Presente En Mis Ruinas

Capítulo 17: “No es que quiera morir... es que ya no sé cómo vivir”

Hay días en los que todo duele. No porque algo específico haya sucedido. A veces, basta una palabra mal dicha, un mensaje que no llega, un error mínimo, una decepción más. Y entonces ocurre: ese pensamiento que llega como un rayo, directo, frío, brutal. “Quiero morir”.

Y lo peor de todo… es que no asusta. Porque ya es familiar. Porque ya ha estado ahí antes.

No es un pensamiento planeado. No es una nota de despedida ni un grito de ayuda. Es un susurro silencioso que aparece sin pedir permiso. A veces después de una discusión. A veces cuando no tienes fuerzas para levantarte. A veces cuando el mundo parece seguir sin ti, y tú estás estancado, sintiendo que no encajas en ningún lugar.

La gente te dice que no seas egoísta. Que pienses en tu familia. Que tienes una vida por delante. Y tú solo piensas: “ojalá ellos supieran lo que pesa respirar cuando no tienes razones para seguir”.

Es difícil explicar que no es que quieras morir literalmente. Es que te duele vivir.
Es que no ves futuro. Es que estás tan cansado, tan vacío, tan desbordado… que simplemente desaparecer suena a descanso.

No es no querer vivir. Es querer dejar de sentir este dolor constante. Esta ansiedad que te come el pecho. Esta incertidumbre que se sienta contigo cada vez que intentas hacer planes. Este miedo de fracasar en todo, de no ser suficiente para nadie, ni siquiera para ti misma.

A veces ves a los demás avanzar, reír, enamorarse, planear viajes, construir cosas, soñar en grande. Y tú estás ahí, apenas sobreviviendo. Tratando de no romperte más. Fingiendo que todo está bien porque ya ni sabes cómo pedir ayuda. Porque te da vergüenza repetir una vez más: “no estoy bien”.

La familia te dice que te necesita. Que no soportarían perderte. Que los destruirías si hicieras algo. Y eso solo te hace sentir más culpa. Porque entonces… ¿quién te sostiene a ti?

Te piden que seas fuerte, pero nadie ve cuántas veces te has tragado las lágrimas solo para no preocupar a los demás. Te dicen que luches, que no te rindas, pero tú ya llevas años luchando contra un enemigo que nadie más puede ver. Que te despierta en las madrugadas. Que te hace odiarte. Que te hace sentir que estorbas, que no vales, que nunca serás suficiente.

Y un día, te das cuenta de que vivir por otros no alcanza.
Que no puedes sostenerte solo con el miedo de hacerle daño a quienes amas.
Porque seguir viva por ellos… también te está matando por dentro.

Y entonces aparece esa otra pregunta: ¿si no vivo para mí, entonces para qué?

Hay una parte de ti que no quiere morirse. Lo sabes. Pero también sabes que así, como estás, no puedes seguir. No se trata de drama. No se trata de llamar la atención. Se trata de sobrevivencia. Se trata de que estás agotado. Se trata de que estás pidiendo ayuda a gritos en silencio.

Y nadie escucha.

O peor… todos escuchan, pero prefieren decirte que exageras.
Te minimizan, te empujan a seguir, te ofrecen soluciones rápidas, frases vacías, oraciones de Instagram.
Y tú solo necesitas un abrazo sincero. Una mirada que no juzgue. Un “entiendo que estés cansada” sin peros ni culpas.

La ansiedad no siempre se ve. A veces está en una sonrisa forzada, en una cama sin tender, en un plato sin tocar. En un cuerpo que está ahí, pero con el alma desconectada.

Y cuando la ansiedad se junta con el miedo al futuro, el resultado es devastador.
¿Cómo vas a querer hacer planes si no puedes levantarte hoy?
¿Cómo vas a imaginar un mañana mejor si el presente ya te está ahogando?

Pero, aun así, sigues.
Con heridas que nadie ve.
Con pensamientos que callas por miedo a decepcionar.
Con ese nudo en la garganta que aprieta cada vez que alguien te dice “todo va a estar bien” y tú quisieras creerlo… pero no puedes.

Y aquí estás. Leyendo esto. Respirando. Sintiéndote roto, incomprendido, invisible.
Y aun así… estás.

Tal vez no quieras morirte de verdad. Tal vez solo quieras dejar de sentirte tan solo, tan perdido, tan roto.
Y está bien sentir eso. No te castigues por no poder más.
Estás haciendo lo mejor que puedes con lo que tienes. Y a veces, eso significa simplemente existir. Sobrevivir. Aguantar.

Y si hoy pensaste que sería más fácil no estar…
Quédate un día más.

Solo uno.

Y mañana, si puedes, otro.

No por ellos. No por lo que esperan de ti.
Por ti. Por la niña o niño que fuiste. Por la mujer o hombre que aún puede sanar.
Por la posibilidad de que un día, todo esto duela menos.
Por la esperanza, aunque hoy no la veas, de que aún puedes escribir un final diferente.

Porque a veces, esos pensamientos no solo se quedan en la mente.
A veces, cruzan la línea.
Y aunque me cueste escribirlo, necesito contarte lo que una vez intenté hacer. No porque me enorgullezca, sino porque tal vez tú también has estado al borde. Y si eso puede ayudarte a sentirte menos sola, menos solo… entonces vale la pena contarlo.

Una de esas veces, yo vivía sola, estudiando en otra ciudad. Nadie me esperaba al llegar, nadie notaba si me encerraba o si pasaba días sin comer. Era fácil desaparecer. Fácil dejarse caer sin que nadie lo supiera.
Recuerdo esa tarde como si hubiera sucedido en otra vida... Llevaba semanas acumulando tristeza. Dormía poco, comía menos, fingía mucho. Ese día en particular, sentí que ya no podía más. No me lo grité. No hice drama. Fue un silencio que me empujó.

Tomé una sábana. Y con la calma que da la desesperación, la até en la puerta como si estuviera armando una trampa. Pero no era una trampa para nadie. Era una cuerda para mí.

Me subí a la cama, metí el cuello y… lo hice.

Y fue ahí… en ese instante, cuando el mundo se detuvo.

Sentí que el tiempo se rompía. El aire cambió. Todo se volvió muy lento y muy frío. No sé si fue el instinto. No sé si fue el miedo. Pero en ese momento me di cuenta de que no quería morir. Quería ayuda. Quería que alguien me viera. Quería dejar de sentir que era una carga.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.