Amín, un hombre cuya reputación se cimentaba en la eficacia silenciosa de su trabajo, se encontraba, por primera vez en su carrera, al borde de una crisis nerviosa. Su último encargo: eliminar al Dr. Quesada, un candidato presidencial tan carismático como exasperantemente afortunado. El Dr. Quesada no era solo popular; era la personificación de la buena suerte. La gente decía que si estornudaba, le salía una moneda de oro de la nariz.
El primer intento de Amín fue en un mitin. Se posicionó en un tejado, con su rifle de francotirador reluciendo bajo el sol. Apuntó con precisión quirúrgica a la cabeza del Dr. Quesada, quien en ese momento estaba gesticulando con entusiasmo sobre el futuro de la educación pública. Justo cuando Amín apretó el gatillo, una paloma particularmente obesa, como si hubiera sido entrenada para sabotear, se posó majestuosamente sobre la mira del rifle. La bala, desviada por el impacto de la paloma, impactó en la efigie de cartón del Dr. Quesada que ondeaba detrás de él, dándole un toque cómico de perforación en la frente. La multitud estalló en risas, pensando que era parte del espectáculo. El Dr. Quesada, ajeno, solo sonrió y dijo: "¡Incluso nuestros adornos quieren un cambio radical!". Amín gruñó, susurrando maldiciones contra la ley de la gravedad y las aves.
El segundo intento fue más personal. Amín se infiltró en la mansión del Dr. Quesada durante una recaudación de fondos. El plan era sencillo: envenenar su copa de champaña. Se camufló como camarero, con una bandeja de aperitivos y nervios de acero. Localizó al Dr. Quesada, que charlaba animadamente con una anciana que parecía la dueña de la mitad de las minas de esmeraldas de Boyacá. Con disimulo, Amín vertió el veneno en la copa del Dr. Quesada. Pero en ese instante, la anciana, en un arranque de efusividad, tropezó y, al intentar recuperar el equilibrio, agarró la copa del Dr. Quesada, derramando su contenido directamente sobre el tupé de un diplomático sueco. El Dr. Quesada, con su eterna sonrisa, solo exclamó: "¡Parece que alguien tuvo un brindis muy… efusivo!". Amín tuvo que contenerse para no arrojar la bandeja y gritarle al Dr. Quesada que su aura de buena suerte era una maldición personal.
Desesperado, Amín decidió que era hora de una táctica más directa. Atacaría al Dr. Quesada durante su caminata matutina por el parque. Se escondió entre los arbustos, con un cuchillo que brillaba con una intención siniestra. Cuando el Dr. Quesada pasó trotando, con una gorra que decía "¡El futuro es brillante!", Amín saltó. Pero justo cuando iba a asestar el golpe, el Dr. Quesada tropezó con una raíz sobresaliente, cayendo de bruces. No obstante, al caer, su mano se extendió involuntariamente y agarró un trébol de cuatro hojas. "¡Vaya!", exclamó el Dr. Quesada, levantándose sin un rasguño, "¡Mi día de suerte! ¡Un trébol!". La caída había sido tan perfectamente coordinada con el ataque de Amín que el cuchillo solo rebotó inofensivamente en el zapato del candidato. Amín, en el suelo, vio cómo el Dr. Quesada se alejaba, tarareando una canción sobre la prosperidad.
El último clavo en el ataúd de la cordura de Amín llegó durante una entrevista televisiva. Amín había logrado un trabajo como asistente de producción, con la intención de sabotear la silla del Dr. Quesada, esperando que la caída fuera lo suficientemente aparatosa como para causar algo más que una carcajada. En el momento clave, con el Dr. Quesada en vivo, Amín activó el mecanismo que haría colapsar la silla. La silla cedió, sí, pero en lugar de caer, el Dr. Quesada, con una agilidad sorprendente para su edad, se enderezó y se sentó en el suelo en posición de loto. "¡Ah, la meditación!", dijo con su sonrisa inquebrantable, "¡La clave para la paz interior y la prosperidad de nuestra nación!". El público aplaudió, pensando que era una demostración de su compromiso con el bienestar holístico.
Amín, con el rostro pálido y la camisa empapada de sudor, se rindió. No se podía matar a un hombre que convertía cada atentado en una oportunidad para lucirse o para encontrar un objeto de buena suerte. Dejó su equipo de asesino y se dedicó a abrir una floristería. De vez en cuando, el Dr. Quesada pasaba por allí, saludándolo con un "¡Hola, amigo! ¡Qué bonitas flores!". Amín solo podía ofrecer una sonrisa forzada, mientras por dentro, rezaba para que el Dr. Quesada no encontrara un trébol de cuatro hojas en alguna de sus macetas. La leyenda del Dr. Quesada creció, y la de Amín se redujo a un chiste interno entre algunos círculos. Pero al menos, ahora tenía un jardín. Y, sorprendentemente, sus flores eran las más afortunadas de la ciudad.