Capítulo 13: Lo que se construye con calma

La mañana siguiente fue más liviana de lo que Stacy había imaginado. No porque el conflicto hubiese desaparecido, sino porque en el fondo, algo en ella sabía que Mateo había sido sincero.

Pero las redes sociales no se calman con palabras íntimas ni explicaciones privadas.

Los titulares seguían circulando:

“Mateo Rivera y la modelo Emma Torres: ¿reconciliación negada?”
“¿Quién es la misteriosa joven que ha conquistado al jugador de la MLB?”

Algunas fotos de Stacy trabajando en el café empezaron a compartirse. Comentarios crueles y malintencionados la hicieron sentir vulnerable. La vida sencilla que había defendido con tanto cuidado estaba siendo invadida sin su permiso.

Ese día, Mateo no la buscó con mensajes. En cambio, le envió una caja con una nota escrita a mano:

📦
“No sé si hoy quieres verme, pero sí quiero hacerte sonreír. Una taza por cada día que quiera comenzar contigo. Mateo.”

Dentro de la caja, había una colección de tazas distintas, una por cada día de la semana. Todas con frases personales:
Lunes: “Hoy mereces más café que problemas.”
Martes: “No olvides que tu sonrisa me salvó.”
Miércoles: “Mitad de semana, todo de ti.”
Jueves: “Te pienso en voz alta.”
Viernes: “Tus ojos son mi descanso favorito.”
Sábado: “Déjame invitarte al silencio.”
Domingo: “Si estás, ya es mi día favorito.”

Stacy apretó los labios, conteniendo las lágrimas.

Julie, que entró justo en ese momento, se detuvo en seco.

—¿Qué es todo eso?

Stacy solo respondió con una sonrisa. Pequeña. Pero real.

—Él está tratando de reconstruirme sin presionarme —susurró.

Mientras tanto, Cami y Andrew pasaban más tiempo juntos. Paseaban por los puestos del mercado, compartían libros, e incluso fueron al cine a ver un documental sobre música africana. Cami lo observaba entre luces y sombras, pensando que jamás imaginó sentirse tan vista sin tener que explicarse.

Andrew no era perfecto. A veces hablaba demasiado o se distraía fácilmente. Pero tenía esa forma de escucharla que la hacía sentir valiosa.

Una tarde, mientras caminaban por un sendero, él le dijo:

—No quiero apresurarte. Solo quiero estar cerca de ti. El resto, lo decides tú.

Cami le tomó la mano. No dijo nada. No hacía falta.

Julie, en cambio, empezaba a abrirse más con Marcelo. Una noche, mientras cocinaban juntos en el café después del cierre, él le confesó:

—Estuve mucho tiempo huyendo del compromiso. Me escondía en mi trabajo, en mis causas… pero tú apareciste como una pausa que no sabía que necesitaba.

Julie lo miró con suavidad.

—Yo me escondí en mi sarcasmo —respondió—. Pero tú no te asustaste. Ni siquiera cuando me mostré como soy.

—Es que tú… tal como eres, ya eras lo que yo estaba esperando.

Marcelo se inclinó y la besó por primera vez, con dulzura, sin prisa.

Esa noche, Stacy salió a caminar sola. El aire estaba fresco, y el pueblo, más tranquilo. Nadie la miraba como esa mañana. Tal vez todo se estaba calmando. Tal vez no.

Pero mientras cruzaba la plaza, lo vio: Mateo, sentado en una banca, con una caja de donas en la mano.

—¿Estás acechándome? —bromeó ella con suavidad.

—No. Estoy esperándote. Por si acaso querías hablar… o comer algo dulce.

Ella se sentó a su lado.

—Las redes siguen ardiendo.

—Lo sé —dijo él, bajando la cabeza—. No puedo evitarlo. Pero sí puedo estar aquí cada vez que eso te haga sentir sola.

Stacy lo miró. Y sin decir una palabra, tomó una dona. Dio un mordisco, luego otro.

—Están buenas.

—Son tus favoritas —respondió él, sonriendo apenas.

—No te he perdonado del todo —dijo ella.

—Lo sé.

—Pero estoy dispuesta a ver si realmente mereces estar en mi vida.

Mateo la miró con una mezcla de alivio y respeto.

—Gracias.

Y entonces, Stacy apoyó la cabeza en su hombro. No como quien se rinde, sino como quien decide volver a confiar. Un paso. Solo uno. Pero firme.

El ruido afuera seguía.
Pero adentro, en los corazones de todos ellos, comenzaba a crecer algo más fuerte que cualquier titular:
confianza, cariño… y futuro.