Nuestra amistad comenzó en tiempos raros, en plena pandemia, cuando las clases eran a través de una pantalla y el mundo parecía más distante que nunca. Nos presentó una amiga de la universidad, sin imaginar que ese encuentro virtual cambiaría mi vida. En medio del caos, de la incertidumbre, de los días que se sentían todos iguales, apareció él: directo, sincero, a veces un poco pesado, pero con una calidez que se hacía evidente incluso detrás de la cámara.
No éramos tan cercanos al principio. Teníamos formas distintas de ver el mundo, y quizás por eso nos desafiábamos el uno al otro. Pero bastó una situación difícil para que me demostrara, sin grandes gestos ni promesas, quién era en realidad. Yo estaba a punto de echarme un ramo. Hundida en la frustración, en la falta de energía, en ese estado donde todo cuesta y nada parece suficiente. Sentía que no podía más, que me estaba fallando a mí misma. Y entonces, sin que yo se lo pidiera, sin esperar aplausos ni agradecimientos, él se puso a mi lado.
Me ayudó a estudiar, a entender, a no rendirme. Me hablaba como si creyera más en mí de lo que yo misma era capaz. A veces me daba rabia su insistencia, su forma directa de decirme las cosas, pero ahora entiendo que era la forma que tenía de sostenerme. No me soltó. Ni cuando yo ya me había soltado.
Después vino lo más difícil. Un momento oscuro. Un abismo en el que estuve a punto de desaparecer. No había palabras que alcanzaran, ni compañía que bastara. Pero él estuvo. No solo me acompañó: me vio. Vio lo que nadie más quería ver. No disimuló, no esquivó el dolor. Se quedó. Me habló fuerte cuando hizo falta. Me abrazó con palabras cuando ya no quedaban fuerzas. Y no solo a mí: también estuvo con mi hermana, apoyándola, ayudándola a cuidarme, a contener una carga que a veces parecía demasiado pesada para ella sola.
Recuerdo una vez, en medio de uno de esos días en los que yo no quería seguir, que me dijo algo que se me quedó grabado para siempre:
“Con amigos más presentes, saldrás adelante.”
Lo dijo con convicción, como una promesa silenciosa. Y lo cumplió. Fue ese amigo presente. Ese que no se va cuando todo se pone gris. Que no pregunta por qué, sino cómo ayudarte. Que no necesita entender todo para estar ahí.
También estuvo ahí cuando me rompieron el corazón. Cuando me sentí traicionada, desilusionada, perdida en el dolor de un amor que no resultó. No me dijo frases vacías ni trató de apurar el proceso. Me escuchó, me acompañó en el silencio, me dejó llorar sin vergüenza. A veces me hacía reír en medio de la tristeza, otras veces solo se quedaba, sin apuro, compartiendo el peso. Me ayudó a reconstruirme, pedazo a pedazo, sin apurar las grietas.
Esa parte no se olvida. Nadie se queda en el momento más feo si no tiene un corazón grande. Él lo hizo. Estuvo. Aguantó. Me sostuvo con una lealtad que no se finge, que no se aprende, que nace sola. Desde ahí, supe que esa amistad se había transformado en algo mucho más profundo. Ya no era solo un compañero de clases. Se había convertido en familia.
Con él aprendí que un hermano no siempre llega por sangre, a veces aparece en medio de una videollamada, en un momento difícil, en una conversación que comienza sin saber lo importante que será. Nuestra amistad no es perfecta. Nos decimos las cosas de frente, nos peleamos a veces, pero siempre volvemos. Porque sabemos que estamos hechos de lo mismo: de heridas que cicatrizan mejor cuando se comparten, de silencios que se entienden sin tener que hablar, de una confianza que no se rompe.
A veces pienso que él no sabe cuánto ha hecho por mí. Que nunca dimensionará el impacto de sus actos, de su compañía, de su terquedad por no dejarme sola. Pero yo sí lo sé. Y lo voy a recordar siempre.
~Los hermanos que elegimos son regalos inesperados que la vida nos da cuando menos lo esperamos. No siempre vienen con lazos de sangre, pero sí con lazos de alma. Valora a quienes se quedan en la tormenta, que no huyen del dolor, y que construyen contigo puentes cuando el mundo parece derrumbarse…~
Dedicado a ti,
hermano de alma y amigo de vida.
Gracias por no soltarte cuando todo se oscureció,
por sostenerme con tu presencia firme y tu corazón abierto.
En este camino, tu compañía ha sido mi refugio y mi fuerza.