuesto caballero que vestía con un distinguido traje oscuro, y unos guantes blancos los observaba recargado en este. Al verlos llegar, de inmediato se incorporó y les abrió la puerta invitándolos a entrar. Los tres jóvenes subieron de inmediato en silencio. De vez en cuando intercambiaban miradas entre ellos, pero ninguno se atrevía a hablar. Fue entonces cuando Marijo metió la mano en uno de sus bolsillos, y se percató de que aun llevaba consigo los restos del teléfono de Haku, por lo que se mordió el labio y los sacó, intentando entregárselos, mientras este giraba hacia ella, confundido. Al ver lo que trataba de entregarle, sonrió con burla y la observó fingiendo estar enojado.

──En serio que eres un peligro ──le dijo tomando lo que quedaba del teléfono. Ella bajó la mirada avergonzada.

──Te prometo que te lo pagaré.

──¡Oooh! ¡Claro que lo harás! No te preocupes, ya veré yo la forma como me cobraré por esto. ──le dijo inclinándose un poco hacia ella. Al escuchar aquello, Diego no pudo evitar darle un discreto golpe con su rodilla, provocando que el joven nipón, volviera a sentarse con la vista al frente. Después de esto, ninguno de los tres volvió a abrir la boca hasta que llegaron de vuelta a la casa principal. Sin embargo, por motivos que Marijo no entendía, el auto se detuvo una cuadra antes de llegar a casa. En ese momento, los chicos abrieron las puertas y bajaron del vehículo, dejándola sola con el chofer. Quiso bajar al igual que ellos, pero el hombre se lo impidió.

──No se preocupe, señorita. Los jóvenes ya saben que hacer ──le dijo observándola desde el retrovisor.

 

No comprendía lo que pasaba, pero estaba comenzando a acostumbrarse a esa clase de situaciones, por lo que prefirió no hacer más preguntas y continuar avanzando. Al llegar a la casa, el hombre abrió la puerta y ella al fin pudo bajar. Ahí ya la estaban esperando sus tías, quienes, por sus expresiones dejaban ver que eran completamente diferentes. Carlota lucía inexpresiva, con las manos sobre su bastón, luciendo un elegante vestido azul rey, perteneciente a su firma de ropa. La observaba con esa severa mirada a la que tanto le temía. Mientras que, por otro lado, Rosalinda vestía de forma mucho más desalineada. Usaba una falda larga de un color beige, una blusa blanca de tirantes y unos zapatos parecidos a unas sandalias, algo viejas. Eso sin mencionar que su cabello se encontraba algo desordenado. Sin embargo, su expresión facial, le conmovió mucho, pues se veía verdaderamente preocupada por ella. Al verla bajar del auto, de inmediato se acercó corriendo hacia ella, mientras la aprisionaba en sus brazos, llorando.

──¡Oh mi niña! ──le dijo apretándola con fuerza──. No debí dejar que fueras tú sola. Pero dime, ¿estás bien? ¿Cómo fue que te hiciste esto?

La chica estaba deseosa de repetir la misma mentira que había utilizado con don Julio. Después de todo, Rosalinda era mucho más crédula que aquel hombre. Sin embargo, en ese momento, Carlota se acercaba peligrosamente hacia ellas, por lo que se dio cuenta de que aquella mentira no podría servirle con ella. Carlota era sumamente perspicaz cuando se trataba de su cuidado, aquella herida, bien podría alertarla de que algo no estaba del todo bien.

──¿Dónde está tu violín? ──cuestionó la mujer con calma.

──Lo he olvidado en la academia ──respondió Marijo, bajando la cabeza. Rosalinda la soltó y volteó hacia la mujer, viéndola de forma reprobatoria.

──¿Es en serio Carlita? ──le dijo molesta──. Tu sobrina está herida, ¿y lo unico que te importa es ese maldito violín? ¿Cuánto cuesta? Dime, ¿tanto quieres uno? Con gusto te regalaré uno para que trates de prestarle un poco más de atención a mi niña.

Rosalinda estaba furiosa, pero Carlota permanecía inexpresiva.

──Es evidente que aquí la que no está prestando atención, eres tú ──respondió, viéndola con algo de malestar──. ¿Dónde estuviste, María José? ──le preguntó, provocando el miedo en esta. A Rosalinda aquello le causó curiosidad. No esperaba que su sobrina le mintiera.




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