Los días posteriores al test positivo fueron una mezcla de alegría pura, incertidumbre y mucha emoción contenida. Aunque ambos sabían que era temprano aún, la realidad se instalaba más con cada amanecer: un nuevo latido estaba creciendo dentro de Stacy.
La primera cita médica fue discreta. Stacy y Mateo entraron a la clínica de fertilidad y embarazo con mascarillas, gorras y gafas oscuras, como si fueran espías en una misión secreta. Aún no querían que nadie lo supiera, solo necesitaban confirmar lo que ya sentían en el alma.
Y allí estaba. Un punto blanco en la pantalla. Pequeño. Apenas visible. Pero con el poder de cambiarlo todo.
—Aquí está —dijo la doctora, sonriendo—. Cinco semanas. Todo se ve bien hasta ahora.
Stacy se llevó una mano a la boca. Mateo, con los ojos húmedos, le tomó la otra con fuerza. No necesitaban palabras. Solo existía ese momento, y el eco del latido más dulce que jamás habían escuchado.
Pero la vida no se detenía.
Apenas unos días después, Mateo recibió una oferta para formar parte de una campaña publicitaria internacional que representaría a la MLB en América Latina. Además, el cuerpo técnico lo consideraba para asumir un rol mixto: jugador asistente, ayudando a los novatos, algo que lo acercaba a su otra pasión, la mentoría.
—¿Y si no puedo estar presente en todo? —le preguntó a Stacy una noche, mientras ella tomaba una infusión sin cafeína en el sofá.
—Nadie puede con todo, Mateo. Pero tú puedes con lo esencial. Y eso es estar aquí, de verdad, cuando lo necesitemos —le respondió ella, posando su mano sobre su vientre aún plano—. Este bebé va a tener al papá más comprometido que exista. Y yo también.
Mateo sonrió, aliviado. Cada vez admiraba más la madurez emocional de su esposa.
Stacy, por su parte, también vivía un torbellino. Su fundación había sido preseleccionada para recibir una subvención gubernamental millonaria destinada a proyectos sociales con enfoque deportivo. La competencia era feroz, y eso implicaba presentaciones, entrevistas, paneles y mucha presión.
Además, varios medios se interesaron en su historia tras la boda y querían convertirla en un documental híbrido: Stacy como figura de impacto social, y Mateo como ídolo deportivo que apoya causas de base. La propuesta era tentadora… pero demandante.
Una noche, mientras revisaba su agenda, Stacy sintió una oleada de náuseas que la obligó a dejar el computador a un lado. Mateo corrió al baño con ella, sujetándole el cabello, sin decir nada. Cuando terminó, le pasó una toalla húmeda, la abrazó y murmuró:
—No tienes que demostrarle nada al mundo. Ya eres suficiente.
Stacy le sonrió débilmente, con lágrimas que no sabían si eran por las hormonas o por lo mucho que lo amaba.
—Pero quiero dejar algo más. Algo más allá de nosotros. Por nuestro hijo… por todos los niños que aún no tienen oportunidad.
Mateo besó su frente.
—Entonces vamos a hacerlo. A nuestro ritmo. A nuestra manera.
La noticia del embarazo llegó primero a las amigas.
Julie y Cami gritaron, lloraron, y se abrazaron con ella como si fueran tías oficiales desde el minuto uno. Julie empezó a mandarle libros, mientras Cami ya hacía una lista de posibles nombres.
—Si es niña, le vamos a enseñar a batear antes que a caminar —bromeó Cami.
—Y si es niño, lo enseñamos a respetar mujeres fuertes —añadió Julie, riéndose.
Luego se lo contaron a la familia de Mateo en República Dominicana por videollamada. La reacción fue pura fiesta: lágrimas, baile, bendiciones, y hasta promesas de visitar pronto.
Los padres de Stacy, por su parte, se emocionaron de forma más contenida, pero profundamente amorosa. Su madre le preparó una caja con recuerdos de su propio embarazo, y su padre no dejó de repetir lo orgulloso que estaba de su niña.
El segundo mes trajo cansancio, altibajos emocionales y cambios sutiles en el cuerpo de Stacy, pero también momentos adorables: Mateo hablándole a la barriga, comprando libros de embarazo, cocinando recetas especiales y aprendiendo a hacer masajes prenatales.
—No eres solo mi esposo —le dijo Stacy una noche, acurrucados en la cama—. Eres mi refugio.
Y él, sin palabras, le besó el hombro, acariciando con ternura ese lugar donde el milagro de ambos comenzaba a crecer.
Las semanas pasaban y la vida seguía latiendo fuerte.
Con agendas ocupadas, un futuro incierto y un bebé en camino, Mateo y Stacy entendieron que no se trataba de tener todo bajo control, sino de avanzar tomados de la mano, adaptándose, respirando, soñando juntos.
Porque ahora eran tres.
Y todo, absolutamente todo, estaba a punto de volverse aún más hermoso.