La mañana siguiente llegó con el aroma a pan recién horneado y el murmullo de voces desde la cocina. Man-wol se despertó antes que los demás, aprovechando el silencio para escribir en su diario. El sol entraba tímidamente por la ventana, iluminando la flor silvestre que había guardado en un libro la noche anterior.
Cuando bajó a desayunar, encontró a Hyun y Zara conversando en voz baja en la cocina. No era una pelea, sino una de esas charlas tensas que surgen cuando las expectativas familiares chocan con los deseos propios.
—No entiendo por qué tu madre insiste en que vuelvas tan pronto —susurraba Zara, sirviéndose una taza de café—. ¿No puedes quedarte un par de días más?
Hyun se encogió de hombros, pero Man-wol notó la incomodidad en su mirada.
—Es complicado. Mi papá tiene una reunión importante y quiere que esté allí. Ya sabes cómo es.
Man-wol se acercó, saludando con una sonrisa. Zara le pasó una taza y le preguntó, curiosa:
—¿Y tú? ¿Tu mamá no te reclama por estar tan lejos?
Man-wol suspiró.
—Mi mamá cubana siempre dice que soy más coreana que cubana. Pero sí, cada vez que llamo me pregunta cuándo vuelvo. Mi papá es más tranquilo, pero también se preocupa.
En ese momento, Haneul entró en la cocina, con el ceño fruncido por una llamada de su madre. Minjun la siguió, intentando animarla.
—¿Otra vez lo de la universidad? —preguntó Zara, comprensiva.
Haneul asintió, resignada.
—Siempre es lo mismo. “¿Por qué no estudias medicina como tu hermana mayor?”
Todos rieron, pero la tensión era palpable. Cada uno cargaba con las expectativas de sus familias, aunque intentaran no hablar de ello. El desayuno continuó entre bromas y algún que otro comentario sarcástico sobre padres controladores y madres preocupadas.
Cuando terminaron, el grupo decidió salir a pasear por el pueblo. Man-wol caminaba junto a Hyun, en silencio, hasta que él rompió el hielo:
—¿Alguna vez has sentido que no encajas del todo en ningún lado? —preguntó, mirando las casas tradicionales coreanas que contrastaban con los carteles de tiendas modernas.
Man-wol lo miró, sorprendida por la sinceridad de la pregunta.
—Sí, a veces. En España me preguntan por Corea, y aquí me preguntan por España. A veces solo quiero ser yo, sin etiquetas.
Hyun asintió y, por un momento, ambos se sintieron comprendidos. Pero la tranquilidad se interrumpió cuando el teléfono de Man-wol sonó. Era su madre, preguntando por su vuelo y recordándole que su abuela cubana la esperaba para el cumpleaños familiar.
—Tengo que irme en dos días —confesó Man-wol al colgar—. Mi familia ya tiene todo planeado.
Hyun se quedó callado, pero Man-wol notó la decepción en sus ojos. Ambos sabían que, aunque la primavera los unía, las responsabilidades y los lazos familiares los separarían pronto.
El grupo, al enterarse, intentó animarlos. Ha-Ru propuso hacer una cena especial esa noche, para celebrar su amistad y los recuerdos compartidos. Zara insistió en que, aunque estuvieran lejos, siempre serían una familia.
Pero Man-wol y Hyun, en lo más profundo de sus corazones, sabían que las decisiones familiares y las fronteras personales eran obstáculos que, por ahora, no podían ignorar.