Hay días en los que no se siente nada. Y eso es lo más extraño de todo. Porque uno viene de sentirlo todo. De llorarlo todo. De vaciarse en cada emoción hasta quedar exhausta. Y de pronto, como si el alma se hubiera apagado, aparece este vacío sutil. Este silencio interior que no tiene nombre, pero pesa.
Llevo dos días intentando llorar y no puedo. Como si mi cuerpo ya no supiera cómo hacerlo. Me siento como si algo dentro de mí estuviera dormido… o tal vez escondido. Ya no sé si es por todo lo que lloré antes, o porque algo en mí ha decidido anestesiarse para seguir adelante. No lo sé. Solo sé que me siento rara. Extraña incluso para mí.
Pero hay algo aún más confuso: el dolor físico. Porque, aunque mis ojos no suelten lágrimas, mi cuerpo sigue hablando. A veces siento que me arde la garganta, como si algo adentro intentara salir y no pudiera. Como si una presión me quemara por dentro. Otras veces, sin previo aviso, siento una punzada brutal en el pecho, como una estaca invisible que me atraviesa y me obliga a detenerme, a pegar un alarido ahogado, como si me estuvieran ahorcando desde adentro. Nadie lo ve. Nadie lo oye. Pero yo lo siento. Yo lo cargo.
Es como si el dolor emocional hubiera encontrado un atajo hacia lo físico. Como si mi alma estuviera agotada de hablar en silencio y necesitara que el cuerpo gritara por ella. A veces me asusta, porque estoy en medio de algo y de pronto, sin razón aparente, una punzada me sacude. No lloro, pero duele. No grito, pero quema.
Y es que últimamente todo parece quemar.
La desesperanza ha empezado a instalarse. No como una tormenta, sino como una neblina. Una que no me impide seguir, pero que me impide ver. No he dejado de creer del todo, pero mi fe tiembla. Y cuando lo hace, me siento frágil. Me pregunto por qué pasan tantas cosas malas. Por qué, una tras otra. ¿Cuál es la lección? ¿Cuál es el sentido?
A veces pienso que debería seguir aferrándome con fuerza a quienes quiero. A esas personas que me importan, que me han acompañado, que han sido parte de mi historia. Pero también he descubierto que, al aferrarme, a veces soy yo quien termina herida. Porque las personas no son perfectas, porque yo tampoco lo soy. Pero duelen igual. Porque una palabra puede cortar. Porque una ausencia puede empujar al abismo. Porque incluso desde el amor, uno puede ser lastimado.
Y entonces, cuando siento que me estoy por caer, aparece ese impulso de soltar. De dejar ir antes de que duela más. Pero también aparece el miedo: ¿y si al soltar me quedo sola?
Hace poco, una amiga me dijo que todo ser vivo dañado está destinado a la metamorfosis. Que soy una mariposa. Que estoy en mi capullo, formándolo. Que por eso me duele tanto el cuerpo, el alma, la garganta, el pecho. Que por eso todo se siente como un peso. Porque estoy cambiando. Porque este proceso, aunque oscuro, es también una transformación. Y que lo único que falta es que pueda salir de él y mostrar mis alas, aunque ahora no las vea.
No sé si le creo del todo, pero me aferro a esa imagen. Porque quiero que sea verdad. Quiero creer que esto no es un final, sino un entretiempo. Que este vacío no es ausencia, sino espera. Que esta rareza que siento no es locura, sino proceso.
Y es curioso… porque a través de la escritura, me observo a mí misma desde lejos. Como si fuera otra. Como si no fuera yo quien escribe, sino alguien que me mira desde afuera y me intenta comprender. Es el único espacio donde puedo hablar sin interrupciones, sin explicaciones, sin tener que ponerle nombre a lo que ni yo entiendo. Aquí puedo simplemente ser. Doler. Existir.
No estoy bien. Pero tampoco estoy perdida.
Estoy en ese espacio entre lo que era y lo que aún no sé que voy a ser. En ese terreno incierto donde ya no quiero lo que duele, pero tampoco sé cómo vivir sin ello. En ese silencio denso donde nada parece moverse, pero donde tal vez todo se está reacomodando.
Y aunque hoy no tengo respuestas, aunque mi pecho duela sin motivo aparente, aunque el llanto no aparezca, me quedo aquí. No huyendo. No forzando nada. Solo esperando.
Porque incluso las mariposas saben que todo capullo necesita su tiempo.
~No te asustes si no sientes nada. El alma también se protege apagando la luz cuando arde demasiado. A veces, no es frialdad… es reconstrucción silenciosa.
Tu dolor no es retroceso. Es el temblor previo al renacer...~