Primera Base , Primer Amor

Capítulo 14: Bajo las luces del estadio

La noticia llegó una tarde cualquiera, mientras Stacy terminaba de limpiar las mesas del café. Mateo entró con su gorra puesta hacia atrás y una sonrisa nerviosa. En sus manos, sostenía dos boletos y una pequeña caja de madera.

—¿Tienes planes para el fin de semana? —preguntó él, fingiendo casualidad.

Stacy levantó una ceja, divertida.

—¿Qué tramas, Rivera?

Mateo se acercó y le tendió la caja. Dentro, había un llavero en forma de guante de béisbol, y una nota doblada con cuidado.

“Quiero llevarte a conocer mi mundo. A mi gente. A mi historia.
Este fin de semana jugamos contra los Yankees. Es decisivo.
Quiero que estés ahí. Quiero que seas parte de eso, como ya eres parte de mí.”

Stacy se quedó en silencio. El corazón se le encogió. No solo por la invitación al partido, sino porque… él estaba abriendo una puerta importante. Su hogar. Su raíz.

—¿Es en Nueva York?

—Sí. Y no solo quiero que vayas al juego. Quiero que conozcas a mi madre. A mi hermana. A la abuela. Ellas saben de ti… y ya te quieren.

—¿Y tú? —preguntó Stacy, con una sonrisa suave.

Mateo no dudó.

—Yo más.

El viaje fue rápido, pero emocionalmente intenso. Para Stacy, era su primer vuelo. Para Mateo, era llevar a la persona que empezaba a significarlo todo… al lugar donde todo comenzó.

En Brooklyn, los recibió la familia Rivera con abrazos, mofongo caliente y un calor humano que hizo que Stacy se sintiera como en casa. La madre de Mateo, Carmen, la miró con los ojos llenos de agradecimiento.

—Mi hijo volvió a sonreír desde que habla contigo.

La abuela Esperanza, en cambio, fue más directa:

—Tú le calmas el alma, mija. Quédate cerca. Él lo necesita.

Lucía, la hermana menor, no tardó en hacerle bromas a Stacy y subir una selfie con el texto:

“Ya tenemos nueva favorita de la familia 😌”

El día del partido, la ciudad era un hervidero de emoción. Dodgers vs. Yankees. En el Yankee Stadium. Rivalidad legendaria. El estadio rugía como un monstruo hambriento.

Stacy estaba sentada en una suite privada, junto a Carmen y Lucía. Mateo, con el número 14 en la espalda, calentaba en el campo. Cada vez que su rostro aparecía en la pantalla gigante, los gritos estallaban.

El juego fue un tira y afloja desde la primera entrada. Bateadores ponchados, jugadas defensivas impecables, tensión en cada lanzamiento.

Llegó la octava entrada, con el marcador empatado 2-2. Había dos outs, dos corredores en base… y Mateo al bate.

Stacy apretó las manos. El estadio entero contenía la respiración.

El primer lanzamiento: bola baja.
El segundo: strike.
El tercero: foul.

Y entonces vino el cuarto.

Mateo giró el cuerpo con fuerza, y la pelota salió disparada como un cometa hacia el jardín central. El estadio se congeló por un segundo… y luego estalló.

¡Jonrón!
Un batazo limpio. Poderoso. Decisivo.

Los Dodgers se pusieron 5-2. Y cuando Mateo cruzó el plato, alzó la vista hacia la suite. Stacy lo miraba con una mezcla de orgullo y ternura.

Sin gritar. Sin exhibiciones. Solo con una sonrisa que lo abrazó desde la distancia.

Esa noche, en la celebración postpartido, Mateo evitó las cámaras. Se acercó a Stacy cuando todos estaban distraídos.

—Gracias por venir —le dijo—. Gracias por ser mi calma… en medio de esta locura.

—Gracias por dejarme verte sin uniforme —respondió ella—. Con tu familia, con tu historia… con todo.

Mateo la tomó de la mano.

—Quiero que sigas caminando conmigo, Stacy. Que estés en los juegos… pero también en los días sin estadio, sin público. En los silencios.

Ella lo miró. No había más que decir.

Lo besó. Lento. Cierto. Bajo las luces de Nueva York.

Esa noche no ganaron solo los Dodgers. También ganó el amor.
Ese que se construye paso a paso, sin artificios, y que, incluso bajo la presión del juego más importante…
se mantiene firme.




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