Después de la inolvidable propuesta en medio del campo de juego, la vida de Mateo y Stacy comenzó a girar alrededor de un nuevo sueño: su boda. Aunque la noticia había sido un fenómeno viral, para ellos todo era íntimo, personal y cargado de emociones profundas.
Los primeros días estuvieron llenos de llamadas, mensajes y propuestas de lugares, vestidos, invitados. Pero más allá de la logística, lo que ambos querían era crear un día que representara quiénes eran y la historia que habían vivido.
—Quiero que sea algo sencillo, pero lleno de significado —le dijo Stacy una tarde mientras paseaban por un parque cercano—. Que todos sientan el amor que nos une, sin tanta pompa.
Mateo asintió, tomando su mano con firmeza.
—Lo importante es que estemos juntos, Stacy. No importa el lugar, ni la cantidad de invitados. Solo nosotros y las personas que amamos.
La búsqueda del lugar fue una aventura. Visitaron desde salones elegantes hasta jardines al aire libre, pero fue un pequeño viñedo en las afueras de Toronto el que les robó el corazón. Rodeado de viñas, con el sol filtrándose entre las hojas, el lugar tenía un aire romántico y natural que encajaba perfecto con ellos.
—Aquí —dijo Mateo, señalando un claro con vista al atardecer—. Aquí es donde quiero decirte “sí” para toda la vida.
Stacy sonrió, sintiendo que ese espacio sería testigo de su amor renovado y fortalecido.
Los preparativos siguieron con la elección del vestido y el traje. Stacy optó por un diseño elegante, pero con detalles delicados que recordaban la simplicidad que tanto amaba. Mateo, por su parte, eligió un traje clásico, ajustado a su estilo, pero con un toque personal que hacía alusión a su carrera: un pequeño bordado discreto con las iniciales de su equipo.
Las amigas de Stacy, Julie y Cami, estuvieron siempre a su lado, ayudándola a elegir cada detalle, desde las flores hasta la música. Entre risas, lágrimas y anécdotas, la boda comenzó a tomar forma no solo como un evento, sino como un símbolo de amistad y amor verdadero.
Una tarde, mientras probaban la tarta, Julie comentó:
—Esto no es solo una boda, es una celebración de todo lo que han superado juntos. No puedo esperar a verlos caminar hacia el altar.
Stacy asintió, emocionada.
—Nada me hace más feliz que compartir este momento con ustedes.
Mateo, aunque acostumbrado a la presión del campo, sentía los nervios crecer a medida que se acercaba el gran día. En las noches, hablaba con Stacy sobre su futuro, sus sueños y las promesas que estaban a punto de sellar.
—No importa qué venga después —le dijo una noche—, quiero que siempre recordemos que esto es solo el comienzo de nuestra historia.
Stacy lo miró con ternura.
—Y la mejor parte es que la escribiremos juntos.
La boda estaba cerca, y con ella, un nuevo capítulo lleno de esperanza, sueños y sobre todo, un amor que había resistido tormentas y se había fortalecido en el camino.
Los días siguientes a la elección del viñedo estuvieron llenos de una dulce actividad frenética. Llamadas con proveedores, reuniones con el florista, pruebas de menú con el chef y la selección de música para la ceremonia y la fiesta. Cada decisión parecía sencilla, pero llevaba consigo un peso de significado que ambos sentían en el corazón.
Stacy disfrutaba especialmente las tardes en las que se sentaba con sus amigas en la sala de su apartamento para diseñar las invitaciones. Usaron papel reciclado con detalles en dorado, un toque elegante y sencillo que reflejaba su estilo y valores. Entre risas y copas de vino, recordaban anécdotas del pasado y soñaban con el futuro.
Mateo, aunque más pragmático, participaba activamente. Se ofreció a ayudar con la logística de transporte para los invitados y quiso asegurarse de que el lugar estuviera equipado para la música en vivo, un detalle que le parecía importante para la celebración.
—Quiero que suene esa canción que escuchamos en nuestro primer concierto juntos —dijo Mateo un día mientras conducían hacia una cita con el coordinador de bodas.
—“Yellow” de Coldplay —respondió Stacy sonriendo—. Ese momento marcó el inicio de todo.
Además, ambos hicieron un esfuerzo por integrar tradiciones familiares que reflejaran su historia. Mateo propuso incluir la música tradicional dominicana, mientras que Stacy quiso que se sirvieran platos que evocaran los sabores de su infancia en Toronto.
Fue una mezcla perfecta de sus mundos, un reflejo de la unión que estaban celebrando.
Las pruebas del vestido fueron momentos cargados de emoción. Stacy se sorprendía cada vez que se veía en el espejo, con el traje que la hacía sentir hermosa, fuerte y lista para dar ese paso. Julie y Cami la acompañaban, ofreciendo consejos y sobre todo, mucho cariño.
—Vas a ser la novia más radiante —le decía Julie, emocionada—. Mateo no podrá apartar los ojos de ti.
—Eso espero —respondía Stacy, sonrojada pero feliz.
Por su parte, Mateo tuvo una sesión para probar su traje y arreglar detalles con el sastre. Quería que todo estuviera perfecto, no solo para él, sino para la mujer con la que iba a compartir su vida.
Cuando se vieron en el espejo, Stacy no pudo evitar acercarse y tomarlo de la mano.
—Eres hermoso —susurró.
Él le devolvió la sonrisa más sincera y la abrazó fuerte, sintiendo que nada podría detener lo que estaban a punto de vivir.
En medio de la preparación, también hubo espacio para la reflexión. Ambos conversaron largo y tendido sobre sus miedos y expectativas.
—¿Y si algo cambia después de la boda? —preguntó Stacy una noche.
Mateo la miró a los ojos con calma.
—Nada cambiará, porque lo que construimos no depende de un día, sino de cada día que elegimos estar juntos.
Esa certeza los calmó y fortaleció.
La cuenta regresiva seguía su curso, y mientras el viñedo se transformaba en el escenario de su amor, Mateo y Stacy sabían que no importaba el protocolo ni los detalles. Lo que realmente importaba era el compromiso que estaban dispuestos a renovar frente a sus seres queridos y ante el mundo.