Primera Base , Primer Amor

Capítulo 18: La Oferta

Era un martes tranquilo. El café abría tarde ese día, y Stacy aprovechaba para organizar los estantes y ordenar algunas nuevas postales que Mateo le había enviado por correo, ahora con un mapa de imanes que colgaba orgulloso en la pared detrás de la barra.

La llamada llegó justo antes del mediodía.

Mateo, desde un hotel en San Francisco, contestó con el ceño fruncido al ver el número de su representante. Lo último que esperaba era una conversación de negocios en su día libre.

—¿Qué pasa, Eric? Estoy fuera hoy.

—No por mucho —respondió la voz al otro lado, rápida, agitada—. Tengo que contarte algo. Es importante. Los Blue Jays te quieren.

Mateo se quedó en silencio.

—¿Los de Toronto?

—Sí. Y no solo te quieren. Te ofrecen una campaña millonaria de tres años, con opción a dos más. Es un contrato limpio. Buen ambiente. Y seamos honestos… los Dodgers te están usando, pero no te están dando lo que vales.

—Pero… es Canadá. Es otro país.

—Exactamente. Una nueva vida. Otra ciudad, otro ritmo. Y mucha más exposición.

Mateo apretó los dientes. Se quedó sentado, viendo por la ventana los tejados idénticos y grises del hotel. Pero no pensaba en Toronto. Pensaba en una chica que en ese momento, quizás, estaba organizando las tazas en un café de pueblo. Pensaba en Stacy.

Esa noche, él la llamó. No quiso ocultárselo. No después de todo lo que habían construido.

—¿Tres años? —repitió Stacy, en voz baja—. ¿Y después podrían ser cinco.

—Sí.

—¿Y qué quieres hacer?

Mateo tragó saliva. Le dolía más que un batazo directo al pecho.

—No lo sé. Esto no estaba en mis planes, Stacy. Lo único que tenía claro… eras tú.

Ella se quedó callada unos segundos. Luego habló con esa calma que solo nace del amor verdadero:

—Si esto es lo mejor para ti… tienes que hacerlo. Pero hazlo por ti, no por nosotros. No porque tengas miedo a perderme o a alejarte. Yo no soy una condición. Yo soy una elección.

Él cerró los ojos. Le dolía el corazón, pero también lo llenaba.

—No sé si pueda hacer esto sin ti.

—Sí puedes —dijo Stacy con una media sonrisa—. Pero eso no significa que tengas que hacerlo solo.

Los días siguientes fueron una tormenta. El equipo se enteró. Las noticias salieron en los medios. “¿Mateo Rivera a Toronto?” empezaban a titular. Stacy fue abordada en la calle. A algunos les emocionaba la idea. A otros les parecía una traición.

Pero entre ellos dos… todo se volvió más íntimo. Más real.

Cada llamada, cada mensaje, cada videollamada… se volvió una cuenta regresiva. Hasta que finalmente, Mateo volvió a Oakridge con una decisión en el pecho y un boleto sin fecha en el bolsillo.

La pregunta no era si la amaba.
La pregunta era: ¿podía pedirle que lo siguiera?

Stacy cerró la cafetería temprano esa noche. Las palabras de Mateo daban vueltas en su mente como hojas al viento. “Tres años… quizá cinco”. Toronto no era solo un cambio de ciudad. Era otro país, otro idioma dominante, otro mundo. Y aunque amaba a Mateo, no podía evitar preguntarse si aquel amor sobreviviría a otra transformación.

Mientras barría el piso, pensó en su vida: sus amigas, su abuela, el café, la rutina que empezaba a amar. Mateo se había convertido en el centro de todo, sí… pero también en el motor que la había impulsado a crecer. ¿Estaba lista para dejarlo todo por él? ¿O tenía miedo de no volver a encontrar algo tan verdadero?

Mateo, en su habitación del hotel, sostenía el contrato impreso entre las manos. Había puesto su firma en muchos papeles importantes antes, pero este parecía pesar el doble. No por la cifra, no por el uniforme nuevo… sino por lo que podía perder si no lo manejaba bien.

Recordó la primera vez que la vio: Stacy con su camiseta holgada detrás del mostrador, riéndose con Julie mientras limpiaba un vaso con espuma en la nariz. Desde entonces, nada había vuelto a ser igual. Ella no solo había entrado en su vida. Se la había rediseñado.

Esa noche, cuando volvieron a hablar, no hubo planes. Solo preguntas.
—¿Y si tú vinieras conmigo? —preguntó Mateo, casi sin voz.

Stacy lo miró desde la pantalla. Tenía el cabello atado en un moño descuidado y los ojos rojos de tanto pensar.

—¿Y si no es el momento para mí? —respondió ella, sin dureza—. ¿Y si todavía tengo raíces aquí?

—¿Y si yo me estoy alejando demasiado de lo que realmente quiero?

El silencio que siguió no fue doloroso. Fue introspectivo. Como cuando uno se mira al espejo sabiendo que lo que venga después… definirá todo.

Los días se volvieron distintos. Mateo tenía reuniones. Stacy atendía el café en piloto automático. Julie y Cami notaron el cambio. En una noche tranquila, Julie le sirvió una copa de vino y preguntó:

—¿Te irías por amor?

Stacy lo pensó. Luego respondió con honestidad.

—No quiero que mi mundo se reduzca a seguir a alguien. Lo amo. Pero también quiero seguir construyendo lo mío. Si me voy, tiene que ser por convicción… no por miedo a perderlo.

Mateo, por su parte, tuvo una conversación con su madre. Carmen no fue con rodeos.

—El amor de tu vida no siempre está donde tú quieres estar. A veces, hijo, hay que tomar decisiones sabiendo que todo lo bueno… también puede doler.

—¿Y si la pierdo?

—Si es amor del bueno, Mateo… no la pierdes. Se transforma. Espera. Lucha.

Mateo apretó el papel en su mano. El contrato no parecía tan brillante ahora. No si no podía compartirlo con Stacy. No si no tenía sus tazas de café, su risa distraída, sus pies fríos por la mañana. Su todo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.