Preciado tesoro
De esta forma mallugada se encuentran mis manos, aquellas que en su nubilidad se sintieron tan útiles, llenas de gracia tallando madera por diversión, divina juventud. El hoy solo me hace sentir nostalgia de aquel olor a machimbre recién barnizado, aquellas delicadas formas talladas, que, contaban historias, las cuales eran notadas solo con cierta agudeza, mi tacto anhela regocijarse en aquello que hacía con tanto amor.
“Abuelito, si pudieras darme algo preciado tuyo, ¿que sería?” Me pregunto mi pequeño nieto, con ojos brillosos, posando sus tiernas manitas sobre mis temblorosas manos.
Tan solo recosté mi ser en la mecedora, balanceándome lentamente, mientras dirigía la mirada al techo, recordando todas mis cosas más preciadas. En la espera del recuerdo “Una caja” musite.
Mil recuerdos pasaron por mi mente antes de llegar a ella, todas llevaban a mi esposa, a aquel hermoso día en la cual contrajimos matrimonio.
En sus manos se encontraba una pequeña y sencilla cajita, sin cerradura, la cual podía ser abierta en todo momento. El primer presente el cual había hecho a mano para aquella preciada mujer, representaba nuestros inicios juntos y futuros.
“Que es lo más preciado que me darías”
Aquella frase la cual causo sonrojos y temblor en mis manos, fueron contestadas desde lo más profundo de mi interior. Palabras que pensé nunca más repetirlas a otra persona que no fuese ella, las cuales estaba a punto de dedicarlas a aquellas suaves y fragiles manos que se encontraban posadas sobre las mias.
Agarre mi bastón que se encontraba a un lado de la mecedora, por el reposabrazos, me incline lentamente hacia delante y me levante, encaminándome al cuarto que compartía con los recuerdos de mi dulce amada. El retoño seguía mis pasos con ojos vislumbrosos.
“Esta pequeña caja es mi más preciado tesoro” murmure cogiendo la misma, que se encontraba sobre una gran mesa, para luego dirigirme a la cama que se encontraba frente nuestro, sentándome al borde hice un ademan para que mi nieto me siguiese. “¿Una caja? Pregunto extrañado el niño acomodándose al lado. Pequeños lagrimales se formaron en mis ojos, podía sentirlos.
“Mi esposa, que nos vela desde los cielos guarda esta caja como nuestro tesoro” dije mirando a los ojos de mi nieto, que sostuvo mi arrugada mano, como entendiendo mis sentimientos a tan corta edad.
“Esta caja será tuya de ahora en adelante, en ella esta puesta casi todo lo que yo tenía, lo que teníamos y aún no está llena”. “Pero la caja se ve liviana” dijo por lo bajo el pequeño.
“Se ve liviana pero estará completa ahora que la pongo en tus manos, en ella guardaras tu dolor, fogosidad, sentimientos, buenos y malos, desesperanza y el deleite indescriptible de la felicidad; Y de mi parte, te llevaras la gratitud y el afecto que siento por ti, de tu abuela obtendrás los mejores deseos guardados en ella”.
El retoño sostuvo entre sus manos la pequeña cajita, con una tierna y dulce mirada agradeció a su abuelo por el regalo.
Al pasar los veranos, aquellas dulces palabras pudieron ser mejor comprendidas, y en medio de la añoranza, con ojos llorosos y una leve sonrisa surgieron unos susurros.
“Todavía la caja no está colmada, muchas gracias abuelo”