El tren llegó al pueblo envuelto en el aroma de los cerezos en flor. Man-wol fue la primera en bajar, sintiendo cómo la brisa le traía recuerdos de primaveras pasadas y promesas aún por cumplir. Uno a uno, sus amigos fueron llegando: Zara con su risa contagiosa y cámara en mano; Ha-Ru haciendo bromas; Minjun y Haneul compartiendo confidencias; y Hyun, serio pero con una chispa en los ojos que solo Man-wol supo ver.
La casa de siempre los recibió con el crujir de la madera y fotos viejas en las paredes. La primera noche, entre pizzas y playlists nostálgicas, compartieron historias del año: exámenes, fiestas, amores fugaces y sueños nuevos. Rieron, pero también hubo silencios llenos de cosas no dichas.
El segundo día, organizaron una guerra de globos de agua en el jardín. Man-wol y Ha-Ru terminaron empapados y riendo en el suelo. Hyun, que apenas participaba, no pudo evitar sonreír al verla tan feliz. Por la tarde, salieron en bicicletas viejas hasta el lago. Minjun y Haneul se quedaron atrás, caminando juntos y compartiendo miradas que decían más que cualquier palabra.
Una noche, Zara propuso un juego de “verdad o reto” bajo las luces del porche. Las preguntas subieron de tono: “¿A quién extrañaste más este año?”, “¿A quién besarías ahora mismo si pudieras?”. El ambiente se volvió eléctrico. Cuando le tocó a Man-wol, Ha-Ru le preguntó si seguía pensando en alguien especial. Man-wol, nerviosa, solo sonrió y miró a Hyun, que desvió la mirada.
Más tarde, Man-wol salió al jardín para tomar aire. Hyun la siguió. Bajo la luz de la luna, él le confesó en voz baja que la había extrañado más de lo que quería admitir. Man-wol sintió que el mundo se detenía, pero antes de responder, Zara los interrumpió llamándolos para una foto de grupo.
Durante esa semana, hubo paseos nocturnos, confesiones a medias, roces de manos en la cocina y miradas que ardían más que el sol de primavera. Los celos también aparecieron: cuando Man-wol charlaba con Minjun, Hyun se mostraba distante; cuando Hyun reía con Haneul, Man-wol sentía un nudo en el estómago.
El penúltimo día, hicieron una promesa bajo el cerezo más viejo del pueblo: “Pase lo que pase, siempre volveremos aquí”. Pero todos sabían que algo había cambiado. La primavera no solo trajo flores, sino también emociones nuevas, dudas y el miedo de perderse el uno al otro.
Man-wol, al cerrar los ojos esa noche, supo que la próxima vez que volviera, nada sería igual. Y aunque el futuro era incierto, el corazón le latía con fuerza, lleno de esperanza y de ese 설렘 (seollem) que solo la juventud y el primer amor pueden dar.