—¿Ya puedo empezar, con un demonio? —gritó el maestro desde su escritorio.
El profesor de filosofía era un tipo de no más de veintiocho años, alto, delgado y pelirrojo. Traía una chaqueta de piel y al parecer, estaba molesto porque el grupo no se ponía de acuerdo para prestar atención.
Cuando el eco de su grito cesó, todos se callaron y se sentaron en un santiamén, él dejó su novela de Ayn Rand en la mesa y se levantó para dirigirse a la mitad del salón. Miró a todos de reojo, se rio para sí mismo y luego caminó hacia el pizarrón. No hacía falta ser superficial para pensar que parecía ser un completo idiota.
Antes de llegar, se detuvo en el lugar de Sam que estaba justo al lado del mío y carraspeó para que Sam le pusiera atención, ella volteó la cabeza a verlo y preguntó:
—¿Qué?
—¿Qué? —preguntó, repitiendo el profesor.
Sam se encogió de hombros, no pude evitar soltar una risa ahogada.
—Que estás en clase de filosofía y en vez de poner atención en tu primera sesión, estás dibujando en tu cuaderno… —el profesor miró la hoja de Sam que simplemente tenía rayones con sus colores—. Eso.
—¿Eso es malo? —preguntó Sam.
—Guarda eso —dijo el profesor.
Finalmente, llegó al pizarrón y con una actitud altanera escribió su nombre en él: «Noel Easley, simplemente Noel, no profesor, no maestro, no amigo, Noel».
—Creo que las presentaciones están sobrevaloradas y dada esta aclaración, soy su profesor de filosofía.
Sí parecía comportarse como un idiota. Sam y yo nos hicimos muecas y reímos.
—Ustedes dos novios, se me separan —dijo Noel.
—No somos novios —aclaré.
—Como sea.
Me enojé y llevé mis cosas al otro lado del salón, donde no conocía a nadie y estaba alejado de nuestra sociedad de dos.
—No pretendo que se conviertan en filósofos, eso sería como invitarlos a no hacer mucho de sus vidas…
—¿Usted no hace mucho de su vida? —preguntó Sam.
—Era un chiste —aclaró Noel—. Pero sí vivo la vida simple, tengo una cafetería, la cual anunciaré al final de la clase y si quieren puntos extra, no estaría mal verlos ahí. Como decía, yo lo que pretendo con estas clases es que usen sus cerebros y no se queden solo con lo que hay en la televisión o en los vídeos de internet. Quiero que razonen y tomen sus propias conclusiones, que crean en lo justo y no solo en lo bueno que la iglesia les enseña.
—No creo que deba meterse con ese tema —dijo una chica desde atrás.
—Sí, pero aquí no importa lo que tú creas —dijo Noel—. Aquí van a aprender a pensar y, más importante, a hacerse preguntas.
Sam de nuevo se puso a dibujar y Noel le quitó molesto la hoja.
—¿Qué demonios le pasa? —preguntó Sam.
—Es clase, no exposición de arte, Kandinsky —dijo Noel.
Sam se molestó.
—No creo que sea necesario, pero el protocolo me pide esto, así que preséntense.
Antes de que pasara la primera persona, examiné a Noel; era un tipo con sueños rotos, que solo quería hacer de la vida de sus estudiantes un infierno porque sabía que ellos llegarían más lejos que él. Cuando le quitó la hoja a Sam, demostraba envidia del talento que él no tenía…
—Tú empiezas —me dijo Noel interrumpiéndome.
Me paré un poco harto, como el resto de la clase y me puse enfrente del pizarrón.
—Mi nombre es Jace, tengo diecisiete años —terminé y estaba por irme a sentar cuando de nuevo Noel me detuvo.
—Sí, pero eso lo puedo ver en sus listas. ¿Qué más? ¿Sueños, aspiraciones? ¿Quién eres, Jace? —preguntó Noel.
—Eso soy, y quiero ser músico. Y ya —dije sin ganas.
—Qué interesante, Jace —dijo Noel—. Siguiente.
Después pasaron en orden todas las personas del grupo, cada una tan superficial como la anterior.
Entonces fue el turno de Sam.
—Te toca.
Sam lo miró molesta y negó con la cabeza, fue la primera vez que la veía molesta, pero, de nuevo, no llevaba mucho de conocerla.
—Me llamo Sam y…
—Te gusta dibujar en clase —interrumpió Noel.
Sam se molestó por el hecho de que le hubiera quitado el dibujo y se salió de clase. Noel cerró la puerta apático y siguió, nos dio la bibliografía para el curso y un par de apps para escribir que dijo que serían útiles. Realmente solo esperaba que terminara la clase.
—Todos pueden salir —dijo Noel, todos nos paramos entusiasmados de salir cuando continuó—. Excepto Jace.
Puse los ojos en blanco y me acerqué al escritorio de Noel.
—¿Qué? ¿Hice algo mal? —pregunté.
—No, te hablé para darte el dibujo de Samantha —contestó él y me entregó el papel—. Termina su presentación.
—¿Yo por qué?
—Es tu novia. ¿No?
—Somos amigos.
—Entonces la conoces, vale, Jace.
—Pero es hora de receso.
—De hecho, faltan diez minutos.
Suspiré molesto.
—¿Para qué?
—Es protocolo.
Suspiré de nuevo.
—Sam, no Samantha, tiene diecisiete años y si algo ama es hacer lo que usted le quitó. Es arte abstracto.
—Sé lo que es.
—Le encanta el cine de terror y leer.
—No me lo hubiera imaginado.
—Posiblemente lo odia.
Noel rio un segundo.
—¿Por qué tiene que ser tan imbécil? —pregunté.
—¿Disculpa?
—Sí, ¿por qué tiene que comportarse así?
—Porque no se callan. Yo tampoco vengo con todas las ganas del mundo y es igual de cansado despertarme temprano para mí que para ustedes.
—Sí, pero no tenía que burlarse de Sam.
—No lo hice.
—Sí lo hizo, con su «Y te gusta dibujar» y la exhibió enfrente de todos.
—¿Destacar un talento es burla?
Me quedé callado.
—¿Qué? ¿Soy un imbécil por querer hacer mi trabajo?
—No quise decir eso…
Noel se levantó la manga. Tenía un tatuaje de trazos de pincel de acuarela que bien podría estar en un lienzo u hoja de Sam.
—¿Sabes, Kate? Los prejuicios usualmente no son acertados.