Predicción de amor

Capítulo 4: Se venció

Martes, 01 de noviembre.  

Mi celular no para de vibrar con todos los mensajes que llegan de mi mamá; anoche no llegué a casa, me quedé con Chloe. Sin ánimos de ser irresponsables, les dejé un mensaje a mis papás avisándoles, pero eso no apaciguó la ira de mi progenitora.  

No le he contestado ni un solo mensaje, tampoco las llamadas. No tengo ganas de discutir o de oírla discutir, apenas y me estoy reponiendo de la salida de anoche. Quiero unas horas más de paz, antes de enfrentarme a los aspavientos que vendrán. 

—Cooper. 

Doy un respingón en mi asiento, y quito la mirada de la ventana del salón al oír la voz del Profesor Sieberg. Veo a él hombre gruñón y estirado a mi lado. 

—Aquí tiene el resultado de su examen. —coloca de mala gana la hoja en mi mano y sigue al siguiente puesto. 

Suelto un quejido mentalmente y muerdo mis labios, reteniendo cualquier grosería. 

Saqué cinco.  

Paso mis manos por mi cabello dejando la hoja en la mesa y trato de respirar profundo.  

Maldigo al profesor y a sus exámenes sorpresas. 

El profesor Sieberg termina de entregar todos los exámenes y nos indica que nos podemos retirar; claro, no sin antes recordarnos que tenemos que hacer un ensayo para fin de curso. Tomo mis cosas y salgo del salón, cuando estoy afuera de la Facultad de Psicología. Camino hacia los jardines de la universidad mientras, voy dando murmurios molestos.  

Soy consciente de que es lo que merecía gracias a mi falta de atención ese día, pero aun así, me quiero matar.  

Un mensaje de Chloe llega a mi celular avisándome que hoy saldrá más tarde por lo que no me moleste en esperarla. 

Una ráfaga de viento golpea contra mí y todo mi cuerpo se estremece por el frío. Eso es solo una pequeña premisa de que pronto llegará diciembre y con ello el invierno se arreciará.  

*** 


Paso una toalla absorbente por toda la barra con mucho afán, viendo por los vidrios de la cafetería como la noche ya ha caído.  Cerramos hace unos veinte minutos y cada quien está limpiando su puesto de trabajo, los pasteleros están en la cocina acomodando todo, Marie y la otra chica que también es mesera, limpian las mesas y Louis, él que atiende tiende los pedidos, está acomodando las tazas dónde se sirven los cafés. 

Annet aparece bajando las escaleras y nos mira a cada uno con detenimiento. En sus manos lleva varios sobres blancos. 

—Bueno, en lo que terminen con sus labores podrán irse. Ah, y aquí están sus pagos. 

Veo la hora en mi reloj de muñeca y veo que casi son las ocho de la noche. Hoy fue un día muy bueno en la cafetería, pero también agotador y cargado; además de atender a la clientela tuvimos que decorar el lugar con motivo a navidad.  

Si, rápidamente saltamos de halloween a navidad.  

—¿Aliyah? —mi tía me llama y dejo de mover mi mano con la toalla contra la barra—. ¿Podemos hablar un segundo? 

Uy, ese tono. Ya viene el sermón.  

Voy hasta donde está ella, y estando apartadas un poco de todos, baja su voz.  

—¿Qué ha pasado?  

Muevo mis ojos viendo hacia los lados, y luego subo una ceja. 

—¿De qué? 

—Meredith me llamo en la tarde para saber si habías venido a trabajar. —dice suspirando y pasando su mano por boca.  

—Annet… —empiezo a decir con gesto cansón, pero ella no me deja terminar. 

—Aliyah, saliste ayer en la noche de tu casa y no has ido a ella aún.  

—Por amor a Dios, era halloween. Todo el mundo salió, todos los años salgo con mis amigos… ¿Qué es lo extraño? ¿Por qué tanto alboroto? ¡No soy una cría!  

Termino dando un gran resoplido, y golpeo la barra con la toalla dejándola allí. Todos en el local se dan cuenta, pero me vale. Voy hasta los casilleros por mi bolso, y me quito el delantal; escucho a Annet llegar detrás de mi. 

—Tu madre me dijo que discutieron, y solo fuiste a esa fiesta para hacerla rabiar. —habla aún con tono apacible, pero yo ya tengo los nervios a tope.  

—¿Y qué? —me giro con el bolso en mi mano—. ¡Ella me tiene agotada! ¡No más! Estoy harta.  

—El tema está, en que no eres de ir a fiestas. Quizás antes un poco más, pero este arranque repentino, y después no llegar a tu casa… 

—Annet, basta. —susurro dándome vuelta para cerrar el casillero. 

—Tu y yo sabemos lo que ocurre. Sé que saliste porque estás abrumada… 

—Annet, dije que basta. —apoyo mi cabeza del casillero. 

—Pero está no es la solución, busquemos ayuda profesional… 

—¡Para ya! —grito y la enfrento. Su respuesta es solo quedarse estática viéndome—. Déjame el tema, no todo tiene que ver con eso, deja lo estar… —cuelgo la mochila de mi hombro y tomo aire—. Ya me voy a casa. ¿Contenta? 

Salgo a paso apresurado, mientras aún siento la sangre hervir. No sé que me ocurre, estoy siendo muy volátil, lo se. Sé que no debí hablarle así a Annet, pero me molesta. 

Me molesta que crean que soy débil, que necesito que me estén vigilando a cada momento. Puedo con estas cosas sola.  

Y detesto que mi madre me quiera controlar, que quiera que haga todo a su merced. Capaz, y una parte de ella creía que me volvería más sumisa, gracias a mis actitudes retraídas estos dos últimos años. Pero no, no le voy a dar ese gusto. 

Cubro mi rostro con mis manos y doy un grito ahogado. Tengo problemas de ira definitivamente; miro de nuevo el camino, y varias personas se me han quedado viendo como si estuviera loca. 

—Si claro, como si ustedes nunca hubieran tenido un mal día. —no lo digo muy alto, pero quisiera que cualquiera escuchara. 

Meto las manos en los bolsillos de mi pantalón para apaciguar un poco el frio. Trato de ocupar mi mente en otra cosa, pero lo único que se me viene a la cabeza, es lo que dijo el vidente. Ah claro, y el chico pirata de la fiesta. Ambos encuentros fueron muy raros, pero nada más raro que lo del sueño. Quitándole la parte desagradable, obvio. 

Sacudo mi cabeza para no caer en ese recuerdo. Tomo aire y miro al cielo unos segundos: 

—Sería fantástico que me empezaran a pasar cosas buenas, como tener un novio con auto. ¿Es mucho pedir? ¿Ah?  

Una voz pronuncia mi nombre y mi cuerpo se timbra. Bajo la mirada y me quedo quieta, mientras mi respiración se acelera. Cierro los ojos y me trato de convencer, que eso ha sido una alucinación. Volteo con sigilo hacia los lados en medio del pánico; escucho que de nuevo me llaman, y esta vez la voz se me hace familiar. Los vellos de mi piel se erizan por debajo de mi camisa mangas largas. 

—¡Aliyah! 

Reconozco a la persona que me llama a mis espaldas con tan solo escucharlo. Relamo mis labios y dejo salir un suspiro titubeante. 

—¿Aliyah? —se acerca más. 

Cierro mis ojos con mucha fuerza, empuño mis manos y giro mi cuerpo con lentitud. Abro mis ojos con un poco de temor y lo veo. 

—¿James...? —el temor es claro en mi tono.  

Paseo mi vista de arriba a abajo, lo analizo detenidamente y él hace lo mismo cuando queda justo en frente de mí. 

—Cuanto tiempo. 

No me agrada la idea de volverlo a ver, es evidente. Mi estómago se revuelve entre amargura, temor y asco. Esto se siente como otra pesadilla, pero lamentablemente esta es real. 

—Si. Mucho tiempo. Bueno, dos años para ser exactos. 

Dos años… 

—Te vi y me pareció conveniente saludarte —dibuja una sonrisa sardónica en su rostro—. Hola, Aliyah. 

Una oleada de escalofríos me hace estremecer, y opto por cruzarme de brazos. Veo sus intenciones de acercarse más, y yo me alejo, recordando que… 

—No puedes acercarte a mi —defiendo y busco el teléfono en mi pantalón—. Más bien, debes alejarte o… 

—El tiempo se venció, Aliyah. 

Responde con confianza pero yo niego. Ríe con astucia, y luego saca un papel del interior de su chaqueta gris plomo. Sigo negando.  

—¿Crees que vendría hasta acá, sabiendo que puedo tentar contra mi libertad? —sisea con su boca y me extiende el papel—. Anda, verifícalo por ti misma.  

Con mis manos temblorosas, le arrebato la hoja y entonces lo leo. Tenso la mandíbula y me dan ganas de romperlo; tiene razón, la fecha ya pasó. Se venció.  

—Volví —da un paso— y no me pienso —da otro paso— ir —termina diciendo en mi oído y cierro los ojos, conteniéndome. 

James retrocede, pero se queda muy cerca. mete sus manos en los bolsillos delanteros de su pantalón y me da una mirada acerada que me hace tensar, luego la transforma de a poco a una atenta y ansiosa.  

Tener sus ojos tan oscuros como el azabache sobre mí, su rostro con esos perfectos rasgos tan cerca, su contextura muy bien formada que me rebasa en tamaño y peso, me hace sentir pequeña. Débil. Y odio eso, odio sentirme como su presa, otra vez. Arrugo el papel entre mis manos, y lo miro con tanto odio, que se me retuerce el alma. 

—He regresado para quedarme, me he vuelto a mudar —ladea su cabeza sonriendo con frivolidad— justo, frente a tu casa. De nuevo seremos vecinos… 

—Estás disfrutando esto. —riño con voz desgarrada.  

—Claro que lo estoy disfrutando, si de nuevo puedo ver a mi chica favorita —toca la punta de mi nariz con su dedo y me echo para atrás—. Espero y podamos recuperar el tiempo perdido.  

Esto cada vez mas como una pesadilla. Él me mira directo a los ojos, sosteniendo su actitud sagaz. 

—El tiempo pasó y no hay nada que recuperar James... —doy otro paso más para atrás—. Aléjate.  

Me giro y sigo mi camino sin mirar atrás dejándolo. Ruego en el interior que no intente seguirme, y me insto a acelerar el paso por si llegase a suceder eso. 

—¡Nos vemos, solecito! —grita a mis espaldas y yo encojo de hombres por el susto.  

Mierda, esto no puede estar pasando. No, maldición, no.  


*** 

Justo antes de entrar a mi casa, veo la acera del frente y miro el camión de mudanza aún ahí. Busco con desesperación las llaves y abro la puerta tan rápido como puedo; entro a la casa y una vez siento fuera de peligro, empieza a tomar aire muy seguido.  

—Miren quien llega.  

Mamá aparece con los brazos en jarra. Apoyo mi cabeza de la puerta.  

—Hoy no —digo agitada—. En serio, hoy no quiero discutir. 

Ni oírte.  

—¿A ti te parece que a mí gusta estar en una constante discusión contigo? Solo me das dolores de cabeza, te comportas como una eterna adolescente.  

—Es en serio cuando te digo, que no quiero discutir hoy. —repito, y buscar llegar a las escaleras. 

—¿A dónde vas?  

—A mi habitación —paso por su lado, y me toma del brazo—. ¡Mamá!  

—¿Qué es lo que ocurre? —papá viene bajando del segundo piso. Nos ve a ambas y junta sus cejas—. ¿Por qué discuten?  

Yo me quito el agarre de mamá y me hago a un lado, para que papá quede en medio de ambas.  

—Debemos hablar con ella, George. 

—¿Hablar sobre que? Deja por favor… —mi tono sube a uno histérico pero me logro callar. Paso mis dedos por el puente de mi nariz.  

—¿Hijas que te ocurre? Estás pálida. —papá toma mi rostro con una mano y me da una mirada llena de preocupación.  

Yo solo puedo bajar mi vista y callar lo que verdaderamente sucede; de seguro ya están enterados de que los Davis volvieron, pero no puedo tocar ese tema con ello. Así que optó por mentir.  

—Tranquilo, solo estoy un poco cansada… 

—Claro, porque es muy difícil pasar toda una noche haciendo vagabunderías y luego volver a la vida real. ¿Agotador no? —reclama mamá.  

—Meredith. —papá la ve y parece que se comunicarán en silencio.  

Quito de la forma delicada posible, la mano de mi papá de mi cara y subo los primeros escalones. Mamá de nuevo me grita.  

—¡Ya basta, mamá! No quiero pelear, ¿es muy difícil eso? 

—¿Ahora te comportaras como una rebelde? ¿Cómo una adolescente? ¿Qué, ya te cansaste de ignorar al mundo y ahora quieres irte en contra de todo? ¡Reflexiona, Aliyah! 

—Meredith, ya.  

—Haz un favor, y mejor vuélvete a encerrar en tu mundo y así ya no habrán más problemas. 

Esa simple oración termina por desbaratarme. Y también desata una discusión entre mis papás, por lo que sigo hasta mi habitación y me encierro. Me dejó caer al suelo, y aunque me inundan las ganas de llorar, no lo hago. Solo me quedo viendo un punto inespecífico durante más de una hora. 


*** 

Llevo alrededor de media hora intentando iniciar trabajo de cierre de curso y no tengo nada en mente. Me estoy frustrando demasiado; odio cuando quiero dar todo de mí y mi cabeza está en otro lado.  

Mi cabeza ya no tiene espacio para tantas cosas: la pesadillas, el tal tomas, lo que dijo el vidente y ahora… James Davis.  

Tomo mi teléfono y busco el número de Annet, debo decirle lo de James. Tiene que saber que ya no impedimento para que ese imbécil, pueda acercarse a mi.  

La puerta de habitación suena tras unos toques y entonces suelto el teléfono. Ruedo mi silla hacia atrás solo un poco y miro a la puerta. 

—¿Quién?  

—Hola, pecas. 

Charlie entra y deja la puerta abierta. Yo coloco el celular boca abajo, y dejo mi vista a la pantalla del computadora. 

—¿Qué haces? 

—¿Qué quieres, Charles? 

—Uy, que humor. 

Se pone de espalda al escritorio y deja su trasero encima de él. Subo mi vista hacia él. 

—Habla y vete. 

—Yo hice una pregunta primero. —vacila con molestia. Ruedo mis ojos. 

—Estoy tratando de escribir mi trabajo de fin de curso. 

Paso de nuevo mi atención a la pantalla.  

—¿Y porque no te veo escribiendo? El documento está todo en blanco —Se levanta, me rodea y se coloca en cuclillas—. Mira, esto se llama teclado —señala lo mencionado y le doy una mirada cansada—, y sirve para escribir lo que quieres que salga en la pantalla, hermanita. 

Arrugo mi nariz y en mi frente su forman pliegues. Solo pienso en el deseo de que querer golpearlo repetidas veces. Charlie se pone de pie, y yo sostengo mi vista en él. 

—Aún las computadoras no funcionan por telepatía, sé que estas estudiando Psicología, pero debes intentar la telepatía con los seres humanos no con aparatos electrónicos. 

Es un idiota. Es un idiota muy grande. 

Cierro mis ojos y respiro profundo. 

—Hoy no estoy para tus bromas.  

—No estás ni para existir —se burla—. ¿Por qué no bajaste a cenar? 

—Porque no tenía hambre. 

—Tu siempre tienes hambre.  

—Hoy no. —digo molesta. 

—¿Te pasa algo? 

Su tono cambia a uno más serio, y mi respuesta es evadirle la mirada. 

—Déjame sola, quiero continuar con mi tarea. 

—¿Continuar? Querrás decir, empezar. —ríe y sobo mi sien. 

—No estoy jugando, Charles. Vete. 

—Que amargada.  

Me dice una vez está fuera de mi habitación, que está justo al frente de la mía.  

Abre la puerta para adentrarse en ella, y entonces lo llamo. 

—¡Cierra mi puerta! 

—No. 

—¡Charles! 

—¡Pecosa! 

—¡Charles! —sigo. 

—¡Simplona!  

Me voy hacia mi cama y tomo una almohada, luego a la puerta y se la lanzo. Le doy en el rostro. 

—¡Loca! —recoge la almohada y me la lanza. Pero la esquivo. 

—¡Imbécil! 

Charlie mantiene su vista fija en mí y achica sus ojos. Lo hace durante varios segundos, y hasta creo haber ganado está contienda de insultos, pero no. No lo hago.  

—¡Solterona amargada! 

Y cierra la puerta. Papá se asoma y me mira con reproche. 

—Él empezó. —me excuso sin más.  

—Ve a dormir, hija. —dice con tono cansado y me da un beso en la frente.  

 




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