Primera Base , Primer Amor

Capítulo 7: Luces, secretos y primeras miradas

El aire estaba más fresco esa tarde en Oakridge. Stacy había terminado su turno en el café y se dirigía a casa cuando recibió la llamada. Mateo. Su voz sonaba un poco más nerviosa de lo habitual, pero dulce como siempre.

—¿Estás ocupada este sábado por la noche? —preguntó él.

—Creo que no —respondió ella, acomodándose un mechón detrás de la oreja—. ¿Por qué?

—Tengo una cena benéfica del equipo. Es algo formal, pero importante. Me gustaría que vinieras… y que trajeras a tus amigas.

—¿A Julie y Cami? ¿Estás seguro?

—Sí. Creo que merecen también una noche especial. Además, será divertido. Música en vivo, comida elegante… y quizá algunos encuentros inesperados.

—¿Encuentros?

—Te dejo con la intriga —dijo él, y colgó.

Sábado, 7:20 p.m.

El salón del hotel Westmoor en la ciudad era un lugar de película: lámparas de cristal, alfombras de terciopelo rojo, cortinas altas y mesas perfectamente decoradas con centros de flores blancas y velas suaves. El ambiente olía a champán, perfumes caros y secretos flotando entre los pasillos.

Stacy llegó acompañada de sus amigas, Julie y Cami. Las tres iban radiantes, aunque con estilos distintos. Stacy vestía un vestido azul medianoche que le marcaba la cintura y caía en una suave curva hasta los tobillos. Julie llevaba un vestido rojo vino de tirantes delgados y labios a juego, y Cami, más clásica, optó por un elegante vestido negro con detalles plateados en el escote.

—¿Estás segura de que esto no es demasiado? —preguntó Stacy, nerviosa, mientras esperaban en la entrada.

—Estás hermosa —dijo Julie—. Y él te va a mirar como si fueras la única en todo el salón.

Y tenía razón.

Mateo apareció entre la multitud con un traje azul marino perfectamente entallado, sin corbata, solo una camisa blanca abierta en el cuello. Cuando vio a Stacy, sonrió como si todo a su alrededor desapareciera.

—Dios mío —dijo, acercándose—. Si alguna vez quise presumirte, es ahora.

Stacy se sonrojó mientras él la saludaba con un beso lento en la mejilla, como si dudara entre seguir o quedarse ahí para siempre.

Mateo saludó a Julie y a Cami con respeto y simpatía, y luego las guió hacia la mesa reservada para ellos. Durante la cena, Stacy sintió por primera vez que estaba dentro de su mundo sin sentirse fuera de lugar. No era solo la chica del pueblo. Era alguien a quien él estaba orgulloso de tener a su lado.

La noche avanzó con discursos, risas y brindis. Los jugadores caminaban entre las mesas, charlaban con empresarios, con prensa, con fans. Pero Stacy notaba cómo algunos de ellos se fijaban en sus amigas, especialmente en Julie, que no perdía oportunidad para hacer comentarios ingeniosos.

Fue durante el postre que todo empezó a moverse.

Un joven con cabello castaño claro, expresión reservada pero mirada curiosa, se acercó a la mesa. Era parte del cuerpo técnico, alto, con lentes redondos y manos inquietas. Se detuvo frente a Julie.

—¿Puedo preguntar tu nombre? —dijo, con una timidez encantadora.

—Julie —respondió ella, levantando una ceja—. ¿Y tú eres?

—Nico. Soy fisioterapeuta del equipo. No juego… pero cuido que todos puedan hacerlo.

Julie sonrió.

—Me parece más importante que batear.

A un par de mesas de distancia, un jugador de sonrisa amplia y tatuajes en el antebrazo ya había posado los ojos en Cami. Se llamaba Tomás, jardinero suplente, y aunque era conocido por sus bromas pesadas en el vestuario, cuando se acercó a Cami, bajó la voz.

—No me gustan mucho estas cenas —le confesó—. Pero hoy creo que valió la pena venir.

Ella lo miró con sorpresa, sin saber qué decir. Al final, solo respondió:

—¿Eso lo dices a todas?

—No. Solo cuando me ponen nervioso.

En la mesa, Stacy y Mateo observaban discretamente cómo sus amigas comenzaban sus propias pequeñas historias. Mateo se inclinó hacia ella.

—¿Te sientes bien aquí?

—Sí. Pero sobre todo porque tú estás aquí.

—Quiero que todo lo bueno te pase —le susurró él—. No solo porque te quiero cerca… sino porque lo mereces.

Stacy no supo cómo responder. Las palabras se le quedaron en la garganta. Así que solo entrelazó su mano con la de él, justo bajo la mesa, como si ese gesto dijera más que cualquier frase ensayada.

Cuando la música comenzó a sonar, Mateo se levantó y le ofreció la mano.

—¿Bailas conmigo?

—¿Y si piso tus zapatos caros?

—Entonces me los quito.

Y así lo hizo.

Bailaron una canción lenta, pegados, sin decir nada. El mundo afuera seguía, pero para ellos todo se había reducido a ese instante. Ella con los ojos cerrados, él con la frente apoyada en su cabello. Era su primer baile juntos. Pero se sintió como si hubieran estado bailando toda la vida.

Esa noche, al regresar al pueblo, Stacy no podía dormir. Ni Julie, que se quedó hablando con Nico hasta la madrugada por mensajes. Ni Cami, que se reía sola recordando el torpe intento de Tomás por invitarla a un partido.

Y en medio del silencio, Stacy supo algo: estaban entrando en una nueva etapa. Ya no era solo un romance secreto. Era algo que poco a poco empezaba a abrirse al mundo.

Y eso… también podía doler.




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