El eco de la felicidad navideña se desvaneció demasiado pronto. La mañana del primero de enero, la visita inesperada del padre de Hyun cambió el aire en la casa. Su voz, firme y cortante, apenas dejó espacio para protestas. Man-wol sintió cómo el calor de la noche anterior se transformaba en un frío punzante cuando Hyun, cabizbajo, recogió sus cosas y salió tras él, sin atreverse a mirar atrás.
Durante los días siguientes, Man-wol intentó llamarlo, escribirle, buscarlo en redes. El silencio fue absoluto. Los mensajes no llegaban, las llamadas iban directo al buzón. Al principio, pensó que era solo cuestión de tiempo, que Hyun encontraría la manera de contactarla. Pero las semanas pasaron, y la ausencia se volvió una sombra cada vez más densa.
La preocupación creció entre los amigos. Zara fue la primera en enviar un mensaje al grupo:
—¿Alguien sabe algo de Hyun? No responde desde Año Nuevo.
Minjun y Ha-Ru intentaron bromear, restando importancia, pero pronto las risas se apagaron. Haneul, siempre sensible, confesó que también había intentado llamarlo, sin éxito. El chat grupal, que antes era un refugio de memes y confidencias, se llenó de preguntas sin respuesta y de mensajes de ánimo para Man-wol, que apenas podía dormir.
Los meses se hicieron largos. Cada uno, desde su ciudad, se debatía entre la rutina de la universidad y la inquietud por su amigo perdido. A veces, en las noches más solitarias, Man-wol releía la última carta de Hyun, buscando entre líneas alguna pista, algún consuelo. Pero solo encontraba el eco de una promesa rota.
Cinco meses después, cuando el sol del inicio del verano asomaba tímidamente, el chat grupal vibró con un mensaje nuevo de Hyun. Todos lo vieron al mismo tiempo, incrédulos:
Hyun: “Hola, chicos. Siento haber estado ausente. Quería decirles que estoy bien… y que estoy comprometido.”
El silencio fue absoluto. Nadie supo qué responder. Man-wol, con el corazón en un puño, leyó y releyó esas palabras, sin poder creer que, después de tanto silencio, eso fuera lo único que quedaba.