Hay días en los que todo pesa.
No solo el cuerpo, sino el alma. Días en los que abrir los ojos se siente como escalar una montaña invisible, en los que respirar duele y el silencio parece devorarlo todo.
Días en los que nadie lo nota, pero estás luchando solo por existir.
He estado ahí.
En ese punto donde la mente se apaga y el corazón late sin ganas. Donde ya no hay tristeza, ni rabia, ni esperanza. Solo una especie de vacío tranquilo que cansa más que cualquier llanto.
Y lo peor es la culpa.
La culpa por sentirte así, por no poder más, por no ser esa versión tuya que sabía reír sin pensar, que encontraba razones para seguir.
No siempre hay un motivo.
A veces simplemente es el peso acumulado de todo: lo que callaste, lo que aguantaste, lo que fingiste que ya no dolía.
Y un día, el cuerpo dice basta.
Y ahí estás, rota, cansada, intentando entender qué pasó contigo.
Cuando llegas a ese punto, no hay frases mágicas que sirvan.
Solo pequeños gestos.
Pequeñas formas de sobrevivir al día.
Aprendí que cuando ya no puedes más, lo único que puedes hacer es tratar de sostenerte con lo mínimo.
Así que, si algún día llegas a ese lugar oscuro, haz esto:
Primero: respira.
Aunque duela, aunque sientas que no tiene sentido. Respira igual. No para calmarte, sino para recordarte que sigues viva. Que el aire todavía te pertenece.
Segundo: no busques entenderlo todo.
No todo lo que duele tiene una explicación. Hay heridas que no piden respuestas, solo espacio. No te castigues por no encontrar el “por qué”.
Tercero: no te compares con quien fuiste.
No eres menos por estar cansada. No has retrocedido. Estás sobreviviendo, y eso también es una forma de valentía.
Cuarto: descansa sin culpa.
El descanso no es rendirse. A veces es la única forma de seguir respirando. No todo el tiempo se puede sanar corriendo; a veces hay que detenerse un rato para no romperse más.
Quinto: deja que duela.
No tapes el dolor con risas vacías ni silencios forzados. Llora si lo necesitas. Calla si no tienes palabras. Pero no te niegues sentir. Lo que duele también te está enseñando.
Sexto: busca un refugio, aunque sea pequeño.
Una canción, una persona, un rincón donde no tengas que fingir. No importa si es por minutos o segundos. Aférrate a eso.
Séptimo: no te castigues por seguir aquí.
Estás haciendo lo que puedes, y eso basta. No necesitas ser fuerte, solo necesitas no desaparecer del todo.
A veces pensamos que “no poder más” es el final, pero no lo es.
Es solo una pausa.
Una forma que tiene la vida de decirte que necesitas detenerte, escucharte, llorar un poco, respirar.
No todo tiene que ser superación.
También hay belleza en los días en que simplemente existes.
He aprendido que incluso en medio de la oscuridad más densa, algo dentro de ti sigue respirando por instinto.
Una parte mínima, pero viva, que dice bajito: “todavía no me voy”.
A eso agárrate.
A ese hilo invisible que te une con el mañana, aunque no lo veas.
~Y si todo se rompe otra vez, no huyas de tus ruinas. Quédate ahí, entre los pedazos, aunque duela. A veces la vida solo te pide eso: quedarte. Porque incluso las flores descansan bajo tierra antes de volver a nacer. Y tú, aunque ahora no lo veas, también volverás a florecer entre tus propias ruinas~