El estadio seguía vibrando con el eco de la victoria. Los aplausos, los gritos, la música, los fuegos artificiales iluminando el cielo de Toronto creaban un ambiente casi mágico. El equipo de Mateo acababa de coronarse campeón de la Serie Nacional, y la alegría era un torrente incontenible que corría por todo el campo.
Mateo estaba en el centro del diamante, sudoroso, la camiseta empapada, la gorra ligeramente ladeada, con la medalla del campeonato colgando del cuello. Los jugadores lo rodeaban, levantándolo en hombros, coreando su nombre con fervor.
Entre el público, Stacy no podía apartar la mirada de él. La emoción la embargaba, el corazón le latía con fuerza. Recordaba cada paso que los había llevado hasta ahí: las dudas, el esfuerzo, las noches en vela, el amor que los sostuvo.
De repente, el ruido bajó un poco cuando el manager pidió el micrófono. Todos los ojos se volvieron hacia el centro del campo.
—Hoy no solo celebramos un campeonato —dijo con voz fuerte y clara—, sino también el regreso triunfal de un guerrero. Mateo Rivera, nuestro orgullo, nuestro líder.
Mateo se acercó al micrófono, mientras el estadio coreaba su nombre. Con una sonrisa que mezclaba cansancio y felicidad, levantó la mano para pedir silencio.
—Gracias a todos por el apoyo —comenzó—. Esta victoria es para mi familia, mis compañeros, y para alguien muy especial.
Su mirada se dirigió al palco, donde Stacy lo observaba, con los ojos brillantes.
—Stacy, desde que entraste en mi vida, me enseñaste que los sueños no se abandonan, que el amor es la fuerza más grande que hay.
De repente, Mateo se arrodilló en medio del césped, ante la sorpresa de todos.
—¿Quieres casarte conmigo?
El silencio fue instantáneo. El estadio contuvo el aliento. Luego, como una explosión, miles de voces se unieron en un rugido de emoción.
Stacy, con lágrimas rodando por sus mejillas, bajó corriendo las escaleras y cruzó el campo hacia él.
—Sí —susurró, con la voz quebrada—. Mil veces sí.
Mateo deslizó el anillo, y los abrazos comenzaron. Las cámaras capturaron cada segundo, y las redes sociales explotaron al instante. La noticia se volvió viral en minutos, con titulares nacionales e internacionales que celebraban el amor en medio de la gloria deportiva.
Esa noche, en la fiesta privada del equipo, Stacy y Mateo fueron el centro de atención, pero ellos solo tenían ojos el uno para el otro.
—Esto es solo el comienzo —dijo Mateo, apretando su mano—. De nuestra vida, de nuestros sueños.
Ella sonrió, apoyando la cabeza en su pecho, sintiendo que, por fin, todo encajaba.
Cuando llegaron al apartamento, la puerta apenas se cerró detrás de ellos y Mateo la atrajo hacia sí con una urgencia contenida que hacía vibrar el aire. Sus labios se encontraron en un beso profundo, uno que hablaba de años de espera, de amor intenso y de promesas cumplidas.
Las manos de Mateo recorrieron con hambre cada curva de Stacy, como si quisiera memorizarla con el tacto, mientras sus cuerpos se acercaban más, buscando un contacto que se volvía cada vez más necesario. Stacy respondió con la misma pasión, sus dedos entrelazándose en el cabello de Mateo, tirando suavemente para intensificar ese fuego que ambos sentían arder.
Con movimientos lentos y sensuales, Mateo la llevó hacia el sofá, despojándola de la ropa con delicadeza y deseo, mientras sus miradas no se separaban, encendiendo una chispa que crecía a cada instante. Stacy sintió cómo su piel se erizaba con cada roce, con cada caricia que parecía dibujar mapas de placer en su cuerpo.
El aire se llenó de sus suspiros y gemidos suaves mientras se exploraban, aprendiendo de nuevo las texturas y calor del otro. Cada beso en el cuello, cada roce en la espalda, desataba oleadas de deseo contenidas por tanto tiempo. La pasión entre ellos era un baile perfecto de entrega y ternura.
En ese espacio privado, el tiempo parecía detenerse, y solo existían ellos dos, entrelazados en un abrazo que era tanto una declaración de amor como un incendio de placer. Mateo y Stacy se entregaron el uno al otro sin reservas, dejando que cada sensación, cada caricia, cada movimiento los llevara a la cima de una conexión que trascendía lo físico.
Cuando finalmente se encontraron, en el clímax de esa noche mágica, sus cuerpos y almas vibraron en perfecta armonía, sellando no solo un compromiso, sino un amor que prometía durar toda la vida.
Las manos de Mateo bajaron lentamente, rozando la curva de su cintura, mientras sus dedos dibujaban caricias que encendían fuego bajo la piel de Stacy. Cada roce era un susurro de deseo, una promesa silenciosa que hacía latir sus corazones con fuerza.
Sus labios bajaron por su cuello, dejando una estela de besos que la hacían temblar de anticipación. Stacy arqueó la espalda, entregándose a esa sensación electrizante que recorría todo su cuerpo. Sus dedos exploraban con avidez la espalda de Mateo, descubriendo cada músculo, cada línea que hablaba de fuerza y protección.
El roce de sus cuerpos desnudos contra el sofá era un vaivén tentador, un preludio de lo que estaba por venir. Mateo la sostuvo firme, sintiendo cómo ella se moldeaba a sus movimientos, como si fueran una sola alma atrapada en dos cuerpos.
Los suspiros se volvieron gemidos, suaves pero insistentes, llenando el aire con una melodía que solo ellos podían entender. Cada caricia, cada movimiento, estaba cargado de una pasión que crecía sin control, un deseo voraz que parecía consumirlos sin dejar nada sin explorar.
Las manos de Mateo bajaron más, encontrando el lugar donde Stacy pedía más con su mirada, con su aliento entrecortado. Cada gesto, cada roce, era una danza perfecta entre el dolor del deseo y el placer que se avecinaba.
Sus cuerpos se unieron finalmente, y el mundo desapareció. Solo existía el calor compartido, el latir sincronizado, y la promesa silenciosa de que esa noche sería solo la primera de muchas donde el amor y el deseo se fundieran en uno.