Prefacio

Lejos del Camino

Es de noche en la Residencia –inmenso complejo de edificios de habitaciones, con doce cabañas y una casa de dos pisos en la que habitaban los dueños del lugar-. Con un ímpetu violento me despierto. Mi corazón late con fuerza. Un sueño inquietante perturbó mi estancia en la cama. En el exterior de la casa se escuchaba distante el ladrido de los perros, el murmullo del silencio. Mientras yacía sobre la cama, envuelta entre las sabanas y el cúmulo de pensamientos provocados por ese sueño indócil que me obligó a despertar me dije: “debería levantarme”, y así sin pensarlo más, salí de la cama dejando de un lado las sábanas y aquel sofocante calor que había dejado su impresión sobre mi pijama.

Caminé por el pasillo fuera de la habitación hacia la escalera que llevaba a la planta baja de la casa y mientras lo hacía escuché ruidos y voces que venían desde afuera. Bajé las escaleras y fui directo a la cocina hacia el ventanal que daba vista al jardín de la casa. Eché un vistazo con precaución, pero no pude ver nada salvo lo que medianamente me permitía ver la oscuridad de la noche y el reflejo de las bombillas sobre el camino de piedras. Las voces y ruidos habían cesado.

Mientras me tomaba un poco de agua fresca abrí la puerta principal de la casa y salí avanzando unos cuantos pasos hacia el camino de piedras que conectaba la casa con los edificios de la residencia. No me había desplazado mucho cuando divisé las sombras proyectadas entre los dos grandes almendrones que estaban plantados al noreste de la casa. Allí estaban, juntos, encontrando en la soledad de la noche el encanto que el día les había robado. No quise interrumpir, pero fue inútil. Sus ojos me apuntaban, estaban de seguro impresionados tanto como yo; así que decidí dar marcha atrás como si tan solo hubiese visto el resplandor de una luz engañosa en el fondo del camino.

Pasaban las horas y yo acudía a las líneas de un libro que encontré en la biblioteca de la casa. Era un gran libro en cuyo interior había nombres de personas utilizados como títulos. Los números dividían sus párrafos. Eran 66; sesenta y seis títulos que encontré entre sus páginas y unas historias impresionantes de gente extraordinaria que por fe en una fuerza suprema estaba dispuesta a hacer lo impensable. Era una lectura maravillosa, fantástica.

Con mis ojos vencidos, de regreso a mi habitación, busco reparar aquel inquietante sueño que perturbó mi reposo en la cama hacía ya algunas horas.

La mañana siguiente, mientras realizaba mi recorrido acostumbrado por el gran pasillo de la residencia, escuché parlotear a un grupo de muchachos que entre gritos y risas locas daban publicidad detallada a la escena que había tenido lugar la noche anterior en las cercanías de mi casa. Según comentaban, fue el efecto del licor lo que condujo a los dos jóvenes, -Gary Alid y Kelly Macas, así se llamaban- a protagonizar en aquel lugar tranquilo y solitario la desesperante búsqueda de afecto en la que se sumieron. Todos eran conocidos. Se encontraban juntos vacacionando en este apartado lugar lejos de la ciudad.

“¿Qué tan cerca estarían de aquel lugar esa noche? ¿Estarían mirándome mientras procuraba ver de dónde provenían los ruidos y voces? ¿Notarían mi impresión cuando miré a la pareja en el camino? ¿Dónde estaban, y como saben todos los detalles?” Me preguntaba; mientras mi pensamiento seguía interrogándome caminaba dejando atrás el lugar.

En pocos minutos me encontré frente a la puerta de la cocina del recinto, al lado del restaurant. Mamá Nala estaba sentada junto a una pequeña mesa cerca de un estante en el que se guardaba la vajilla y otros utensilios de la cocina. Allí acostumbraba sentarse a tomar el café y a charlar conmigo cada mañana. Mientras servía en mi vaso un jugo mezcla de zanahorias y naranjas mamá Nala me preguntó qué estaba perturbando mi pensamiento. Allí estaba ella cumpliendo con el papel que mejor hacía. Había estado observándome un tanto inquieta, pensativa y callada. Mis gestos y rostro delataban lo que ella veía en mí, pero no proferí palabra alguna.

Mamá Nala fue la madre que cuidó de mí durante mi infancia, así como su madre, que ya no era, cuidó de la mía que había dejado su existencia desde ya hacía muchos años atrás. Si bien dirigía principalmente los asuntos de la cocina y la limpieza del recinto también junto conmigo administraba, organizaba y supervisaba todos los asuntos en el complejo. Contábamos con la colaboración de un grupo numeroso de trabajadores profesionales en todas las áreas, desde plomeros, jardineros, pintores, cocineros, albañiles, mecánicos, choferes, bármanes entre otros.

Horas más tarde, después de salir de la cocina y regresar a mi recorrido por el recinto, observé a Gary Alid y sus compañeros en las canchas de juego que quedaban justo al frente del gran pasillo. Estaban resguardándose bajo la sombra que proyectaba tanto los árboles que bordeaban el lugar como el muro lateral de uno de los balcones del edificio cercano que conectaba al gran pasillo con el área de las piscinas. Gary sonreía mientras sus compañeros le jugaban bromas.

Me dirigí hacia el edificio, a la parte alta, y me senté en una de las sillas que decoraban la zona que daba hacia el balcón. Desde allí podía escuchar los gritos y las voces provenientes de la zona de piscinas y del gran pasillo.

No pude evitar asomarme al balcón al escuchar los reclamos de una voz que exigía parar ya las bromas y el festín avivado debido a las acciones de una noche de exceso en la bebida.

Sentí mucha vergüenza cuando se advirtió de mi presencia y enfocó sus ojos en los míos. Fue como si desnudaran mi cuerpo. Sentí taquicardia y una asfixia breve que me hizo cambiar la mirada y retirarme del balcón. En otras circunstancias tan solo hubiera dado la vuelta sin sentir tal perturbación, pero las dadas habían confirmado la identidad del personaje en cuestión. ¡Tantas veces habíamos coincidido en la sala de ejercicios! así que, por lo menos de vista, ya me era conocido, y, sí, también ya había sido víctima de su atractivo y encanto; suficiente razón para que apareciera el destello de emociones encontradas que me hacían temblar y reír a la vez.




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