Con la llegada de los días cálidos y secos, cientos de personas disfrutaban de las nuevas instalaciones de la residencia. Esta contaba ahora con una gran sala de juegos, una sala de baile y un gran campo de golf en el que se veían aficionados y novatos recibiendo entrenamiento de los instructores. Realmente la época del año más anhelada. Algunos solo se disponían a descansar, otros, eufóricos, pretendía encontrar el entretenimiento que no habían podido tener durante toda una temporada ardua de trabajo y estudio.
En la recepción se encontraba un grupo de turistas ingleses. Se hospedarían en el sector “Las Cabañas”. Este era un pequeño complejo de 12 cabañas -construidas muy cerca de las montañas que bordeaban la residencia- que daban al visitante la oportunidad de disfrutar de la naturaleza propia del campo. Era la mejor opción para estos turistas que deseaban estar alejados del bullicio y la civilización. En ellas sólo podrían usar la luz natural del día y la noche, también disfrutar del olor del campo, la tierra, la madera; observar las nubes de polvo que se levantan con la brisa que desciende de las montañas.
Muchas veces había estado allí, divisando el tiempo hacerse quedo; ver los días pasar lentamente; muchas cosas por hacer, muchas por pensar, muchas por conocer y contemplar, allí, donde el tiempo se detiene; el mundo gira lentamente.
Mientras veo alejarse de la recepción a los turistas, con sus bolsos en mano, vestidos con bermudas y botas rústicas de cuero, siento un soplido cálido sobre mi cuello. Al voltear mi cara me di cuenta de que se trataba.
“Hola Verónica, ¿Cómo estás?”, le dije.
“Contemplándote disfrutar la vista... ¿Qué harás hoy? Me gustaría invitarte para esta noche. Pensamos ir a bailar”
“¿Acá en la residencia?”, le pregunté.
“Sí”, respondió.
“Entonces necesitaré una pareja”, dije sonriéndome
“No te preocupes. Siempre tendrás tu pareja, como en los viejos tiempos”.
E Intercambiando sonrisas nos despedimos.
Dirigiéndome hacia los alrededores de la piscina como de costumbre en mis rutinas diarias, me di cuenta de que unos jóvenes intentaban lanzarse desde uno de los trampolines más altos; uno de ellos estaba parado de manos y el otro rodeaba las piernas de éste con sus brazos. De repente, en un movimiento semicircular, no, realmente en un giro de 180 grados, dejaron caer sus cuerpos al agua, entrando en ella de cabeza el que sostenía las piernas y de pie el que estaba parado de manos sobre el trampolín. ¡Qué hazaña! Entraron al agua con gran velocidad, y así como entraron, salieron, y risueños, nuevamente se disponían a realizar su acto ante una centena de personas que observaban hasta desde las ventanas de algunas de las habitaciones cercanas a la piscina.
Seguí caminando hasta llegar al otro extremo, bordeando la piscina, y bajé por una escalera que daba hacia el pasillo donde se encontraban los baños traseros de la recepción, justo al frente, como a 30 metros, de una de las canchas de tenis. Era el pasillo más solitario de las instalaciones y a la vez el que más ruidoso tenía debido a que en él se encontraba un cuarto con la máquina que bombeaba el agua de la piscina y la mantenía limpia. Durante todo el día se mantenía funcionando esta bomba. Por las noches se apagaba, después de haberse hecho el mantenimiento al agua.
Al final del pasillo y en medio de un gran jardín observo a una familia recorriendo el lugar. Unos ojos marrones claros, grandes y temerosos se cruzaron con los míos. Eran los ojos de un hermoso niño que caminaba en sentido contrario al mío, viendo con emoción todo a su alrededor. Le sonreí y dejó de mirarme buscando la confianza que le daba la mano de su madre.
Los padres del niño me dieron los buenos días al encontrarnos frente a frente en el pasillo solitario. Respondiéndoles y sonriendo sin dejar de caminar, puse mi mano sobre la cabeza del niño cuando éste pasó a mi lado.
Mientras nos alejábamos uno del otro decidí mirar atrás y allí estaban nuevamente esos ojos grandes y hermosos cruzando mirada con los míos, solo que ya no estaban temerosos, me estaban obsequiando una linda sonrisa tímida. De repente dejaron de enfocarme; la voz de su madre llamó la atención del niño; corrió hacia la cancha y yo seguí caminando hasta el final del pasillo perdiéndome entre los árboles del jardín.
Solo ahora podía percibir lo inmenso de aquel lugar en el que vivía. Todo un complejo lleno de atracciones. A veces me sentaba en la recepción y con visión retrospectiva pensaba en la posibilidad de embotellar todas mis vivencias, los recuerdos de mi joven vida, y poder disponer de ellos como uno dispone de su perfume favorito, vivir cada experiencia vivida cada vez que quisiera, sin perder ni una imagen. Pero también era solo un sueño.
Para este momento ya habían pasado dieciocho meses desde la muerte de Mamá Nala y su recuerdo alimentaba mis deseos de vivir. Continuábamos planeando, llorando y riendo juntas, amándonos para siempre.
La costumbre de hacer caminatas de inspección por todo el lugar resultó ser el remedio de mis dolencias emocionales causadas por la pérdida de Mamá Nala. Aprendí a amar la vida con sus vicisitudes. Era como nacer de nuevo. Comenzar con otras perspectivas, pero siempre teniendo conmigo su compañía, su comprensión y mis espinas.