El aire fresco de Seúl parecía distinto esa mañana. Zara caminaba por las calles con una sensación extraña de ligereza, como si el peso de los secretos finalmente se hubiera disipado. La conversación con su padre no había resuelto todo, pero sí había abierto una puerta hacia la sanación.
Se encontró con Hyun en el parque donde solían reunirse con los demás. Él la esperaba sentado en el banco, con la mirada perdida en el horizonte. Cuando la vio llegar, le dedicó una sonrisa tímida, casi infantil.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Hyun, dejando ver la preocupación en sus ojos.
Zara se sentó a su lado y respiró hondo antes de responder.
—Aliviada, creo. No es fácil perdonar, pero tampoco quiero vivir con rencor. Siento que ahora puedo empezar de nuevo, aunque el pasado siga ahí.
Hyun asintió. Ambos sabían que las heridas no desaparecen de un día para otro, pero el simple hecho de enfrentarlas ya era un avance.
Poco a poco, fueron llegando los demás: Man-wol, Haneul, Minjun y Haru. El grupo se reunió bajo los árboles, compartiendo silencios, risas y miradas cómplices. Había algo diferente en el aire: una madurez nueva, una comprensión más profunda de lo que significaba ser familia, más allá de la sangre.
Man-wol rompió el silencio, con su tono sereno:
—A veces pienso que nuestros padres cometieron errores, pero también nos dieron la oportunidad de aprender de ellos. Nosotros podemos elegir nuestro propio camino.
Haru asintió, mirando a sus amigos.
—Y podemos elegir seguir juntos, pase lo que pase.
La conversación fluyó, mezclando recuerdos de la infancia con sueños para el futuro. Hablaban de viajes, de proyectos, de la vida que les esperaba más allá de la universidad. Cada uno sentía que, por primera vez, podía tomar sus propias decisiones sin el peso de las expectativas ajenas.
Antes de despedirse, Zara miró a sus amigos y sonrió.
—Gracias por estar aquí. No sé qué habría hecho sin ustedes.
Hyun le tomó la mano, y los demás los rodearon en un abrazo grupal. Sabían que, aunque el futuro era incierto, lo enfrentarían juntos.
El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Era el final de una etapa y el inicio de otra. Los seis amigos se alejaron del parque, llevando consigo la certeza de que, pase lo que pase, siempre tendrían un lugar al que regresar.