Primera Base , Primer Amor

Capítulo 26: Entre Palmeras y Decisiones

El avión aterrizó en medio de una brisa tibia y salada. El sol brillaba como si nunca se fuera a apagar, y el mar, visible desde la pista, prometía días sin preocupaciones. Mateo bajó con su gorra y gafas oscuras, mientras Stacy apretaba su mano con emoción contenida.

—¿Estás segura de que no querías saber a dónde íbamos? —le preguntó él.

—Ahora que lo veo… tomaste la mejor decisión del mundo.

Frente a ellos se extendía el resort: cabañas privadas de techo de palma, rodeadas de jardines tropicales, caminos de arena blanca y una piscina infinita que se desbordaba hacia el horizonte del mar turquesa. Era como si el Caribe los hubiera estado esperando.

Entraron en la villa reservada para ellos: techos altos, madera clara, sábanas blancas con olor a coco, una terraza con jacuzzi privado y la playa a solo pasos. Stacy dejó caer su bolso y giró sobre sí misma.

—Esto es demasiado.

—Tú mereces demasiado —respondió Mateo, envolviéndola por la cintura.

La besó con una calma que anunciaba que allí, por unos días, el tiempo se detendría.

Los primeros días transcurrieron entre caminatas por la arena, masajes en pareja, chapuzones en el mar y desayunos con frutas tropicales bajo palmeras. Mateo parecía otro hombre: relajado, bromista, sin relojes ni estadísticas. Stacy no recordaba haberlo visto tan liviano… ni sentirse ella tan libre.

Una tarde, mientras caminaban por la orilla recogiendo caracoles, Mateo se detuvo. El viento levantó un poco el vestido de Stacy, y el atardecer pintaba su rostro de oro.

—He estado pensando en algo —dijo él, con voz suave.

Ella lo miró con curiosidad.

—¿Sí?

Mateo hundió los pies en la arena y respiró hondo.

—Sobre el futuro. Sobre nosotros. Sobre… si en algún momento te gustaría tener una familia.

Stacy se quedó inmóvil un segundo. El mar rompía detrás de ellos con ritmo sereno. Ella bajó la mirada, pero no por temor, sino por procesar todo lo que sentía.

—La verdad… sí —respondió finalmente—. No ahora, tal vez. Pero contigo, sí.

Mateo sonrió. Esa respuesta le bastaba. No había presión. Solo posibilidad. Ilusión.

—Yo también —dijo—. Y si llega ese momento, quiero que lo construyamos sin miedo. Que sea una extensión de lo que ya somos.

Se abrazaron ahí, con los pies en la orilla, como si el mar los rodeara con su bendición silenciosa.

Esa noche, ya de regreso en la villa, Stacy recibió un correo inesperado. Lo abrió sin pensar, mientras Mateo salía de la ducha, envuelto en una toalla y tarareando una canción.

Leyó en silencio. Y el corazón le dio un vuelco.

—Mateo… —murmuró.

—¿Todo bien?

Ella giró la pantalla hacia él. Era un mensaje de la sede latinoamericana de una reconocida ONG internacional con base en Colombia. Habían seguido su trabajo con Pequeños Diamantes y le proponían dirigir un programa regional para fomentar el deporte comunitario en varios países de América Latina.

Un proyecto a tres años. Presupuesto robusto. Visibilidad global.

Pero implicaba mudarse. Viajar constantemente. Alejarse.

Mateo la miró en silencio. No dijo nada de inmediato.

—Es una locura… —dijo ella—. Apenas estamos echando raíces y ahora esto…

—Es increíble, Stacy —respondió él, con esa voz calma que siempre la desarmaba—. Lo mereces. Y si lo quieres… lo apoyaría.

—¿Aunque eso signifique estar separados?

—Prefiero estar un poco lejos de ti que impedir que vueles.

Las palabras de Mateo la atravesaron. Eran lo más hermoso y lo más doloroso al mismo tiempo. Porque ahora, cuando todo comenzaba a tomar forma, la vida volvía a poner una bifurcación en el camino.

—No sé qué hacer —confesó ella.

—No tienes que saberlo ahora. Pero sea cual sea tu decisión, Stacy… quiero que la tomes por ti, no por miedo a perderme. Si estamos destinados, vamos a encontrarnos siempre.

Esa noche no hubo fiesta ni planes. Solo la terraza, la luna llena sobre el mar, y ellos dos en silencio, compartiendo una copa de vino. El mundo parecía detenido… y, sin embargo, el futuro se abría como una puerta que no podían ignorar.

Stacy apoyó la cabeza en su pecho.

—¿Y si digo que sí?

—Entonces haremos que funcione. De alguna forma. Porque cuando se trata de ti… yo juego todos los innings que haga falta.

Ella sonrió, aunque el nudo en su garganta seguía ahí.

Y mientras la brisa del Caribe acariciaba sus cuerpos, Stacy entendió que el amor de verdad no pide que renuncies a tus alas.

Te ayuda a desplegarlas.




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