El sol se levantó cálido sobre los campos del viñedo, pintando los cielos con tonos suaves de rosa, dorado y lavanda. Era como si el universo mismo hubiera decidido vestir su mejor traje para la boda de Mateo y Stacy.
Desde muy temprano, el lugar se llenó de movimiento: decoradores, floristas, músicos y organizadores se desplazaban como en una coreografía perfectamente ensayada. Guirnaldas de flores blancas y lilas colgaban entre los árboles, mesas rústicas adornadas con candelabros y arreglos florales daban al ambiente un aire bohemio y romántico.
Stacy despertó con el corazón agitado y una sonrisa nerviosa. Julie y Cami ya estaban con ella, ayudándola con el vestido, el peinado y los últimos detalles.
—Hoy es el día, amiga —susurró Cami, tomando su mano—. El día en que tu historia con Mateo empieza una nueva página.
Stacy no pudo contener las lágrimas. No de miedo, sino de gratitud.
—Nunca imaginé llegar hasta aquí, sentirme tan amada, tan… completa.
Julie le acomodó un mechón suelto y sonrió.
—Estás preciosa, Stacy. Y más que lista.
A unos metros, en otra casa dentro del viñedo, Mateo ajustaba los últimos detalles de su traje frente al espejo. Tenía el estómago revuelto y las manos ligeramente temblorosas. Pero no era miedo. Era la emoción de saber que en pocas horas estaría viendo caminar a la mujer que le cambió la vida.
Su mejor amigo del equipo, que había viajado especialmente para estar presente, le dio una palmada en la espalda.
—¿Nervioso?
—Solo… emocionado. Como antes de un juego decisivo. Pero esto es más importante que cualquier campeonato.
El equipo de producción le colocó un micrófono diminuto en el cuello de la camisa. Todo estaba siendo grabado como parte de un documental privado que Stacy quería tener de recuerdo.
Mateo miró el anillo una vez más, respiró hondo y sonrió.
—Vamos a casarnos.
La ceremonia comenzó con la llegada de los invitados. Familia, amigos, compañeros de equipo, colegas de Stacy en la fundación, incluso algunos niños beneficiados por sus proyectos. El amor que habían sembrado a su alrededor florecía en cada rincón.
La música comenzó a sonar. Las notas suaves de un cuarteto de cuerdas llenaron el aire. Y entonces, todos se pusieron de pie.
Stacy apareció.
Vestida de blanco marfil, con un vestido elegante, de espalda descubierta y caída fluida, caminó por el sendero cubierto de pétalos mientras el viento movía suavemente su velo. Sus ojos estaban fijos en Mateo, y los de él… brillaban como nunca antes.
Mateo apenas podía respirar. No por los nervios, sino por el impacto. Ella era el amor de su vida.
Cuando finalmente llegó hasta él, se tomaron las manos y el mundo desapareció.
El oficiante habló, pero sus voces interiores eran más fuertes. Con cada promesa, con cada mirada, se decían mil cosas sin palabras.
—Stacy Duarte, desde el primer día en que te vi, supe que algo en mí cambiaría. No sabía que eras tú la que daría sentido a mi vida fuera del campo. Prometo cuidarte, respetarte y amarte, dentro y fuera de temporada.
—Mateo Rivera, tú me enseñaste a confiar, a amar sin miedo, a no rendirme ni con el mundo ni conmigo misma. Hoy, frente a todos, te prometo ser tu hogar, tu paz y tu compañera. Siempre.
Se colocaron los anillos. Y cuando el oficiante dijo “pueden besarse”, Mateo la atrajo con suavidad, y se besaron entre los aplausos, las lágrimas y los vítores. Fue un beso lleno de amor, pero también de historia, de batallas ganadas y de sueños por venir.
La fiesta fue mágica.
Bajo luces colgantes, entre risas, brindis y canciones, todos celebraron su unión. Mateo y Stacy bailaron su primer baile al ritmo de “Yellow” de Coldplay, entrelazados, sin soltar sus manos en ningún momento.
Julie encontró una conexión especial con uno de los músicos, y Cami pasó la noche riendo con un amigo del equipo de Mateo. Todo parecía encajar como un rompecabezas que había esperado años por completarse.
—
Cerca de la medianoche, cuando la pista de baile estaba llena y las copas casi vacías, Mateo llevó a Stacy a un rincón del viñedo, bajo una enredadera iluminada con luces tenues.
—¿Lista para nuestra próxima aventura? —preguntó.
—¿Más que lista —dijo ella, acariciándole el rostro—. Mientras sea contigo.
Se besaron otra vez, bajo las estrellas, sabiendo que ese no era el final feliz…
Era apenas el comienzo.