Este libro no sigue una cronología estricta; simplemente relato mi vida como me llega, como lo siento. A veces pienso que mis pensamientos son como un río que fluye sin rumbo, llevándome a recuerdos y experiencias que a menudo se entrelazan de maneras inesperadas.
No estoy del todo segura de cuándo comencé a sentirme tan mal, pero si tuviera que señalar un momento en el tiempo, diría que fue alrededor de 2018, en medio del año. Recuerdo que las cosas empezaron a cambiar cuando esos dolores de cabeza comenzaron a asediarme. Eran intensos, como si un martillo invisible golpeara mi cráneo, y además, la sensación de mareo se volvió un compañero constante en mi vida.
En ese momento, intentaba justificar lo que estaba sucediendo. Pensábamos que esos dolores eran el resultado del estrés, de pasar horas frente al computador estudiando y trabajando. Era más fácil pensar que eran simples efectos secundarios de la vida moderna que enfrentar la posibilidad de que algo realmente estuviera mal en mi cabeza.
Sin embargo, en 2023, la situación se tornó insostenible. Los dolores se volvieron insoportables, un recordatorio constante de que necesitaba atención médica. Finalmente, me sometí a una serie de exámenes que, para mi horror, revelaron un aneurisma. El diagnóstico fue un balde de agua fría. El doctor fue claro y directo: “En algún momento, tendrás que operarte. Si yo tuviera esto, me operaría de inmediato”. Su franqueza me dejó atónita, cada palabra resonando en mi mente como un eco inquietante.
La idea de una operación cerebral es aterradora. El riesgo de salir de la sala de operaciones como una sombra de mí misma, la posibilidad de quedar vegetal por un error, se convirtió en una pesadilla recurrente. Pero, en realidad, ese día mi preocupación principal era que me raparían la cabeza y que no podría teñirme el cabello durante un tiempo. Sí, lo sé, puede parecer una preocupación superficial, pero en medio de la tormenta, a veces solo podía aferrarme a lo trivial.
Desde ese momento, mi vida ha cambiado de maneras que nunca imaginé. La adaptación ha sido un proceso doloroso, especialmente en lo que respecta a mis hábitos. Pasé mucho tiempo buscando un remedio que pudiera ayudarme a vivir de manera más normal. Sin embargo, el costo del tratamiento es exorbitante. A veces, cuando los episodios son desastrosos, una caja de medicamento por semana es lo único que me brinda un alivio temporal. Y ahí estoy, atrapada en un ciclo en el que lo que debería ser un simple acto de autocuidado se convierte en una carga financiera.
A veces me encuentro reflexionando sobre esta enfermedad, cuestionando su origen. Me pregunto si es una especie de castigo divino, una forma de retribución por las veces que le pedí a Dios que me liberara de esta vida. Hay días en que siento que el dolor que llevo dentro es un recordatorio de que, en realidad, nunca debí haber deseado morir.
Lo más duro de enfrentar una condición así es intentar llevar una vida normal cuando tu cuerpo grita ¡No más! Es un desafío constante. Me siento cansada de tener que existir como si todo estuviera bien, como si el dolor no fuera “tan grave”. Cada día es una lucha por encontrar un equilibrio entre lo que deseo ser y lo que realmente soy en este momento. A veces, simplemente quiero gritar que estoy cansada, que necesito un respiro, pero en su lugar, sigo adelante, aferrándome a la esperanza de que las cosas mejorarán.
~A veces, el dolor no se va, solo cambia de forma. Y en ese cambio, aunque no lo veas ahora, tú también estás cambiando. No estás fallando por sentirte cansada, estás resistiendo. Y resistir también es una forma de luchar. Permítete llorar, enojarte, rendirte por un rato… pero luego, vuelve. Vuelve por ti, aunque sea solo un poco cada día~