El sol de primavera acariciaba la ciudad, tiñendo las calles de un dorado suave y prometedor. En la nueva casa de Hyun y Man-wol, la vida se deslizaba tranquila, con el aroma a café recién hecho y el canto de los pájaros colándose por las ventanas abiertas. El eco de risas y pasos llenaba cada rincón, y en el aire flotaba la certeza de que, por fin, el hogar era un lugar elegido, construido a base de amor y segundas oportunidades.
Esa tarde, la casa se llenó de voces familiares. Los seis amigos, junto a sus parejas y algunos padres, se reunieron una vez más, como en los viejos tiempos, pero ahora con la madurez y la serenidad que solo los años pueden dar. Había comida de todos los rincones del mundo, flores frescas en la mesa y fotografías dispersas que contaban la historia de una amistad inquebrantable.
Zara y Ha-Ru llegaron primero, trayendo consigo una tarta de limón y una nueva colección de bocetos. Zara, con el cabello recogido y las manos manchadas de pintura, reía mientras Ha-Ru, siempre atento, la ayudaba a colocar la tarta en la mesa. Sus miradas cómplices eran la prueba de que el amor, a veces, crece en silencio y florece cuando menos lo esperas.
Minjun y Haneul entraron poco después, tomados de la mano. Haneul traía consigo una pequeña partitura, regalo para el bebé que estaba por llegar, y Minjun no tardó en poner música de fondo, llenando la casa de notas alegres y recuerdos de noches interminables en distintas ciudades del mundo.
Los padres se sentaron juntos, compartiendo anécdotas y sonriendo al ver a sus hijos tan plenos. María, la madre de Zara, levantó su copa y, con la voz emocionada, brindó por el pasado, el presente y el futuro.
—A veces —dijo—, la vida nos separa para que podamos reencontrarnos más fuertes. Gracias por enseñarnos que la familia también se elige.
Las conversaciones fluyeron entre risas, confesiones y silencios cómodos. Hablaron de los días difíciles, de los miedos superados, de los sueños que aún quedaban por cumplir. Afuera, el jardín se llenaba de luz, y los cerezos en flor recordaban a todos que la belleza siempre regresa, incluso después del invierno más largo.
En medio de la celebración, Hyun tomó la mano de Man-wol y la posó suavemente sobre su vientre. El silencio se hizo cómplice, y todos comprendieron la noticia sin necesidad de palabras. Hubo abrazos, lágrimas de alegría y promesas de estar siempre cerca, sin importar la distancia.
Cuando el sol comenzó a ponerse, los amigos salieron al jardín. Se sentaron en círculo, como cuando eran jóvenes, y compartieron sus deseos para el futuro. Uno a uno, se dieron cuenta de que, aunque la vida los había llevado por caminos distintos, el hilo invisible de la amistad los mantenía unidos.
Man-wol, mirando a Hyun, susurró:
—¿Recuerdas cuando pensábamos que el destino era algo que nos imponían? Ahora sé que el destino es lo que elegimos construir, día a día, juntos.
Hyun le sonrió, y en ese instante supo que todo el dolor, la espera y las dudas habían valido la pena. El pasado ya no dolía. El futuro no asustaba. Lo único que importaba era el ahora, ese instante perfecto en el que todo era posible.
La noche cayó suavemente, y las luces de la casa brillaron como estrellas cercanas. Los amigos, abrazados, contemplaron el cielo, sabiendo que la historia que habían escrito juntos no terminaba allí. Era, apenas, el primer capítulo de muchos otros por venir.
Y así, entre risas, música y promesas, entendieron que el verdadero final es, en realidad, un nuevo comienzo.