La llamada llegó en una mañana tranquila. Stacy estaba preparando café cuando escuchó el tono serio de voz de Mateo desde la sala.
—Sí... sí, claro… entiendo. Gracias. Nos vemos en la oficina.
Colgó con el ceño fruncido y la mirada cargada de pensamientos.
—¿Qué pasó? —preguntó Stacy, acercándose con dos tazas humeantes.
Mateo tomó una y le dio un sorbo antes de responder.
—Toronto acaba de hacerme una oferta formal. Un contrato por tres años… titular. Con posibilidad de extensión.
El silencio entre ellos duró apenas un segundo, pero fue suficiente para que Stacy sintiera el cambio. Todo estaba por comenzar de nuevo.
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó con suavidad.
Mateo dejó la taza sobre la mesa. Sus ojos no mostraban alegría inmediata, sino una mezcla compleja de emoción, presión y algo parecido al miedo.
—Aceptarlo —dijo finalmente—. Es el paso correcto. No solo por mi carrera. Por nosotros. Por quedarnos en esta ciudad… y construir aquí algo real.
Stacy respiró hondo. Sabía lo que eso significaba. Toronto ya no sería solo un lugar de paso. Sería su hogar definitivo.
—Entonces lo celebraremos como se debe —dijo, con una sonrisa amplia—. Porque lo mereces.
Mateo la abrazó con fuerza. Pero, en el fondo, sabía que las nuevas etapas traían nuevos desafíos.
Esa misma tarde, fueron convocados a una reunión privada en el estadio de los Blue Jays. Al llegar, los recibió el gerente general con una gran sonrisa.
—Bienvenido oficialmente al equipo, Mateo. Hoy cambias de azul.
Stacy observó con emoción cómo Mateo firmaba el contrato. El mismo Mateo que alguna vez parecía inalcanzable, ahora estaba empezando una nueva etapa… con ella a su lado.
Un fotógrafo tomó unas fotos simbólicas: Mateo con la camiseta nueva, el número 34 en la espalda, posando frente al logo del equipo.
Cuando se la puso, Stacy sintió un nudo en la garganta. Era real.
Salieron del estadio con la brisa fresca de Toronto acariciándoles el rostro. Mateo no hablaba mucho, pero tenía esa mirada determinada de cuando estaba por lanzarse al campo en el noveno inning.
—¿Tienes miedo? —preguntó Stacy.
Él la miró.
—Claro. Pero no del contrato. De no estar a la altura de lo que quiero construir contigo.
Stacy se detuvo, lo tomó de la cara y le dijo con firmeza:
—Tú ya estás a la altura. Todo esto… lo estamos construyendo juntos. No te olvides.
Él la besó con esa mezcla de ternura y pasión que solo él sabía equilibrar.
—
Esa noche, organizaron una pequeña cena improvisada en el departamento. Pizza, vino, música suave. Julie, Cami, Daniel y Liam llegaron con globos, una gorra nueva del equipo y una torta en forma de pelota de béisbol.
—¡Por el nuevo #34 de los Blue Jays! —gritó Julie, levantando su copa.
—Y por la jefa de prensa, directora ejecutiva y primera fan oficial del equipo: ¡Stacy! —añadió Cami, señalándola con dramatismo.
Entre bromas, brindis y abrazos, Mateo se dejó llevar. Por fin se permitió sonreír sin tensión. Había tomado la decisión correcta. Su carrera seguiría viva, pero esta vez con algo más sólido: amor, hogar, propósito.
Stacy, recostada en su hombro al final de la noche, le susurró:
—¿Te imaginas a ti mismo retirándote con esa camiseta?
—Solo si tú estás sentada en las gradas.
Él la miró a los ojos.
—Y si un día tú y yo llenamos esas gradas con alguien que grite “¡vamos, papá!”… tampoco me quejo.
Stacy se sonrojó, sorprendida. Pero no respondió. Solo sonrió, bajando la mirada, mientras en su corazón esa semilla comenzaba a germinar.