I
Aquel hombre sumergido por completo en su escrito, siguió cubriendo el amarillento papel con una oscura tinta, pero de imprevisto se detuvo. En su rostro se formó una mueca muy extraña, mostrando una mirada fruncida y unos torcidos labios, como siempre lo hacía cuando se molestaba.
Con frustración arrojo todo lo que había sobre su escritorio, sintiendo de pronto como a aquella oscura y lluviosa noche se le unían unos furiosos truenos.
Dando unos agresivos pasos se acercó a un viejo mueble. De ahí saco una gran botella de whisky, la que ahora tan solo contenía la mitad. Agarró el vaso más próximo a él y con ansias de probar esa sustancia, se sirvió teniendo el menor cuidado y derramando un poco del líquido sobre el mueble.
Uno, dos, tres y muchos vasos más…
Al haber apaciguado su frustración y con una creciente confianza, volvió a sumergirse en su historia, pero claro que sin despegarse aun de su fiel vaso de whisky.
Unos leves golpes en la ventana de la habitación sacaron del transe al escritor. Se levanto tambaleante, a punto de caer sobre la suave alfombra, pero se sostuvo con firmeza de su escritorio.
Llego a la ventana y al abrir las cortinas pudo ver del otro lado una simple polilla, la cual insistentemente seguía golpeando el cristal, en un intento de entrar a la cálida oficina, atraída por la intensa luz que había ahí.
El escritor la invito a entrar, abriendo la ventana unos pocos centímetros para que ella pudiera adentrarse, mientras que al mismo tiempo él levantaba una de sus manos para recibirla.
El pequeño insecto se posiciono con suma delicadeza sobre la palma de su mano y el hombre la contemplo. La mariposa de la noche extendió sus hermosas, pero opacas alas, mostrando las diferentes figuras que contenían sus extremidades, lo mas llamativo de ellas eran unas figuras que asemejaban una especie de hipnotizantes ojos rojizos.
Una sonrisa apareció en el rostro del hombre. No estaba maravillado con tal belleza, en realidad, se trataba de una sonrisa incrédula o mas bien una burlesca ante la situación, pues no creía en supersticiones.
¡Splash!
La criatura no alcanzo a salir de su trampa mortal, cuando el hombre cerro su mano, aplastando al desgraciado insecto.
—Lárgate y llévate tus malditos presagios contigo.
Pronuncio asqueado al observar su mano embarrada por un repugnante líquido y de un brillante polvillo. Rápidamente saco un pañuelo del bolsillo de su pantalón y se limpió, frotando con fuerzas su piel para no dejar rastro alguno de la criatura.
De una manera súbita comenzó a sonar el tocadiscos de la oficina, lo que provocó que el hombre diera media vuelta alarmado, sosteniendo su palpitante cabeza.
—¡Ahg! — gruñó —Condenada chatarra.
Fastidiado golpeo lo que producía aquella molesta música, pero sentía que con cada golpe que daba, el tocadiscos aumentaba el volumen de la música, siendo todo peor gracias al alcohol que había ingerido recientemente, no lo ayudaba para nada.
Su ira, al no poder detener la sonora canción, aumento, al igual que el insaciable dolor de cabeza. Todo daba vueltas a su alrededor, debido a eso cayo aturdido al desgastado suelo de madera, desmayándose al instante en el que su cabeza chocaba con fuerzas sobre la superficie.
II
Soltó un débil quejido, echando un vistazo a la habitación, confundido, recordando como había llegado hasta ahí.
Suspiró desganado, otra vez había bebido en busca de inspiración.
Intento levantarse con las pocas fuerzas que tenía, lográndolo a muy duras penas. Cuando ya estuvo en pie sintió que todo daba vueltas, llevo una de sus manos a donde sentía un punzante dolor, ahí tenía un leve chichón producto de la caída.
Abandono la oficina a paso lento y seguro, en un intento de no volver a caer, haciéndose daño una vez más.
—¿Qué dices?
Murmuró totalmente confundido al sentir las campanas del reloj indicando las doce de la noche.
Se sintió nervioso. Había algo raro aquí, pues antes de encerrarse en su oficina, hace mucho que habían pasado las doce de la noche.
Continuo su camino, recorriendo un largo pasillo, sin poder dejar de examinar todo lo que había, su mirada barría cada rincón, iba de un lugar otro, muy aguda a cualquier cosa extraña, pero todo lucia igual, nada es su casa parecía fuera de lugar, incluso ni el casi melancólico silencio era de extrañar, aquí era siempre así de silencioso.
Bajo las escaleras. De uno en uno fue bajando los peldaños, sintiéndose cada vez mas observado al acercarse más y más a la primera planta.
Ya casi abajo se encontró con una pared repleta de diferentes pinturas con retratos de sus ancestros. Frente a ellos sintió que varios pares de ojos contenían la mirada muy fija en él, se sentía vulnerable a las intensas y analizadoras miradas.
«Si continúan observándome de esa manera, con esas siniestras y penetrantes miradas, los quemare», pensó.
Por el rabillo del ojo pudo ver algo que lo impacto, quedando paralizado por unos instantes, pero los suficientes como para que una ennegrecida mano, con unas largas garras del mismo tono, emergiera de una de las pinturas y lo sujetara con fuerzas.
Rápidamente, cuando se decidió por actuar, dejando su parálisis a un lado, comenzó a forcejear, intentando liberarse con nerviosismo.
Parece que lo que fuera que estuviera detrás de la pintura termino por resignarse ante la insistencia del escritor, por lo que termino por soltar su agarre, dejándolo por fin libre.
Alterado se largó de ahí, dando pasos acelerados.
Muchas cosas pasaban por su cabeza, pero lo principal era miedo, miedo a que sus más terribles pesadillas plasmadas en sus textos, estuvieran cobrando vida.
Entro en la cocina con una respiración anormal. No toleraba vivir cosas tan irreales, cosas como estas, las que solo podían pertenecer a su gran imaginación.